ProsaIsmos

- Orlando Ortiz - Sunday, 15 Nov 2020 02:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
“Lanchitas”, de José María Roa Bárcena

 

Siempre he sentido como algo descabellado, excesivamente descabellado, seguir criterios políticos, morales o ideológicos para calificar una obra literaria o artística. Está probado históricamente que tales exabruptos desembocan en aberraciones espantosas. Debe haber excepciones, pero no menudean.

Un ejemplo de lo anterior, creo, es el de José María Roa Bárcena, autor olvidado casi y bastante marginado, no por la calidad de sus escritos literarios, sino por sus convicciones. Algo parecido pudo sucederle a Rafael Bernal, pero El complot Mongol borró de un plumazo su militancia sinarquista, de la cual nunca renegó. Eso, y que el volumen de su obra es considerable.

El caso de Roa Bárcena es diferente; escribió poesía pero sus textos más importantes discurren por la prosa, sobre todo la narrativa e histórica. Bastante célebre es su libro Recuerdos de la invasión norteamericana en México; también destacan Leyendas mexicanas y su Historia anecdótica de México. Estrictamente literarios son Noches al raso, Lanchitas, Combates en el aire y El rey bufón, así como una primera novela (con fallas implícitas en esta categoría), La quinta ideal, en la que sus propósitos doctrinarios le ganan a los literarios.

Algunos liberales contemporáneos suyos aseguran que “fue uno de los paladines de las ideas conservadoras en la prensa; pero ha tenido el orgullo de haberse retirado del combate sin haber escrito nunca en tales diarios ninguna de esas diatribas, ninguno de esos artículos en que el insulto y la calumnia son el hilo de la trama de que se vale el periodista”. Lo respetaban liberales de la talla de Ignacio M. Altamirano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio... en fin, colegas de la pluma, con los cuales colaboró en ese ámbito.

Católico pleno, fue de los que se afanaron para traer a Maximiliano, pero se deslindó de él cuando el “empeorador” mostró su inclinación por conservar las leyes de carácter liberal que se suponía habría de desaparecer. Fue excelente traductor y, al decir de Menéndez Pelayo, “pocas veces se ha visto Byron en castellano tan bien interpretado, y quizás, ninguna mejor”. Estudioso continuo, a sus sesenta años le interesó estudiar latín y llegó a traducir con pulcritud a Horacio y a Virgilio. Lo sorprendente es que, según escribe Riva Palacio en Los ceros, “no estudió en colegio alguno; lo que sabe lo debe a sus propios esfuerzos y a su inteligencia”.

Quienes están más allá de banderías y dogmas, consideran a Roa Bárcena el primer escritor mexicano que le da al cuento una orientación definida y ya con los rasgos del cuento moderno. A eso agregaría yo que también es pionero del cuento de horror, con sus narraciones “El hombre del caballo rucio” y, desde luego, el más conocido y mencionado por los asiduos a la literatura mexicana: “Lanchitas”.

Es curioso que el solo nombre de estos relatos para nada insinúa su macabra temática. En el primero, lo sobrenatural y demoníaco está ligado tanto a la bestia (el caballo rucio) como a su jinete; el discurso se realiza con un vocabulario preciso y conocedor de lo rural y las faenas campestres, pero ahí se percibe ya su preocupación por mantener una tensión continua y creciente que avanza de un aparente costumbrismo a lo fantástico y macabro. (En un momento parecería estar emparentado con el cuento “Encuentro pavoroso”, de Manuel j. Othón, pero en éste lo macabro se desvanece muy pronto y se cae, a pesar de haber alcanzado en un momento dado tintes macabros extraordinarios.) Roa Bárcena en ningún momento se desdice de lo lúgubre y lo lleva a sus últimas consecuencias: lo demoníaco.

En “Lanchitas” está de nuevo lo sobrenatural, aunque toda la primera parte del texto transcurre como un historia sencilla protagonizada por un simpático sacerdote, del cual deriva el nombre del cuento, no porque haya sido marino, sino por su apellido: Lanzas, que llevado al diminutivo termina como “lanchitas”. Algo fortuito ubica a este personaje en lo espectral e inexplicable, lo que transforma por completo su carácter y su vida cotidiana.

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