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Los planetas narrativos de Yuri Herrera

'Diez planetas', Yuri Herrera, Periférica, México, 2020.
Alejandro Badillo

La ciencia ficción y fantasía tienen una historia larga en México. A pesar de la pesada tradición realista que arrastramos, hay ejemplos de escritores que han ido a contracorriente, arriesgándose con temáticas que, aún para muchos, siguen siendo entretenimiento frívolo. En el siglo xx, a partir de la década de los años ochenta, se consolidó un movimiento en el que destacan los nombres de Alberto Chimal, Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate, entre otros. Gracias a fanzines, revistas de escasa circulación y, posteriormente, editoriales comerciales y algunos premios, estos autores mantuvieron viva la llama de estos géneros.

Yuri Herrera (1970), a quien muchos identifican por su novela Trabajos del reino, publicada en el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2004 y reeditada en España con gran éxito de crítica, incursiona en los terrenos de la ciencia ficción y la fantasía con Diez planetas, colección de cuentos en los que la imaginación desbordada unifica historias que lo mismo abordan extraterrestres, que tienen encuentros con humanos –al estilo de Crónicas marcianas, de Bradbury– o inauditas transformaciones corporales y temporales. En momentos en los que domina el hiperrealismo, Herrera apuesta por lo imposible para acercarse a los acontecimientos de estos días.

Es interesante hacer una comparación o, mejor aún, un vínculo entre el debut de Herrera y su libro más reciente. En Trabajos del reino explora la realidad del narcotráfico, explotada hasta el hartazgo por la narrativa realista, a través del sutil código de la fábula; en este nuevo título la fábula se desprende, o intenta desprenderse, de cualquier referencia inmediata y se interna en registros cada vez más imaginativos para, desde ahí, interpelar al lector. Por esta razón los textos se alejan de la lógica de la ciencia ficción dura o científica, o de la fantasía que establece una mitología coherente. Al igual que Ray Bradbury, Stanislaw Lem y Etgar Keret, Herrera hace sus reglas en el camino y las cambia en cada uno de sus cuentos.

Las historias más afortunadas de Diez planetas son las de corto alcance, donde lo extraño se presenta de inmediato. A medio camino entre el cuento tradicional y la ficción breve, Herrera casi siempre da en el blanco. Ejemplo de estos ejercicios es “La ciencia de la extinción”, que plantea una disolución veloz de la memoria que se resuelve con una imagen nostálgica. Este tipo de cuentos le da la oportunidad al autor de experimentar un poco más con el lenguaje y ofrecer pasajes que conmueven, antes que los elaborados juegos mentales, tan comunes en lo extravagante.

Los textos más elaborados del libro tienen algunos problemas; el principal es la abundancia de referencias. Herrera quiere meter demasiada información en poco espacio y crear una cartografía única del universo que presenta. Engolosinado con la invención, el narrador deja que la tensión principal se diluya. Otros cuentos establecen promesas que parecen anzuelos desaprovechados. En “Casa tomada” –ineludible ejercicio intertextual con el famoso cuento de Cortázar– el hogar de una familia adquiere conciencia propia e interactúa con ellos como una especie de demiurgo moral. Sin embargo, las diferentes alegorías que contiene la pieza del argentino quedan, en esta nueva aproximación, ancladas en lo literal, demasiado lejos de una lectura que aproveche mejor la premisa.

Diez planetas es, visto a la distancia, un divertimento valioso, un catálogo de extravagancias que, en ocasiones, van más allá y critican a la sociedad humana. En otros momentos sólo tenemos territorios fértiles para la imaginación que parecen lejanos a nosotros. Por supuesto, no son defectos o descuidos del autor, sino apuestas que pueden funcionar para algunos lectores. Yo me quedo con los textos que van más allá de la pirotecnia y tocan el terreno de las fábulas y sátiras antiguas, aquellas que construyen escenarios imposibles para resaltar nuestras contradicciones.

 

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