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De amistad y otras virtudes

'Retratos con deuda', Marco Antonio Campos, Puertabierta Editores, México, 2020.
Carlos Gutiérrez Alfonzo

Son treinta los retratos. Publicados con anterioridad en Proceso, La Jornada Semanal y otros medios impresos, Marco Antonio Campos los reunió, por invitación de los editores de Puertabierta, para agradecerles de nuevo a quienes han estado con él, en una u otra circunstancia, en la definición de su vida a partir de la literatura. Del joven inquieto, atento, al adulto que va viendo cómo han muerto integrantes de la generación a la que pertenece; de la alegría por descubrir un mundo, al dolor por las pérdidas; de las bondades de la gente con las que ha convivido, a la afirmación paulatina del lugar de la conversación en lo que ha hecho, Marco Antonio Campos celebra con estos retratos a sus amigos.

Los textos fueron colocados de manera cronológica, de acuerdo con el año de nacimiento de escritores, poetas y editores de quienes se habla. Excepto el dedicado a Edmundo Valadés, todos los retratos fueron dados a conocer en estos años del siglo xxi. Conforme se avanza en la lectura del libro, se cobra conciencia de que hay momentos distinguibles: el que dio inicio a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando Marco Antonio Campos tuvo la fortuna de que Juan Bañuelos lo invitara al taller que impartía en la unam en 1969. Había pasado el ’68, una marca sobre los asistentes al taller, quienes apostaron “por una poesía escrita con sangre, con bilis, a puñetazos, en fin, con todos los sentidos y el corazón”. Luego está la década de los setenta, la del trato inaugural con Rubén Bonifaz Nuño, Augusto Monterroso, Abelardo Villegas, y la del acercamiento a don Joaquín Diez-Canedo. Otro momento es el de los años ochenta, cuando el poeta Campos entró en contacto con Edmundo Valadés, Gastón García Cantú, Emmanuel Carballo, Huberto Batis. A Hugo Gutiérrez Vega lo conocería en los setenta; se harían amigos  años después: “En la embajada [de México en Grecia] desde el primer momento desapareció la desconfianza que nos teníamos desde hacía unos quince años.”

Cada momento puede ser visto como parte de una época: el taller literario, las publicaciones periódicas y el lugar de la Universidad en el impulso a las inquietudes literarias de los jóvenes. Hay un momento anterior a los tres señalados, el de los estudios preparatorios, cuando el poeta Campos conoció a Mario del Valle y a Mariano Flores Castro. Con Mariano crecería la amistad desde los años ochenta. El carácter de uno o de otro y las casualidades hicieron que el afecto demorara en aparecer. Es fascinante ver cómo un amigo llevó a hacer otro, otros: amistosa irradiación, un gesto que cultiva el poeta Campos, como afecto es también a llamar por teléfono a sus amigos; si lo son es porque él los ha procurado.

En Retratos con deuda, Marco Antonio Campos cuenta una época de fructíferos intercambios y de definición de espacios para hacer posible el ejercicio literario, y lo hace con anécdotas en las que prevalecen el humor, la chispa hilarante, la alegría de vivir, que aprendió de Abelardo Villegas. Siempre, por sobre todas las cosas, colocarse del lado de la alegre inmensidad. Los espacios universitarios, los desayunos en restaurantes del sur de Ciudad de México, los cafés, los encuentros de escritores, los viajes por el extranjero de delegaciones de escritores mexicanos, los paseos por La Condesa con Juan Gelman, los libros, los amigos de siempre –Luis y Bernardo, José Agustín, José Emilio Pacheco– o los que llegaron después y ya se han ido, como el mismo Gelman, Esther Seligson o José Luis Sierra, están en este libro entrañable.

Cuando podría tenerse la impresión de que ante la circunstancia que nos ciñe sería nulo cualquier gesto celebratorio, Marco Antonio Campos viene a recordarnos que con la amistad la corona de espinas puede trocarse en corona de oro; la devoción que debe resistir lo que pasa siempre: “Los amigos se ven cada vez menos.” Y está la fortuna de que, con este libro, se sigue en los años de Marco Antonio Campos.

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