




Del polen celeste
Si como afirma Martin Heidegger a propósito de Hölderlin: “Nosotros los hombres somos un diálogo. El ser se funda en el habla [...] el fundamento de nuestra existencia es un diálogo […] el diálogo y su unidad es portador de nuestra existencia”, se puede deducir entonces que el poeta es el puente entre los celestes y los hombres, el Hermes que comunica a los hombres con los dioses, el interlocutor del diálogo en la sincronicidad del lenguaje.
Víctor Toledo forma parte de esa generación de poetas que vieron publicados sus primeros textos en la Asamblea de poetas jóvenes de México (en 1980), de Gabriel Zaid. En sus poemas, el mito aparece como una metáfora persistente, la naturaleza y su imagen (como quería Hegel) se reafirma, como él mismo lo intuye en los ensayos de La poesía y las hadas (2014): “A partir de la cosmogonía órfica que canta la zaga de cómo la diosa madre (y el dominio total de lo femenino, la unión de la tierra, el mar y el cielo: forma e imagen absoluta de la poesía) es reemplazada por el poder masculino (la fragmentación, la racionalidad y el orden) hasta llegar a un equilibrio con Apolo, el cual domina a las ninfas: al dragón, a la pitón-oráculo, de las que toma y aprende sus artes: la curación y el don de la profecía, pero que finalmente es engañado por la ninfa principal: Telfusa-Erynis: dominador dominado, para que el oráculo de Delfos no se sitúe en el lugar que el dios designa. De esta manera el poder de la madre tierra, de la diosa, no es usurpado completamente por los atributos masculinos: el orden, la lógica, la razón, la objetividad, la visión cónica, y se llega a un mayor equilibrio.”
En Del polen, Toledo ha conformado un sistema del mito que nos remonta al origen, como advierte Heidegger; desde que el hombre deambula sobre la tierra ha nombrado infinidad de dioses, lo cual derivó en los dioses habitando la palabra, acto que propició la aparición de un mundo: “Dionisio, dio inicio,/ Dios nisio,/ Dios hijo, del Padre,/ Es necio quien no te sigue, cuando lo llamas,/ A tu fiesta sagrada en llamas. Dios el agua de la oscuridad y de la oscuridad del agua,/ De la piedra sangre, que nos lava/ Dios cetónico de las cetonias/ De la profunda voz/ Dios del líquido fuego y del Ser que vino.” El diálogo con los dioses nos remonta a ese momento primigenio, el presupuesto sobre el que poetas y estudiosos del mito como Robert Graves han formalizado sus apuestas. Los ciclos antiguos siguen ahí, aunque la modernidad los oculte en vano: “Apolo, dios de la luz y el sol, la verdad y la profecía/ Báñame con la purificación, la música, la medicina,/ La destrucción-creación, la dicha y la poesía.”
Del polen es la fertilidad de la palabra con la cual germina lo que nombra, cosmogonía de muchas lenguas. Víctor Toledo sabe reinventar, pasar por el camino mil veces transitado por primera vez, refresca el instante en el que el habla resucita su sentido prístino: nombrar como un bautismo las cosas y los seres: “Hablan música las musas/ Muje el hongo mujamor/ En Museo se agolpa multitud/ Las abejas mueren en la flor/ Mas renacen murmurando con la luz.”.