Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 18 Oct 2020 00:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Dos momentos (o a mí no me cuentan…)

Momento uno: corrían los primeros años del presente milenio, cuando este juntapalabras fue invitado a formar parte, primero, de los comités de selección de proyectos que buscaban el apoyo financiero de un fideicomiso cinematográfico, y después, del jurado final que decidiría a quién se le otorgaba. Quiso el azar que en este servidor recayera la responsabilidad de presidente de dicho jurado, condición que hizo posible decidir que sí se le darían recursos a Workers, estupendo y multipremiado largometraje de ficción de José Luis Valle, cosa que quizá no hubiese sucedido de haberse impuesto el “criterio” de un par de jurados cuando menos, quienes, ya finalizada la sesión y firmada el acta correspondiente, fueron conminados por mí a que, off the record, confesaran por qué se negaron en redondo a darle financiación a Valle; la respuesta fue desoladoramente corrupta: “es que es muy mamón…”

Momento dos: años más tarde, una vez más integrante de un jurado calificador –esta vez para cortometrajes–, fui testigo del modo en que, contra cualquier argumento, tres de los cinco miembros impusieron a “sus” ganadores, por ahí de la mitad del total que podía apoyarse, dejando el resto a debate y posible rechazo; encima, claro, con la actitud de quien acaba de darte un premio de consolación.

Dudo muchísimo que esas dos ocasiones sean las únicas en que han sucedido anomalías por el estilo.

 

Modus vivendi

Si la intención verdadera se reduce a salvaguardar los recursos económicos de los extintos fideicomisos, entonces la comunidad cinematográfica firmante del comunicado no tiene de qué preocuparse y el énfasis debe ponerse en la llaga señalada por ellos mismos, cuando hablan de corregir los mecanismos de apoyo, por ejemplo, tomando en cuenta voces como la de Damián Alcázar, quien sabe bien de qué habla cuando sostiene que, vox populi o secreto a voces, hace rato que los fideicomisos cinematográficos están convertidos en un nido ya de corrupción, ya de amiguismo, más algunas otras distorsiones que los han desviado de su cometido original, ése sí impoluto.

Otra voz al respecto es la de Xavier Robles, un nofirmante tan miembro de la comunidad cinematográfica como cualquier otro: “los fideicomisos servían a camarillas de amigos que se repartían los fondos entre ellos (con la complicidad de los funcionarios)”, amén de esto otro, asimismo dicho en este espacio hace tres meses: “aunque la propia comunidad tenga dificultades para reconocerlo, el medio cinematográfico de ninguna manera es irreprochable o impoluto”. Lo que sigue es dicho con total conocimiento de causa y experiencia directa: hay quienes ven a los fideicomisos cinematográficos como un negocio, o cuando menos un modus vivendi, más que como un estímulo a la creación, y también los hay que medran de manera concomitante; por ejemplo, no faltan quienes “dan cursos” para integrar carpetas de proyectos aspirantes a un apoyo, lo mismo que quienes cobran por integrarlas.

Lamentablemente, tampoco faltan quienes se proponen para escribir el guión, dirigir, producir, editar, por todo lo cual cobran dinerales de cinco o hasta seis ceros, a lo que debe sumarse un secreto a voces en el medio: los costos inflados y la presentación de presupuestos en los que el productor debe demostrar que tiene los recursos necesarios, mismos que el fideicomiso completaría, cuando en realidad sólo se finge contar con todo o parte de dichos recursos, y se hace el cálculo para que la película en cuestión pueda ser hecha casi exclusivamente –o sin el “casi”– con el dinero del fideicomiso. Por supuesto que no puede generalizarse, pues hay, y no son pocos, quienes aspiran honestamente a obtener un apoyo. Más bien estos últimos son mayoría, pues otra mexicanísima distorsión es que los apoyos son ganados repetidas veces por unos cuantos, en detrimento de muchos. Igualito que el Fonca, para no ir más lejos.

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