“Salieron de San Ysidro…” El original cine del narco

- Rafael Aviña - Sunday, 20 Sep 2020 07:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Con espíritu crítico, Rafael Aviña hace un recuento del cine que en nuestro país se ha filmado desde finales de los años sesenta hasta nuestros días, los personajes y sus comparsas y múltiples avatares de mala, malísima y sólo a veces aceptable calidad y, sin embargo, con gran éxito; el elogio y la estetización de la violencia generada y promovida por el mundo del narcotrafico, tan bien aprovechada para sus mercados por las series televisas y las plataformas de paga.

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Hoy en día resulta común referirse a las imágenes, música y literatura que el asunto del narcotráfico ha generado, trastocando un asunto de seguridad nacional en una siniestra cotidianidad, capitalizada por múltiples series televisivas y de streaming. Así, los vasos comunicantes entre crimen, adicción, ilegalidad, pasión, buchonas y capos, venganzas y ejecuciones, secuestros y extorsiones, así como tráfico de personas y estupefacientes, alcanza curiosas intensidades en los episodios de La reina del sur (2011), Pablo Escobar (2012), La querida del Centauro (2016-2017), El señor de los cielos (2013-2018), El Chema (2016-2017) Señora Acero (2014-2019) y varias más.

Destaca la serie de Netflix titulada Narcos: México (2018), creada por Carlo Bernard, Chris Brancat y Doug Miro, con Diego Luna como Miguel Ángel Félix Gallardo, Tenoch Huerta en el papel de Rafael Caro Quintero y Michael Peña como Kiki Camarena y más, que transforma en espectáculo de emociones la reunión de los grandes narcos y el surgimiento del cártel en la segunda mitad de los años ochenta, época en la que se afianzaba un nuevo subgénero: el cine del narco, que cerraría el siglo XX con una obra capital ambientada en México y Estados Unidos: Tráfico (Traffic, 2000), de Steven Soderbergh, filme insólito debido a su hiperrealismo y su feroz crítica a las instituciones y la sociedad.

 

“…procedentes de Tijuana”

Tierra de nadie, espacio físico intangible, territorio de miseria y muerte, de poder y venganza, de riqueza y oropel, la frontera se transformó en una suerte de árbol del paraíso para hombres y mujeres aferrados a un sueño de libertad económica con las vísceras de un lado y un nudo en el estómago allende el Río Bravo. Sin embargo, la tragedia del ilegal, del bracero, del mojado, la pesadilla de la migra y de las faenas agotadoras en los campos de trabajo, descubrieron su reflejo oblicuo y poderoso en ese espejo ilusorio llamado narcotráfico, la tentación del poder y la ilusión del dinero rápido que encontró eco en un cine ultrabarato, casi clandestino como la industria misma que construía aquellos relatos.

Existe una serie de filmes que glorificaban la violencia a fines de los años setenta y, sobre todo, en los ochenta y noventa, con sus torpes ballets de sangre a ráfaga de metralleta, adornados con los acordes de Los Hermanos Terán, Los Tigres del Norte o Los Broncos de Reynosa. Un cine que repetía hasta el hartazgo el trillado tema de ascenso vertiginoso, corrupción, muerte, deslealtad y contrabando, y cuyas verdaderas “estrellas” eran las pacas de “yerba mala” y el dinero malhabido. Una suerte de westerns rascuaches donde imperaban el polvo, la cerveza, la sangre, los sombreros norteños, los sonidos del acordeón y la redoba, así como los corridos que ensalzaban leyendas o se lamentaban de las tragedias de amor. Un género avivado después por el videhome, toda una industria subterránea que merece un estudio aparte.

El cine del narco, con dos décadas de irregular existencia, tuvo que inventar sus propios mitos: algunos perdurables como los hermanos Almada, Elena Jasso La Fronteriza o Rafael Buendía, y otras luminarias de ese momento como Gerardo Reyes, Juan Valentín, Juan Gallardo o Álvaro Zermeño, además de sus estrellas de culto como Ana Luisa Peluffo y Valentín Trujillo en Contrabando y traición (Arturo Martínez, 1976), Chayito Valdés en La hija del contrabando (Fernando Osés, 1977), Rosa Gloria Chagoyán en Lola La trailera (Raúl Fernández Jr., 1983) y El secuestro de Lola La trailera (Raúl Fernández, 1985), o Tony Aguilar, Eric del Castillo y Úrsula Prats en Contrabando y muerte/La mafia de la frontera (Mario Hernández, 1983).

Bajo la batuta de artesanos y directores tan opuestos como el eficaz Alfredo Gurrola, José Loza Martínez, Fernando Durán, Rolando Fernández, Arturo Martínez o Rafael Pérez Grovas, entre otros, las historias de narcotráfico y crimen se convirtieron en leyenda de las series B y Z. Todo un culto al machismo y una oda a la vulgaridad, con nuevos héroes que afirmaban su virilidad con amantes-vedettes, jovencitas pobres y sacrificables, o personajes que se envalentonaban en bares elegantemente “nacos” o en tristes fonditas con mesas metálicas.

Ellos: los temibles narcos rodeados de guaruras con anteojos oscuros, sombreros de ala ancha y armados hasta los dientes como gatilleros de western. Ellos: los capos con sus cuernos de chivo, primitivos celulares, televisores de pantalla gigante, camionetas Cheyenne y Suburban o Grand Marquis y sus casonas-ranchos con alberca y hoy extintas antenas parabólicas, todo adornado con un ecléctico mal gusto en ese cine que alcanzó la gloria en los años ochenta y noventa.

Se trataba de una suerte de infracine-escaparate que apenas llamaba la atención en las salas de Ciudad de México, a excepción quizá del Mariscala o el Soledad y, en cambio, abarrotaba los recintos del interior del país y creaba tumultos en las zonas de la frontera norte, lugares donde sus espectadores vivían de forma cotidiana el show de la violencia, el contrabando y el espectacular estilo de vida del narco.

 

“…traían las llantas del carro repletas de yerba mala”

Salieron de San Ysidro procedentes de Tijuana, traían las llantas del coche repletas de yerba mala... Eran Emilio Varela y Camelia La Texana.” Contrabando y traición (1976) era la recreación del popular corrido norteño de la mujer que mezclaba sus exitosas presentaciones en un cabaret fronterizo con el negocio del narcotráfico. En la secuela, Mataron a Camelia la Texana (1976), Arturo Martínez trastocaba el thriller en melodrama y Camelia, enamorada de otro joven ambicioso, no sólo entablaba una batalla con sus hormonas, sino con los gobiernos de Estados Unidos y México, que interceptaban un nutrido cargamento de droga.

En La hija del contrabando, Chayito Valdés toma el relevo generacional y, dos años después, en La mafia de la frontera (Jaime Fernández, 1979), Mario Almada desestabiliza una red de narcos, reivindicando la memoria de la hija de Camelia. Rafael Portillo resucitaba en ese mismo 1979 a Camelia en Emilio Varela vs Camelia La Texana, con Silvia Manríquez en el papel protagónico enfrentada a Mario Almada del otro lado de la ley, por el tráfico de billetes falsos en la
frontera.

Las refriegas y tiroteos, la codicia por el cash, la podredumbre del poder y el narcotráfico como manía ocupacional, catapultaron en definitiva a Mario Almada en obras como Pistoleros famosos (José Loza Martínez, 1980) y Gatilleros del Río Bravo (Pedro Galindo iii, 1981). A su vez, Daniela Romo y Fernando Allende en Frontera (Fernando Durán, 1978), vivieron una ridícula historia de amor con fondo de contrabando de drogas, y Lucía Méndez la imitó en La ilegal (Arturo Ripstein, 1979). Si los setenta tuvieron a Camelia como la reina del cine de narcos, los años ochenta responderían con una nueva heroína cercana al comic. Se trataba de Rosa Gloria Chagoyán, Lola La Trailera: cuerpo espectacular, hot pants, botas altas de cuero, metralleta y suspenso. Una suerte de road movie con trasfondo de contrabando y traición: operativos antidrogas y persecuciones a lo James Bond de cuarta, burdeles regentados por Vitola y explosiones espectaculares para inaugurar una nueva cultura del narco y de preempoderamiento femenino.

De lavado de dinero y mafia del narcotráfico se habla en Narcoterror (Calibre 45) (Rubén Galindo, 1985); de contrabando de droga en acordeones y mensajes edificantes en pro del trabajo honrado en La banda del acordeón (Rafael Pérez Grovas, 1986), y también está el retrato de nota roja con tintes amarillistas y documentales en Operación mariguana (José Luis Urquieta, 1985). Incluso, las horrendas matanzas y orgías de sexo, droga y cultos demoníacos protagonizadas por el narcopadrino Adolfo de Jesús Constanzo, Sara Aldrete o el Duby, ya sea en Matamoros o en la Zona Rosa de Ciudad de México, tuvo cabida en una sexy comedia con Alfonso Zayas, que parodiaba la historia de los verdaderos Narcosatánicos diabólicos (1989), de José j. Munguía, tema que inspiraría una actual y fallida cinta de suspenso, terror juvenil y locura del “México profundo”: Desde el más allá (Juan Carlos Blanco, 2017).

Finalmente, en el marco de ese narcocine, no podía faltar el relato sobre dos nombres claves para comprender la historia contemporánea del pulpo de la droga. Por un lado, el mito de Rafael Caro Quintero y su contraparte, el mártir antinarcóticos Enrique Kiki Camarena Salazar, idealizados en la polémica miniserie estadunidense de Brian Gibson titulada Drug Wars: The Camarena Story (1989) y El secuestro de un policía (Alfredo b. Crevenna, 1985), esta última cinta enlatada seis años que recreaba, entre el thriller y el melodrama, el asesinato y tortura de Kiki Camarena, agente estadunidense de la dea, y del piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar.

Para cerrar ese cine del narco del siglo xx, Los maravillosos olores de la vida (1999), mediometraje de Jaime Ruiz Ibáñez con Jesús Ochoa, destaca debido a su eficiente puesta en escena y notables imágenes de Alejandro Cantú; es una obra muy por encima de los narcothrillers protagonizados por los hermanos Almada en aquellos años, como sucede con Perdita Durango (1997), del español Alex de la Iglesia, inspirada en una novela de Barry Gifford, que iba a dirigir el catalán Bigas Luna. Una coproducción entre México y Estados Unidos ultrajada por la censura; un anómalo retrato de perversión y violencia, sexualidad y muerte, aderezado con un humor cruel y escenas de acción, en la historia de una joven cachonda e insensible (Rosie Pérez) y su relación con Romeo Dolorosa (Javier Bardem), delincuente salvaje que practica la magia negra y está ligado a un santero vudú. Una perturbadora road movie sobre la cultura del narco y paráfrasis del caso de los “narcosatánicos”, en un subgénero inagotable.

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