Vivir conforme a la naturaleza el cinismo filosófico

- José Rivera Guadarrama - Sunday, 25 Oct 2020 07:38 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Suele creerse que la filosofía es pura reflexión, que no tiene ninguna aplicación práctica, y esto no es del todo correcto. Ya desde la antigua Grecia, durante la segunda mitad del siglo IV aC, existieron filósofos prácticos, que ponían en acto lo que pensaban. Llevar esa forma de vida era complicado, sobre todo porque se decía que estos filósofos rompían con las convenciones sociales; además, el nombre con el que se les conocía no ayudaba mucho: los llamaban ‘cínicos’. Decirle cínico o cínica a otra persona no es una denostación ni una ofensa, si se sabe bien el antiguo significado del término. Cuando alguien le dice cínico a otro, no lo está ofendiendo; al contrario, le hace un halago intelectual. Lo que pasa es que el término ha cambiado de significado.

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Se reconoce que el fundador de los cínicos fue Antístenes, discípulo de Sócrates, que vivió en el siglo IV aC. El nombre de este movimiento se debe a que se reunían en un gimnasio a las afueras de Atenas, llamado Cinosargo. La palabra se puede traducir del griego como “perro blanco o veloz”; de ahí que kynikós (cínico) signifique perro. Antístenes fue de los pocos filósofos presentes en los últimos instantes de la vida de Sócrates, al momento de tomar la cicuta, tiempo durante el cual mantuvo la conversación sobre la inmortalidad del alma, que luego Platón escribiría en el diálogo Fedón.

Antístenes: “Que la virtud está en los hechos…”

Antístenes vendió todas sus propiedades, se deshizo de todo lo material. Sólo vestía una túnica raída, que llamaba la atención de Sócrates, pero Antístenes argumentaba que así contemplaba la vanidad humana a través de los agujeros de su clámide. También comenzó a usar una alforja y un bastón. Así, esta forma de vivir se convirtió en una especie de uniforme de los cínicos. Además de que rechazaba todo lo que no puede llevar encima, con la intención de librarse de los caprichos de la fortuna y regir su destino. Vestido de aquella manera, comenzó a propagar su conocimiento.

En su obra Historia de la filosofía, Giovanni Reale y Dario Antiseri aseguran que “en su origen, un cínico es ante todo alguien que vive de una cierta manera y al que, por eso, sus conciudadanos lo consideran alguien marginal, salvaje: en una palabra, como un perro”.

Sin embargo, influenciado por la admiración de su maestro Sócrates, Antístenes reforzó la práctica moral en el sentido de la capacidad que tiene el humano de bastarse a sí mismo, de contar con autodominio, fuerza de ánimo, capacidad de soportar fatigas, entre otras cosas, y limitó a lo mínimo los aspectos doctrinales, oponiéndose de manera férrea a los desarrollos lógico/metafísicos de Platón. Por lo tanto, el cinismo retoma de esta manera la antigua oposición entre naturaleza y ley, que era un tópico característico de los sofistas del siglo V aC, y sus figuras se posicionan en contra de lo convencional, propio de la polis, y a favor de la naturaleza. Esto se debía a que los cínicos consideraban que por medio del influjo de la polis los humanos adoptan falsas creencias acerca del mundo, concepciones erradas, convenciones injustificadas, las cuales trastocan sus valoraciones.

La obra donde más se puede apreciar la práctica filosófica de estos cínicos es la de Diógenes Laercio, importante historiador griego de filosofía clásica, llamada Vidas de los filósofos ilustres. En ella se relatan algunas de las muchas escenas en las que participaron tres de los principales cínicos: Antístenes, Diógenes y Crates.

Del primero, nos dice que “Antístenes se burlaba de Platón por creerle henchido de vanidad. Durante un desfile vio a un caballo que piafaba con estruendo y dijo a Platón: ‘A mí me parece que tú también eres un potro jactancioso’”. Los principales temas de Antístenes, nos dice el historiador, iban enfocados a “demostrar que es enseñable la virtud. Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos”.

Diógenes: el perro contra el “bípedo implume”

Otro de los más importantes cínicos, que ha pasado a la historia como el más reconocido y citado, es Diógenes de Sínope, mejor conocido como Diógenes el Perro. Este filósofo realizaba en público todas las actividades que los demás hacían en privado. Vivía de acuerdo con la naturaleza y cuestionaba, al mismo tiempo, la vida de las sociedades, sus valores, sus convenciones e instituciones.

Unas de las objeciones prácticas más filosóficas de este pensador es la que se cita en la obra Vidas de los filósofos ilustres. En ella se relata que Diógenes de Sínope había escuchado reiteradas veces que Platón afirmaba que “el hombre es un animal bípedo implume”, y que por eso obtenía muchos aplausos y reconocimientos. Entonces, Diógenes “desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: ‘Aquí está el hombre de Platón’”. Desde entonces a esa definición se agregó “y de uñas planas”.

En otra ocasión, citando la misma obra, Diógenes decía que “los dioses habían concedido a los hombres una existencia fácil, pero que ellos mismos se la habían ensombrecido al requerir pasteles de miel, ungüentos perfumados y cosas por el estilo”; además, este cínico “se masturbaba en medio del ágora”. Ahí, mientras satisfacía sus placeres, agregaba: “¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!”

Crates, el “abrepuertas”

Del tercer cínico, Crates de Tebas, se dice que fue un ciudadano adinerado y de buena posición social, que también renunció a toda su fortuna para hacerse filósofo cínico. Fue discípulo de Diógenes y maestro de Zenón de Citio, el que luego fundara una de las escuelas más importantes de la filosofía antigua, el estoicismo.

A diferencia de su maestro Diógenes, Crates era un hombre amable y tranquilo, que le valió el sobrenombre de el Filántropo, así como el de abrepuertas, porque la gente le llamaba a sus casas para pedirle consejo y charlar con él. Como todos los cínicos, predicaba la autarquía y la sencillez dando ejemplo con su vida y sus actos, y aunque de estilo menos agresivo que sus predecesores, su actitud es la misma que los demás.

Aquellos pensadores cínicos no proponían el regreso a un estado salvaje similar a lo presocial, a lo antisocial o anárquico. Al contrario, sus críticas no estaban dirigidas a toda la forma de vida social; sólo rechazaban las convenciones irracionales y las valoraciones contraproducentes que generaban sufrimiento y alejaban a los hombres de la virtud, entendida como una vida en conformidad con la naturaleza.

Con todo ese ímpetu, y a pesar de las adversidades, se considera que estos pensadores fueron los grandes filósofos de la libertad. Mostraban que la felicidad sobrepasaba a la libertad, que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices, y que en caso de que no lo fuéramos, se debía más bien a nuestra estupidez y no a las leyes naturales de la humanidad.

Vuelta a la naturaleza

Como es evidente, la filosofía cínica tiene sus raíces en Sócrates. Igual que este filósofo ateniense, los cínicos no buscaron formular un sistema filosófico; lo que pretendían era obtener o enseñar un beneficio para la vida humana. Fue por eso que tomaron como modelos a seguir a los dioses, a los animales y a Heracles. Al respecto, John Moles aseguraba que “los cínicos hacían una especie de filosofía misionera. Mediante el ejemplo y la exhortación, ellos mostraban la vida como una virtud”, y no como puro sufrimiento.

Carlos García Gual dice que “los sofistas habían señalado la oposición entre las leyes de la naturaleza y las de la convención: la physis frente al nomos”, y que Diógenes “llevó al paroxismo la contraposición y eligió atender sólo a lo natural. En su vuelta a la naturaleza, encuentra en los animales sus modelos de conducta. Se complace observando el ir y venir de un ratón que recoge alegre sus alimentos, y halla en el perro un buen ejemplo para vivir despreocupado y sincero”.

Fue por eso que tomaron a los dioses y a los animales como un modelo de conducta. “Ellos no necesitan nada, o poco, para vivir. Así, los cínicos buscaban bastarse a sí mismos. Necesitar lo menos posible de las cosas externas. Para ellos, los dioses y los animales ocupan el lugar del sabio”, apunta García Gual.

La vida del cínico transcurre al margen de la civilización imperante, de sus instituciones comunitarias y de sus valores convencionales, todo lo cual es invalidado por el cínico con su comportamiento vivo. Los cínicos, además, son cosmopolitas. No tienen casa, su hogar es el mundo entero. Estos personajes rechazaban la teoría platónica de las ideas. Para los cínicos sólo existe lo que puede ser percibido por los sentidos, y defendieron una ética de la autosuficiencia y la independencia. Al mismo tiempo, propagaron el ideal de la vida natural y el cosmopolitismo, como Diógenes lo decía. Rechazaban la existencia del Estado, pero no desde una idea autárquica. Lo que ellos querían decir era que, para el sabio, no hay patria, ni leyes, ni familia, ni diferencias de clase.

Es claro que su aspecto era impactante. José Martín García describe a los cínicos como aquellos “con un magro pero musculoso cuerpo, con larga barba, vestidos con un tosco y raído manto doblado contra el frío en invierno, y sirviéndose de un bastón y un zurrón, se alimentan con el pan, las verduras y algunos pescados que mendigan, sobre todo arenques o sardinas de salazón, usan la sal como único condimento y la bebida del agua de las fuentes y duermen instalados en los pórticos de los templos o en las puertas de las casas ajenas en una determinada ciudad o en cualquiera en que se halle”, de manera que podían ser reconocidos a simple vista.

Los cínicos del porvenir

Sin embargo, para Michel Onfray, filósofo francés, “hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les correspondería la tarea de arrancar las máscaras, de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil pedazos los bovarismos generados y luego amparados por la sociedad”.

Este pensador revalora la importancia de esa filosofía cínica, ya que “todas las líneas de fuga cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no ya como un geómetra, más bien como un artista, el escenógrafo de un gran estilo. Diógenes es uno de estos experimentadores de nuevas formas de existencia”.

Fue por eso que al cínico le gustaba llamarse “perro, porque sentía una particular inclinación por las virtudes del animal. No es este perro el faldero dócil, sumiso y satisfecho, que vive protegido junto a amos tan ahítos como él; por el contrario, el cínico desconoce la correa, la casilla y la pitanza regular adquirida al precio del conformismo”, indica Onfray.

La vigencia de esta forma de filosofar consiste en aprender a vivir, a pensar, a existir y a obrar ante los fragmentos del mundo real. Así, continúa Onfray, “enseñan la insolencia frente a todo lo que se engalana con las plumas de lo sagrado: lo social, los dioses, la religión, los reyes y las convenciones. La filosofía cínica se preocupa por las cosas cercanas y desacredita todas las empresas que privilegian el espíritu de seriedad”.

Otro filósofo, Pedro Fuentes González, dice que en la antigüedad hubo quienes negaron que el cinismo constituyera una auténtica escuela de pensamiento, una opción o secta filosófica, reduciéndola a la condición de simple “actitud ante la vida”. Sin embargo, afirma, “a estas alturas, los estudiosos ya la consideran una escuela de pensamiento. Su pensamiento nos ha llegado de modo fragmentario, en forma de anécdotas. Lo que pasa es que en realidad esta literatura se perdió en gran parte”.

Estoicos y epicúreos: los hijos del cinismo

Los tres cínicos más importantes son Antístenes, Diógenes y Crates, pero hay otros igual de importantes, como Metrocles y Onesícrito de Astipalea. Sin dejar de lado a Hiparquia de Marinea, una de las primeras mujeres filósofas. Ella también participaba en las reuniones de filósofos, hablaba, escribía y debatía con ellos y entre ellos.

Pierre Hadot refiere cómo la filosofía, en la Edad Antigua, era concebida más como una forma de vivir que como un simple discurso autónomo. Indica, además, que fue Sócrates quien constituyó a la filosofía como un ejercicio espiritual, ya que sus digresiones están destinadas a hacer progresar a los pensadores y no sólo a transmitirles un determinado saber.

Pese a que hay pocas obras completas escritas por filósofos cínicos antiguos, la importancia de esta escuela de pensamiento se extendió durante varios siglos a diversas regiones de Occidente. Algunas de las corrientes filosóficas más importantes que se derivaron de la escuela cínica fueron el estoicismo y el epicureísmo.

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