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Sonidos e imágenes de “la Roma”

'Artes de México', Número 132, México, 2020.
Eve Gil

El número 132 de la revista Artes de México está dedicado a “la Roma”, esa colonia que ni quienes llegamos a habitar en algún momento podemos afirmar conocerla en sus múltiples formas. “La Roma” no sólo ha pasado a formar parte de los escenarios de interés universal gracias a la laureada cinta de Alfonso Cuarón; ocupa también un lugar honorífico dentro de la literatura mexicana, ya sea por servir de escenario a grandes novelas o porque en su seno se han escrito otras tantas obras. La propia revista ha tenido sus oficinas en este marco, siempre en la Roma, desde hace treinta años, fecha de su fundación, aunque en diversos domicilios. “La Roma es una red de voluntades creativas que se activa y desactiva entre temblores, crisis y festejos, entre placeres y dolores cotidianos, entre ánimos y desánimos sociales”, señalan en su presentación Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, directores de la revista.

Cada uno de los autores reunidos en este número, que recoge asimismo fotografías de incalculable valor documental, histórico y, por supuesto, estético, aporta una faceta distinta de esta emblemática colonia. Acompañando algunas de las más insólitas imágenes de este territorio que alguna vez, aunque parezca mentira, lució, como en una fotografía de 1903, como un desierto, el ensayista y poeta Eduardo Luis Feher transfigura a la Roma en una dama centenaria “coqueta, antigüita” para explicar sus múltiples transformaciones. El cronista Luis González Obregón escribe sobre el barrio la Romita, un mundo paralelo dentro de la misma Roma donde solían vivir en santa paz indios en casas de adobe, hasta que los contrabandistas encontraron que era muy sencillo ocultar ahí su nefanda mercancía. El siempre ameno José Luis Trueba Lara nos habla, en un primer artículo, de cuando la Roma albergaba las mansiones de presidentes como Álvaro Obregón y otros destacados revolucionarios. En su segunda aportación,  nos introduce a la Casa del Poeta y a su más ilustre inquilino, a cuyo nombre debe su título, si bien aquella señorial construcción nunca perteneció a Ramón López Velarde, como piensa la mayoría: se trataba de una casa de huéspedes en la que el zacatecano alquilaba una habitación.

Pragmático de suyo, el periodista y narrador Héctor de Mauleón nos conduce por las cicatrices de la Roma, en especial las dejadas por el terremoto del ’85. La escritora estadunidense Lydia Carey nos guía en una travesía por el Mercado Medellín, acaso el más querido y populoso entre los mercados de Ciudad de México; el fotógrafo Pedro Tzóntemoc nos introduce a la intimidad de la gran fotógrafa Kati Horna, ilustre colona de la Roma, que se sumaría a las huestes de damnificados del ’85, periplo expuesto de primera mano por el autor. El ensayista Rafael Vargas aborda vida y milagros de “tres escritores romanizados”: Juan Rulfo, Sergio Pitol y José Carlos Becerra. Pitol alquiló en la popularmente conocida como Casa de las Brujas, adyacente a la Plaza Río de Janeiro, que habría de convertirse en escenario de su novela El desfile del amor; Rulfo estuvo de paso por un edificio en el número 470 de Insurgentes que hoy alberga un restaurante famoso por sus deliciosas tortas, y José Carlos Becerra vivió en una casa de huéspedes de la calle Manzanillo, a espaldas de la juguetería Ara. El broche de oro corre a cargo del ensayista y poeta Aurelio Asiain y su magnífico artículo sobre los escenarios de la película Roma, que incluye un análisis de la misma: “Lo que intenta recuperar no es el pasado irremediablemente perdido, sino su percepción […] el propio Cuarón ha insistido en que el cine tiene menos que ver con la literatura que con la música.”

Por su parte, el genial bef, Bernardo Fernández, colabora con dos historias gráficas: la de Bárbara Guerrero, la mujer que contribuyó a que el fastuoso edificio de reminiscencias góticas de Río de Janeiro fuera conocido como la referida “casa de las brujas”, y otra sobre William Burroughs y el absurdo accidente donde mató a su mujer, Joanna Vollmer, en el apartamento 10 de la calle de Monterey Número 122, en 1951.

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