Biblioteca fantasma

- Eve Gil - Sunday, 22 Nov 2020 07:58 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
¡Quiero ser normal!

 

¿Qué es “lo normal”? Conjeturo que se trata de un concepto difuso que tiende a fundirse, demasiado, con otra cosa que es la mediocridad, entiéndase no en su acepción peyorativa, sino adjetivalmente. Cuando en el país que muchos consideramos el menos convencional de la tierra, que es Japón, alguien alude a “lo normal”, créanme: se trata exactamente de lo mismo que nos viene a la mente a nosotros… con sus “asegunes”. Keiko Furukura, protagonista de la novela La dependienta (Duomo Ediciones, Barcelona, 2020), de Sayaka Murata (Inzai, 1979), tiene treinta y seis años, es soltera y desde los dieciocho trabaja como cajera en un konbini (mini súper de cadena). Jamás ha tenido un novio, ni siquiera se ha enamorado platónicamente, porque ha consagrado su existencia a la tienda. Si nos remontamos a la trayectoria que llevó a Furukura hasta ese punto que pudiéramos calificar de “anómalo”, tomando en cuenta que tuvo instrucción universitaria y solía ser una niña inteligente, el motivo no puede ser más absurdo: la máxima aspiración de Furukura, desde la más tierna infancia, era ser normal. De pequeña dio sobradas muestras de no serlo, cosas que al lector le producirán hilaridad, o incluso, como fue mi caso, advertir cierta vena científica en la que la muchachita…, pero las reacciones a su alrededor no pueden ser más adversas: desconcierto, turbación, espanto. Tanto sus padres como su hermana menor comienzan a mencionar, en forma indiscriminada, la palabra “curar”, aunque “enfermedad” parece estar vetada de su vocabulario. Furukura pone lo mejor de su parte para “curarse”, es decir, para ser normal… y esa oportunidad se la brinda un konbini, en la que ella aplica y sale airosa… más que airosa. Aquel empleo no sólo la rescata de la incomprensión del exterior: se convierte en su hogar. Muy pronto, Furukura descubre en qué consiste el truco: en homologarse, ergo: imitar. El sistema que rige estas tiendas versa precisamente sobre eso: uniformarse y aprender un sencillísimo libreto –“¿Encontró usted lo que buscaba?” Keiko, que dista de ser tonta, es de hecho una voraz observadora, empieza por adoptar ese personaje, “la dependienta”, que no la abandona cuando llega la hora de retornar a casa. Pero sabe que si quiere ser normal, lo que se dice normal, deberá tener una vida social, apartada de la tienda. Aun ahí le resulta útil el protocolo, porque ha asimilado la forma de hablar de su simpático jefe; las gesticulaciones de la chica más mona; las expresiones de los clientes que no llevan caretas como las de los empleados. Furukura termina siendo el summum de un montón de personas “normales”, lo que le permite actuar en sociedad sin quebrantos. Hasta que una buena samaritana echa en cuenta un detalle que, definitivamente, no es normal: No tiene esposo… ni novio… ¡A los treinta y seis años! Keiko es puesta bajo la lupa y diseccionada… otra vez. Sus amistades, con la mejor de las intenciones, le aconsejan que use una aplicación de celular para conseguir marido; que se anuncie en una de esas páginas de solteras desesperadas…. ¡Y maldita necesidad que tiene Furukura de un novio, mucho menos de un marido! Pero ante la presión de aquel contingente de “normales” aburridamente casados o envueltos en alguna relación llena de sobresaltos, Furukura le pide a un excompañero de trabajo, al que echan por holgazán, llamado Shiraha, que finja ser su novio. Todo lo que tiene que hacer es dormir en la tina de su apartamento –porque además lo acaban de echar de donde vivía por no completar la renta– y comer lo que encuentre en el refrigerador. Shiraha, que para todo alude a la Edad de Piedra y encuentra cero atractiva a Furukura, comparte con ella lo más importante: no es normal. Pero, a diferencia de su comprensiva colega, le importa un comino llegar a serlo.

La dependienta es en extremo divertida. También es infinitamente triste. La autora maneja con sorprendente habilidad los meandros que dirigirán a su protagonista al final más impredecible y tierno posible. Novela ganadora del prestigiado Premio Akutagawa. Joya imperdible.

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