Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
11lasenoritaetcetera.jpg

El regreso de la señorita etcétera

'La señorita etcétera', Arqueles Vela, El Colegio de México, México, 2020.

Empieza a circular en estos días una edición facsimilar que preparó Rose Corral de la ya casi centenaria novela de vanguardia de Arqueles Vela, La señorita etcétera (México, El Colegio de México, 2020). Aunque se trata de una rigurosa edición académica, el volumen merece destacarse no sólo porque se anticipa a la conmemoración y propone nuevas lecturas de la misma, sino porque al rescatar por primera vez las características editoriales del original nos permite retrotraernos a diciembre de 1922, el annus mirabilis de las vanguardias, con una ventaja adicional: esta reproducción restituye no sólo la portada original y los anuncios de autos, del “agua mineral Tepeyac” o de cámaras fotográficas que conocieron los lectores de principios de siglo, sino un par de textos que formaban parte del paquete original pero que todos desconocíamos en virtud de que leímos el texto de Vela en antologías o ediciones “literarias”. Nos perdimos, así, de un breve pero estratégico Prólogo de Carlos Noriega Hope, el director de El Universal Ilustrado, lugar donde primero apareció el texto formando parte de la llamada “Novela semanal”, y de una pequeña fantasía periodística colocada a modo de colofón y que escribió el propio Vela, aludiendo a su condición de trabajador asalariado en un periódico burgués. Mientras que Noriega Hope asegura que su suplemento es ecléctico y que su distintivo es alejarse de todo “partidarismo literario” (una forma sutil de aludir a lo que hoy llamaríamos “mafias”), Vela trabaja lo que tendría ser que ser una “entrevista periodística” y la convierte en un disfrutable texto de ficción que también es una protesta implícita en contra de la actualidad de la noticia que promueve el periódico.

Rose Corral, por lo demás, no sólo convida a la investigadora Yanna Haddatti a que contribuya con un estudio, también incluye generosos “Anexos” que le permiten añadir una “ficha de presentación” del propio Vela, que había permanecido inédita (con sentido del humor en ella declara el estridentista que “vive de una mujer y muere por todas”), y recolecta con buen tino una serie de textos aparecidos también en el periódico, todos ellos verdaderas piezas de valor literario. Una de la joyas de esta recopilación, dicho sea de paso, es una supuesta “entrevista” que le hace Vela a Alfonso Reyes, a quien los jóvenes vanguardistas de aquel entonces consideraban “uno de los suyos”. De nuevo, el escritor nos sorprende con una “moneda falsa”; la “entrevista”, sin dejar de serlo –Reyes en efecto se encontraba en Ciudad de México llamado por el presidente Álvaro Obregón, a objeto de conferirle una misión diplomática con el Rey de España– se transforma en un retrato psicológico y en una deliciosa estampa donde lo que domina es la imaginación. Literatura antes que periodismo. Lo sorprendente no es tanto que Vela se arriesgara a hacerlo, sino que contara con la anuencia y la complicidad del director de la revista.

Me resulta imposible comentar cada uno de los hallazgos que Rose Corral ofrece a los lectores. Sí puedo asegurar que, mejor que un libro o una plaquette, mejor que un texto literario sobre el que puede cebarse la pasión de los eruditos, lo que esta edición pone en nuestras manos es un artefacto o un dispositivo de naturaleza cultural, una suerte de bomba explosiva de acción retardada capaz de levantar nuevas tolvaneras a casi un siglo de su primera irrupción.

La prosa, ya lo sabemos, suele tener más lectores que la poesía. Los poemas de Maples Arce, algunos magistrales como Urbe. Super-poema bolchevique en cinco cantos, lo mismo que los poemas de Germán List Arzubide y Salvador Gallardo, que contribuyeron a cambiar el panorama poético de México, quizás no tuvieron tanto impacto como los textos en prosa de Arqueles Vela, que además aparecían en lo que era el mejor suplemento de variedades de su tiempo. El propio Noriega Hope y algunos de sus colaboradores cercanos, como Francisco Zamora (que se firmaba Jerónimo Coignard) parecen haberse contagiado de la sintaxis extraña y evanescente de Arqueles Vela. Por lo demás, y me parece algo digno de señalarse, Arqueles Vela resulta ser a la postre el más prolífico de los autores de este movimiento. Más allá de sus textos del período estridentista (que van de 1922 a 1927), Arqueles Vela continúa publicando novelas y de modo particular trabajos de estética y de crítica literaria. Entre estos últimos me gustaría destacar Historia materialista del arte (1936), El arte y la estética. Teoría general de la filosofía del arte (1945), Teoría literaria del modernismo (1949), Literatura universal (1951), Fundamentos de la literatura mexicana (1953) y Análisis de la expresión literaria (1965). No está por demás indicar que en un par de ocasiones Vela “reniega” del estridentismo, y de otras corrientes de vanguardia, como el ultraísmo y el creacionismo, a las que francamente considera como muestras de “una clase burguesa en descomposición”. Tal cual.

Desde hace mucho he llegado a la convicción que La señorita etcétera de Arqueles Vela no sólo responde a los acelerados cambios que se vivían en México a partir del triunfo de la Revolución y de los crecientes procesos de modernización que ella misma propició. La figura disolvente de la mujer moderna, que se ocupa de los teléfonos o de los servicios de belleza, pero que también ingresa a los caserones fabriles como parte de la “fuerza de trabajo”, lo que las incita a cortarse los cabellos y adoptar en su forma de arreglarse y de vestirse nuevas figuras de la modernidad (de entonces vienen las “flappers” y las “pelonas”), provoca en los hombres de la época emociones difíciles, algo así como una angustia existencial poco digerible. De aquí ese personaje femenino inasible, de cierto modo amenazante, pero también anónimo que se desdobla y adopta múltiples personalidades en la novela de Arqueles Vela, quien detectó mejor que nadie las vibrantes emociones de aquella modernidad, y le puso un nombre no superado, por su capacidad de difuminarse y disolverse en el aire: etcétera.

 

Versión PDF