




La rebelión de la carne
El año pasado Socorro Venegas, directora general de Publicaciones y Fomento Cultural de la UNAM, echó a andar la colección Vindictas, una serie de libros que pretenden recuperar obras de escritoras que, por distintas razones, han quedado fuera del mapa del canon literario y, por supuesto, lejos de las nuevas generaciones de lectores. Es loable que la UNAM asuma la labor de enriquecer la memoria literaria de país a través de estos redescubrimientos. A veces, sometidos a la dictadura de la novedad, las instituciones del Estado se diferencian poco de la oferta comercial siempre volátil y con criterios de venta rápida.
El título número tres de la colección es De Ausencia, de María Luisa Mendoza (Guanajuato, 1931-Ciudad de México, 2018). La autora, quizás para muchos conocida por su trabajo en el periodismo, escribió varios textos de ficción que, por desgracia, son casi inconseguibles. De Ausencia, quizás la obra más conocida y publicada en 1974 en la famosa Serie del Volador de Joaquín Mortiz, es una gran novela que se nutre de la experimentación del siglo XX y que, además, dialoga con varias tradiciones y estilos.
La trama de la novela –contada por la autora al periodista cultural Miguel Ángel Quemain en el libro de entrevistas Reverso de la palabra (El Nacional, 1996)– tiene un detonante real: el asesinato de un hombre acaudalado a manos de su amante y un minero. La historia, consultada por Mendoza en los archivos del padre Marmolejo, en los que se cuentan más de cien años de historia de Guanajuato, pasó de una noticia de nota roja a un delirante entramado de voces, tiempos y lenguajes. Teniendo como guía el barroco del autor cubano Alejo Carpentier y la atención al detalle de Proust, entre muchas otras referencias y ejercicios intertextuales, la autora nos cuenta la historia de su heroína, Ausencia Bautista, hija de Gerundio Bautista, un hombre que pasó de la pobreza a la riqueza gracias a la minería en el estado de Guanajuato. A partir de ahí, la vida de la mujer estará marcada por el hedonismo y la exploración sensorial del mundo que la rodea, marcada por los placeres de la carne.
Hay varios elementos que sirven de guía para analizar De Ausencia y destacar su importancia en nuestras letras. El más relevante es la voluntad de hacer del lenguaje un acontecimiento único. Para María Luisa Mendoza las palabras existen sólo para retorcerlas, jugar con ellas, mezclarlas, unirlas en combinaciones imposibles y, sobre todo, usarlas para crear imágenes que se mueven en el terreno de la poesía, en lugar de la prosa informativa a la que nos tienen acostumbrados muchos autores. La vida de Ausencia Bautista es siempre mediada por el lenguaje que explota en artificios sensuales que, sin ningún pudor, dan cuenta de las indagaciones eróticas de la protagonista. Además, la vocación sensorial se traslada también a otros elementos narrativos: la descripción de Guanajuato –particularmente la ciudad de Irapuato–, el detalle en los espacios en los que se mueven los protagonistas, como si estuvieran en escenarios brillantes, profusamente decorados.
Al igual que otras obras de la época que renunciaron al realismo para entregarse a la fabulación, De Ausencia no reconoce más límites que la inventiva. Por otro lado, plantea un personaje revolucionario incluso para la época en que fue publicada la novela: una mujer que lleva su sexualidad hasta las últimas consecuencias y que, incluso, es capaz de cometer un crimen cuando se siente abandonada. En lugar del castigo habitual o la predecible inmolación de la heroína, María Luisa Mendoza le sigue dando cuerda a su protagonista hasta su último viaje en el Gigantic, un guiño al famoso barco hundido en 1912. Quizás esta apuesta radical, realizada con una prosa desinhibida y barroca, que en los setenta fue ignorada, encuentre en esta nueva oportunidad los lectores que se merece.