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Cuentos para mirar la feminidad

'La noche', Juan García Ponce, era, México, 2019.
Carlos Torres Tinajero

En la actualidad, un acercamiento puntual a la obra de Juan García Ponce (1932-2003) recuerda su presencia en la literatura mexicana del siglo XX. Miembro de la Generación de Medio Siglo –junto a Inés Arredondo, Amparo Dávila, Salvador Elizondo– su libro, de reciente reedición, La noche (1963, 2019) tiene tres relatos: “Amelia”, “Tajimara” y “La noche”. La característica general es explorar, bajo tres ópticas masculinas, el comportamiento de los personajes femeninos. Con ello se ofrece una postura ajena a ese complejo universo intelectual, social, emotivo, humano. Dichos elementos quizá sean una de las mejores justificaciones para traer a cuento el imprescindible y el admiradísimo lugar de García Ponce en la centuria pasada.

La primera historia es “Amelia”. El esposo de Amelia se aproxima a la naturaleza humana de ella para revelar, de tajo, gran parte de la vida de los dos, con aspectos cumbres en sus trayectorias y en su convivencia cotidiana. Cuenta varios años de soltero –fiestas, aventuras, amigos– y la relación con Amelia. El conflicto se entabla paulatinamente. Se pasa, con gran destreza progresiva, de la emoción de los primeros meses de romance, el noviazgo y la boda, al tedio cotidiano en el matrimonio. La transformación del anhelo marital a la llegada de la consecuente pérdida de la libertad de él –por necesidades emocionales del personaje femenino, acentuadas con el tiempo y con los cambios naturales– es un elemento de angustia para él por múltiples razones, como el compromiso con la pareja y con el futuro imprevisible. Un punto esencial por observar en este trabajo es el crecimiento psicológico de Amelia: le da forma a la existencia de él –gracias a las relaciones familiares de Amelia, él goza de estabilidad laboral– sin importar el leve choque entre los dos.

A su vez, quien narra “Tajimara”, la segunda trama de esta publicación, se fija en Cecilia a profundidad. A partir de un viaje a Tajimara, el propósito es develar la intimidad femenina, con temas como la seducción y el placer sexual desmedido. A pesar de esto, Cecilia sólo es, para el narrador, una utopía lejana, inalcanzable, que le sirve para adentrarse en la interioridad de la mujer, cuando se rinde, en medio del desprecio, la frustración y la nostalgia. Esa distancia social es el pretexto idóneo para mirar la feminidad con un lente analítico, razonado. La aparente frialdad de Cecilia es resultado de la falta de afecto y de reconocimiento masculino; su manipulación es un mecanismo para evadir su fragilidad en el amor y para poner en evidencia sus carencias afectivas.

En “La noche”, el esposo de Cristina mira con curiosidad a Beatriz, su vecina. Habitante de un departamento, lee por costumbre en la sala, de noche, mientras su esposa y su hija duermen. La voz de Beatriz, en el piso de arriba, al llamar a su empleada doméstica, le causa cierta incertidumbre por invadir su privacidad. Siempre distante, sin entrometerse, está al pendiente de los movimientos detrás de la ventana para espiar con regularidad –y, por consiguiente, calificar socialmente– las costumbres de la criada, de Beatriz y de Enrique, el marido. Olga, una vecina más, también coexiste con ellos, tensando las relaciones. Con los meses, los matrimonios establecen una amistad fraternal. El cambio –ligero, pero irreversible– se da con el alejamiento de Beatriz y de Enrique, de un día a otro. Se separa la pareja; Beatriz ingresa a un hospital psiquiátrico. Tal vez una de las claves para entender la dinámica de los dos consista en asomo de la mirada calificadora, moralista, del esposo de Cristina en las vidas ajenas.

Los cuentos de La noche retratan la lenta pero definitiva transformación de estos personajes femeninos de García Ponce. Uno de los temas de análisis, peculiar por su objetivo y por su efecto narrativo, es la funcionalidad de tres narradores masculinos. Las acciones y los gestos sencillos, sutiles y concatenados con suma elegancia y
con suma sencillez, ayudan a tomar decisiones en todos los casos. Al lector le recuerdan el sitio privilegiado de este representante de la Generación de Medio Siglo en las letras mexicanas.

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