La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 18 Oct 2020 00:31 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Las pasiones ininterrumpidas de Boris Schoemann

En los últimos meses, uno de los directores de teatro con mayor presencia en la cartelera ha sido Boris Schoemann, como si la pandemia se hubiera convertido en un acicate poderoso para buscar salidas. Schoemann encontró varias y se convirtió en una especie de gestor generoso de espacios virtuales y presenciales, para realizar y transmitir numerosos espectáculos y montajes desde La Capilla como el epicentro de una resistencia que, pese a la adversidad, no se dobló en la pandemia. En entregas anteriores destaqué su trabajo de difusión, porque ese puente con los medios le permitió comunicarle al gremio que la única salida era un trabajo de conjunto.

La alianza con los creadores más sobresalientes de nuestra escena nacional también atrajo sobre La Capilla y su trabajo confianza y credibilidad en esa vibración al unísono que también corrió por rieles propios y colocó a su teatro como sede de su propia creación, con producciones meditadas y sobrias como las que ha presentado en los últimos meses.

Schoemann había montado en el Cenart y en La Capilla su hermoso y perdurable Bashir Lazhar, de Evelyne de la Chenelière, que se cruza en varias coordenadas geográficas y espirituales (la escuela, la migración, Montreal, Argelia, el suicidio, la persecución y la muerte); tal vez la punta de ese extraordinario iceberg, ese rasgo fundamental que lo caracteriza: su capacidad de dialogar con la escena internacional, tanto en el rigor escénico que lo hace consanguíneo de los laboratorios teatrales europeos y más allá, así como su cosmopolitismo, por su manera de enfrentar el tema de la existencia, desde su historicidad política hasta la universalidad que cuestiona la violación de los derechos humanos.

No todas las puestas en escena sobreviven en la cartelera, pero también los nuevos formatos han permitido crear de manera más o menos acertada y perdurable un patrimonio grabado, a pesar de la obsesión tribal por hacer el teatro en vivo y reconocer en ese acto que la presencia es una de las características esenciales de ese arte del presente, del aquí y ahora, como un dispositivo que, en su artificialidad, tiene la posibilidad de colocarse en la resonancia de lo onírico y auténticamente ser “la otra escena” a la que se han referido desde Andrée Green a Jean Duvignaud, y desde Lacan a Melanie Klein.

En ese tenor, las presentaciones de Tierra oceana, de Daniel Danis, dirigido también por Schoemann (quien actúa en el papel de Dave), es otro de los montajes anteriores a la pandemia y que llevó a las pantallas con un nuevo lenguaje para la pieza, superando esa dificultad de un encuadre tan “cuadrado” para una obra sin bordes. Sobresalieron unos actores (Anton Araiza y Emmanuel Lapin) de enorme capacidad para darle una dimensión tan intensa y personal, que permitió un bordado fino y permite regresar a la obra de continuo.

También montó Las chicas del tres y media floppies, de Legom, con temporada presencial y virtual, a la que da un giro que coloca el expresionismo y violencia que le dio en su montaje Germán Castillo, del lado de una especie de redención y profunda especulación filosófica de la existencia, que ubica un tema difícil y polémico del lado de la reconciliación y la identificación.

Cuando Boris llegó a México tenía veinticinco años y se asomó con una curiosidad de estudiante becario, hace tres décadas, con largos apegos a las instituciones (la Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana) y las tareas teatrales que se ha asignado/inventado (la Semana Internacional de la Dramaturgia Contemporánea) para seguir aquí, seguramente fascinado con el afecto que le prodigamos.

La presencia de Schoemann en este largo período que llamamos de cuarentena, encierro, reclusión, confinamiento… adjetivos que califican más una situación de adversidad que de cuidado, apareció como una forma de verdad, sinceridad, autenticidad y profesión de fe por un arte que auténticamente se manifiesta como una de las posibilidades de consolación.

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