Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 15 Nov 2020 01:19
Las siguientes son otras tres de las nueve películas que participaron en la sección oficial de largometraje mexicano de ficción del reciente Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM18), cuya ganadora fue Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020). A propósito, una fe de erratas: en la entrega pasada, por error se atribuyó la fotografía a Clarice Jensen, autora de la música. El estupendo trabajo en la cámara es de Claudia Becerril.
De diosas, fuegos y máscaras internas
Puede afirmarse que con Rencor tatuado (2018) Julián Hernández dio inicio si no a una nueva etapa en términos absolutos, sí a una búsqueda creativa novedosa en su ya larga filmografía; también cabe considerar que dicha búsqueda se reafirma con La diosa del asfalto (2020), su trabajo más reciente. Sin renunciar del todo al esteticismo visual que tan caro y útil le ha sido –con el apoyo sustancial del cinefotógrafo Alejandro Cantú–, ahora Hernández se enfoca más en el argumento, la trama y el desarrollo narrativo, para beneficio de la propia cinta cuyo guión, por cierto, no pertenece al autor de Rabioso sol, rabioso cielo, sino a Susana Quiroz e Inés Morales, para la segunda ocasión en que Hernández realiza en cine una historia concebida por alguien más.
En cuanto a la referida búsqueda del cineasta, hay otras afinidades entre Rencor tatuado y La diosa del asfalto: en ambas, la o las protagonistas son mujeres, y en las dos se trata de alguna variante de la venganza. Aunque en cada caso dicho acto de reivindicación va dirigido en contra de alguien en particular, es plausible valorarlo simbólicamente como una suerte de desquite femenino, cuyas integrantes se las cobran al resto del mundo, incluyendo la posibilidad de que ese pago de factura lo asuma otro personaje femenino, como es el caso en La diosa del asfalto.
Con Fuego adentro (2020), su tercer largometraje de ficción, Jesús Mario Lozano recurre a una ortodoxia narrativa que no era el principal atributo de sus filmes previos, en los que primaba una intención más experimental y, por lo tanto, de mayor osadía. Empero, la opción a transitar por senderos narrativos diríanse convencionales no le vino mal a Fuego adentro, dada la naturaleza de aquello que cuenta: esa suerte de destino inevitable al que se condena todo aquel que entregó vida y suerte al narcotráfico, sin importar que, en algún momento y por cualquier razón, quiera practicarse el abandono, la apostasía de ese mundo sórdido de leyes no escritas pero inexorables. Bien contada en términos generales, la historia de este anónimo dealer y sicario que busca escapar de lo inevitable es tan sencilla como ir de un punto A a un punto B, y así la desarrolla Lozano, a quien acaso habría que reprocharle un par de morosidades iniciales definitivamente inanes, así como cierta tardanza para arribar a un clímax previsible y esperado, que se retrasa por la inclusión de pequeñísimas subtramas, casi meros apuntes, que dan la impresión de no ser necesarios.
Por su parte, con Fauna (2020), Nicolás Pereda reafirma diversas constantes, tanto formales como de contenido, que ha venido exhibiendo en sus filmes previos –Perpetuum mobile, Los mejores temas, ¿Dónde están sus historias?, por mencionar sólo tres de los nueve en su haber, incluyendo Fauna. Además de culminar un proyecto más con su equipo histriónico de cabecera, lleva mucho más adelante algo que se bosqueja desde sus primeras propuestas: una mirada intradiegética que busca entender, enriqueciéndolo al mismo tiempo, el hecho narrativo en sí, entendido como la puesta en escena de la cotidianidad más simple sólo que desdoblada en la representación que todos, en algún momento o constantemente, hacemos de nosotros mismos. En ese sentido, y valiéndose de un abordaje minucioso y calculado, Fauna se propone también como una teoría de la actuación, que es decir de la máscara y la esencia última del individuo. (Continuará).