Las pequeñas épsilon

- Odysseas Elytis - Sunday, 15 Nov 2020 03:06 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El milagro perdido

 

Cerca de aguas que fluyen, alguna vez, en el destellante follaje, se dijeron las primeras palabras de adoración que confesó el hombre tras el largo sueño de animal. Y desde el espasmo del perro hasta la palpitación del Ángel se erigió, verdadero eje de la vida, el Amor, para medir nuestro alejamiento de la Tierra, nuestra vocación y capacidad para buscar el Paraíso.

Ya no estamos en la época en que de Suzette Gondart Hölderlin creaba su Diotima, o en que Novalis encontraba la “realidad suprema” en la aureola de una chiquilla de trece años, su prometida prematuramente desaparecida, Sophie von Kuhn. Sin embargo, uno se pregunta: todos aquellos elementos de la exaltación, de la adoración, del sacrificio, de la unión con lo divino que entonces una cabeza iluminada bastaba para absorber ¿que fue de ellos? ¿Es posible que se hayan perdido para siempre de nuestro interior? No, no; el ser humano no cambia tan fácilmente, y si en nuestros días el milagro se ha vuelto inaccesible, no significa que los elementos que lo constituyen hayan dejado de existir. Simplemente luchan con desesperación en nuestro interior sin encontrar salida. Y es precisamente desde su turbación que vemos subir a la superficie tantos nuevos infortunios: la angustia, la locura, el vacío, la desesperanza, la nada.

Así, poco a poco, a pesar de los poetas y de los creyentes, se esparció la argamasa del racionalismo en toda la extensión infinita de la imaginación. La única verdadera realidad se escapó por debajo de nuestras piernas. Y el joven de nuestra época quedó amordazado, impotente, condenado a complacerse con el Infierno como los cerdos con el lodo. Algo peor: quedó privado de la única posibilidad que creía que el rechazo de las supersticiones le había proporcionado: su plenitud erótica. Porque, faltaba más, no sólo existe el esperma de la perpetuación que de pronto ganó el derecho de desperdiciar con la mayor facilidad; existe también el otro esperma, el invisible, que encierra todas las fuerzas profundas del ser humano para superarse a sí mismo y que, según la oposición que encuentran en su dispersión hacia el mundo exterior, se vuelven al final las fuerzas del Bien o del Mal que definen nuestro destino.

Actualmente nos encontramos en el total desnudamiento del cuerpo, no de su ropa, sino de su sentido secreto. Y el espacio del discurso erótico, de espacio de éxtasis superior, se ha vuelto espacio de tedio y de valores anulados por la inflación.

Al parecer, será necesario que lleguemos hasta el último extremo del absurdo al que nos condujo nuestra divinidad racional, para que devolvamos la vida a su verdad esencial y para que vuelvan a encontrar nuestros sentidos su santidad perdida. Entonces tal vez de nuevo, con el paso de los años, cuando la Tierra completamente desecada se resquebraje y se desborde por sus grietas el otro cielo, el oculto en su interior, tal vez entonces vuelva el hombre a inclinarse con verdadera pureza sobre la criatura amada. Para que se iluminen sus entrañas y pueda pronunciar en voz alta las palabras de adoración que, en tiempos difíciles, totalmente solo en medio del desierto, apenas se había atrevido a deletrear:

¡Luz del amor! ¡Aun sobre los Muertos tu Oro haces brillar!

 

* Friederich Hölderlin: “Quejas de Menón por Diotima”, fragmento III

 

Versión y nota de Francisco Torres Córdova

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