Hurto y memoria: la mexicanización de Salvador Allende

- Luis Hernández Navarro - Sunday, 13 Sep 2020 07:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Espléndido recuento de sucesos, personas, personajes, organizaciones, grupos y movimientos que participaron de manera directa o indirecta, pero comprometida y verdadera, en la adopción en nuestro país de la figura del presidente derrocado y asesinado por el golpe de Estado de Agusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, para que no se pierda la memoria de un hombre a la altura de Mahatma Gandhi y Nelson Mandela en la historia política del siglo pasado y del mundo.

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Tan sólo mes y medio después del golpe de Estado contra Salvador Allende, el 26 de octubre de 1973, los obreros del Combinado Industrial Sahagún inauguraron un monumento en honor del mandatario chileno. Sin embargo, en noviembre de 2007, desconocidos se lo robaron. De la efigie sólo quedó una placa conmemorativa con la inscripción: “Inmolado por la causa de la justicia social.”

El monumento en bronce fue levantado en escasas semanas, en mucho por la solidaridad proletaria de la región, que donó desde llaves y monedas de veinte centavos para fundición, hasta dinero en efectivo. El durante años poderoso corredor fabril del altiplano de Hidalgo, símbolo de la voluntad nacional por forjar una industria propia, es hoy un cementerio industrial. Allí llegaron a laborar en sus mejores momentos un buen número de chilenos refugiados.

Sin embargo, en la zona, el recuerdo de Salvador Allende fue desapareciendo entre los obreros desempleados y sus familias. Sobreviven, sí, con el nombre del mandatario chileno, cuatro auditorios sindicales, la escuela preparatoria en ruinas ubicada en el Valle de Guadalupe y una colonia.

Sin embargo, las cosas no se quedaron así. En 2016, poco más de ocho años después del hurto, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Hidalgo lanzó una convocatoria para reponer el monumento en su sitio original. A la iniciativa, en la que desempeñó un papel fundamental el profesor Armando Azpeitia, se sumaron algunos sindicatos del complejo industrial, personalidades y organizaciones civiles, sindicales y políticas que se agruparon en la Asociación Salvador Allende. El domingo 10 de septiembre de 2017, unas doscientas personas, entre las que se encontraban los embajadores de Chile y Bolivia, acudieron al llamado de la historia y repusieron el monumento en honor a un hombre eterno.

Que la iniciativa naciera de la CNTE no es casualidad alguna. Fundada en 1979, la Coordinadora tomó prestado de la Unidad Popular chilena, el himno “Venceremos”, al que cambió la frase “recordando al soldado valiente”, por la de “recordando al maestro valiente”. No pagó derechos de autor por ello. Desde entonces, no hay manifestación (y eso que en estos cuarenta y un años ha hecho innumerables marchas), ni ceremonia oficial de la corriente, en la que no se entone solemnemente la canción. Se cantaba desde las luchas de la Normal Superior en Ciudad de México, antes del mismo nacimiento de la CNTE. Contra su costumbre de debatir internamente cualquier iniciativa sustantiva, el organismo nunca discutió su aprobación como himno oficial en asamblea alguna. Simple y sencillamente, desde el principio de su formación, sus integrantes la interpretaban.

Allende está vivo en el magisterio democrático mexicano. No es frase de ocasión para el evento. Se le quiere y se le respeta. Prácticamente todas las corrientes políticas que integran la Coordinadora lo consideran una referencia ética y un ejemplo. La Normal Popular fundada en Monterrey, en 1973, por el profesor maoista Edelmiro Maldonado, llevó por nombre “Doctor Salvador Allende”.

 

“Allende, hermano…”

Allende se hizo mexicano –con perdón de los chilenos– no sólo por la acción de los profesores sino, entre otras muchas causas más, por la acción de miles de personas, unas conocidas y otras anónimas. Una de ellas es la filósofa Fernanda Navarro. A finales de 1971 viajó por su cuenta a Chile, en unas vacaciones de dos meses que se prolongaron hasta el golpe de Estado. El magnetismo del proceso la atrapó. Vivió de traducir libros para la Editorial Quimantú. Al regresar a México con la derrota sobre los hombros y la tristeza y la rabia en el corazón, se convirtió, a lo largo de tres largos años, en la traductora y secretaria de doña Hortensia Bussi, la viuda del presidente mártir. Una y otra vez, miles de gentes escucharon de su boca el relato de esa epopeya.

Clave en este proceso fue el doctor Pablo González Casanova, rector de la UNAM en tiempos de la Unidad Popular. Sus malquerientes lo acusaban de pasar más tiempo en el Palacio de la Moneda que en Rectoría. Su papel en construir una pista de aterrizaje universitario a muchos intelectuales chilenos refugiados en México fue fundamental. La investigadora Claudia Fedora Rojas Mira recuperó el testimonio de Hugo Miranda –militante del PR y director de la Casa de Chile en México. Según él, “el exrector de la UNAM Pablo González Casanova va a Chile, tiene vinculación con la Universidad de Chile, dicta conferencias, tiene reuniones con el mundo intelectual y todo eso va concitando una amistad y un vínculo muy estrecho entre México y Chile. Entonces hay, sin duda, el espíritu o el deseo de México de traerse el mayor número de intelectuales y académicos a su país. Así se logra y así se explica, por ejemplo, la permanencia de Pedro Vuskovic que sin duda fue un académico notable en Chile y en México”.

Muy relevante también fue Hugo Gutiérrez Vega, presidente del Comité Mexicano de Solidaridad con Chile, organismo que en 1973 recibió a los primeros asilados del país sudamericano. Según él, Salvador Allende representó el último momento en que América Latina luchó por su liberación; lo que sucedió después en Ecuador, Venezuela, Argentina, Brasil, y muy especialmente en Uruguay, fue de alguna manera consecuencia de lo que Allende echó andar con su presidencia. Para el poeta mexicano, Allende fue el único presidente que cumplió sus promesas de campaña y en ningún momento quebrantó el imperio de la vida. Junto a Mahatma Gandhi y Mandela, Allende fue de los políticos que salvaron la política en el siglo XX.

Varios barrios y poblados por todo México han sido bautizados con el nombre de Salvador Allende. Hay localidades llamadas así en Nacajuca, Tabasco; en Durango, Durango; en Temache, Veracruz; y en Ocosingo, Chiapas. Según el Registro Agrario Nacional, cuatro ejidos en el país han sido nombrados como el presidente chileno, a pesar de que el trámite de dotación suele durar años.

En Memoria del fuego, Eduardo Galeano narra cómo una comunidad wixárika se llamó a sí misma como el médico sudamericano después
de la lectura colectiva de un libro sobre su vida, promovida por el profesor Carlos González. También se dio ese nombre a una calle en Torreón, Coahuila, y a otra de la colonia Rubén Jaramillo, en Morelos, y a otra más en Mazatlán, Sinaloa; a un auditorio en la Universidad de Guadalajara, a multitud de establecimientos educativos, casas de estudiantes, asociaciones civiles y culturales, e inclusive a la Cátedra Latinoamericana de Medicina Social.

 

“Tú regresarás en cada nombre”

Por supuesto, no todos los mexicanos lo han querido. Durante una conferencia de Joan Garcés sobre el juicio a Augusto Pinochet en 2000, en el exclusivo Club de Industriales, un importante empresario comentaba indignado a los comensales de su mesa que, si se estaba encausando al general, también debería enjuiciarse a Salvador Allende, porque era un asesino. El banquero tenía razones de peso para defender al dictador: el chileno había invertido 1.2 millones de dólares en bonos de deuda de su consorcio Pulsar Internacional, en lo que fue el peor negocio de su vida. Ese inesperado defensor del sátrapa era Alfonso Romo, que es el actual jefe de la Oficina de la Presidencia de la República.

Como hicieron diversos compositores en América Latina, el cantautor mexicano Óscar Chávez le escribió una canción que en una de sus estrofas dice: “Compañero Salvador/Allende el niño Allende el hombre/ tú regresarás en cada nombre/ de pena en pena en pena / de uno en uno en dos/ ha de vivir tu voz, patria chilena.” Durante años, innumerables grupos de música folclórica interpretaron, en peñas y festivales, todo tipo de piezas dedicadas al mandatario caído.

Que Salvador Allende haya penetrado tan firmemente en la nomenclatura mexicana no es casual. Su influencia en la sociedad y la política mexicanas fue muy relevante. Se dejó sentir tanto en los más altos niveles del gobierno federal como en la Iglesia católica, en sindicatos, movimientos estudiantiles, partidos políticos y organizaciones armadas.

Cuando el presidente llegó de visita a México, el 30 de noviembre de 1972, fue recibido por una efusiva cadena humana de cerca de dieciséis kilómetros, integrada lo mismo por personas que espontáneamente fueron a darle sus parabienes, como por contingentes movilizados por las fuerzas vivas de la revolución. Durante su recorrido, del aeropuerto a la embajada de Chile en Lomas de Chapultepec, fue vitoreado.

Termómetro de la época, la revista Solidaridad, del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana, dirigido por Rafael Galván, le dio la bienvenida en un editorial en el que equiparaba la situación que vivían México y Chile, como “puntos de concentración del proceso revolucionario latinoamericano”.

La visita de Allende a México fue utilizada por el gobierno de Luis Echeverría para tratar de conseguir la legitimidad que un amplio sector de la juventud, agraviada por la represión de 1968 y la matanza del 10 de junio, le negaba. El presidente chileno fue muy magnánimo con su anfitrión mexicano y le reconoció méritos revolucionarios, que para la izquierda nacional eran inexistentes. Jesús Reyes Heroles, entonces dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional, lo recibió “con los brazos abiertos”.

El socialista chileno tenía una añeja y seria relación con intelectuales mexicanos y partidos de izquierda, incluido el Partido Comunista Mexicano. Sin embargo, el discurso que el 3 de diciembre de 1972 pronunció en la Universidad de Guadalajara, en el que llamó a los estudiantes a dejar de ser revoltosos y a ponerse a estudiar, cayó muy mal entre la juventud radicalizada que había dejado las aulas para luchar contra el gobierno en fábricas, ejidos y colonias populares.

Muy intenso fue también el vínculo entre parte del clero progresista mexicano y el proceso revolucionario chileno. Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, fue el único pontífice de la Iglesia católica que participó en el primer Encuentro Americano de Cristianos por el Socialismo (CPS), que se efectuó en 1972 en Chile. Allí conoció a Allende. Al regreso de su viaje, un grupo de fanáticos le aventó pintura roja. CPS tuvo una gran influencia entre grupos de creyentes mexicanos que se involucraron activamente, desde distintas posiciones políticas, en proyectos emancipadores de izquierda. Muchos de sus integrantes fueron separados de sus cargos por la jerarquía.

Cuando el 11 de septiembre de 1973 se consumó el golpe de Estado contra Allende, las campanas de la catedral de Cuernavaca y de muchas otras iglesias repicaron a duelo. Brigadas de estudiantes de la Escuela de Antropología en Ciudad de México –y de diversas facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México– organizaron mítines en las zonas industriales para llamar a una huelga general en solidaridad con el mandatario derrocado. Los trabajadores, incrédulos, los miraban como locos. Por supuesto, no hubo paro alguno, pero sí una manifestación de protesta relativamente numerosa que recorrió las calles de la capital mexicana. El gobierno de Luis Echeverría rompió relaciones diplomáticas con los golpistas y acogió al exilio chileno.

Una parte de la izquierda mexicana ve en la experiencia chilena de la Concertación un ejemplo a seguir. Se volvió admiradora del modelo de “socialismo neoliberal” que allí se practicó, que tan poco tiene que ver con el programa de Salvador Allende y que tantas loas recibe de la derecha. Para ella, la figura del médico chileno que murió con las armas en la mano es incómoda. Le gustaría que se olvidara y, si no es posible hacerlo, al menos volverla light.

A 50 años del triunfo de la Unidad Popular es importante recordar y rendir homenaje “al hombre digno que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte”. En Ciudad Sahagún ya se robaron una vez su estatua. No permitamos que ahora hurten su memoria.

 

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