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Un reino de ida y vuelta

'El reino de lo no lineal', Elisa Díaz Castelo, Fondo de Cultura Económica, México, 2020.
Adolfo Castañón

El reino de lo lineal ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020. Lucia Rivadeyra, Eduardo Casar y Balam Rodrigo, destacaron, además de la unidad del libro, el humor. Yo añadiría la ironía. El volumen trae en la portada un collage de Mira Nedyalkova que muestra una mujer inmersa en el agua con el rostro velado.

La estructura bipolar del arca –“Vuelta” e “Ida”– se explaya como hélice –recuérdese el ADN–, una suerte de bucle repartido en dos estribaciones en que el poema se alterna; esta envoltura resguarda un juego de tijeras: ars moriendi y ars amandi, arte de morir y arte de amar. Ambos son practicados por los surcos de la voz que busca enunciar, los límites de la escritura y la experiencia: el tema de la muerte o del haber muerto y volver.

El reino de lo no lineal: un poemario que se planta en el tiempo como una forma. Busca instaurar un espacio y un tiempo soberanos, los de la escritura y sus sombras. El otro, lo otro, se entrelinea en el conjunto, ya sea a través de la otredad radical que es la muerte, o por medio de la ausencia del muriente o del ser en vilo, que va a la muerte y regresa de ese reino de lo innombrable. Lo otro abre la puerta a la otra historia, la del mito. No extraña que se mencionen la Atlántida, Hiperbórea, Lemuria. se informa al lector: “La sección I y la IX están inspiradas en testimonios de experiencias cercanas a la muerte relatadas en la página de la Near Death Experience Research Foundation.” Jeffrey Long, médico especializado en oncología, es el coordinador de esa página donde se recogen testimonios de personas que han “regresado” del más allá, luego de haber estado clínicamente muertos. La forma en la nota con la que Díaz Castelo resuelve las ecuaciones de esta álgebra del Lázaro, del muriente que regresa de su “paseo”, alimenta las elaboraciones poéticas ofrecidas en el libro.

Pareciera que El reino de lo lineal tiene algo que ver con The Spoon River Anthology (1915), de Edgar Lee Masters, y que hay ecos de la Antología griega o Antología Palatina, ecos de Roma y de Grecia, Homero y Virgilio, de Pound y de Celan… Se da un ejercicio que busca romper la sintaxis, en un movimiento como en reversa hecho para ser sorprendido en un espejo retrovisor, las fronteras temporales y una como corrosión de la “máscara” persona. Hay un juego algo laberíntico y desafiante para un lector apresurado, que o bien se distrae y se va o cae en la red de “lo no lineal”.

Teología y ontología en diálogo con las conjeturas y especulaciones técnicas o científicas. Intermitencia de la prosa en el verso, y viceversa..., quién es el quién o los quiénes que van desfalleciendo o ahogándose o sofocándose. Todo se va trastocando insidiosamente. Ofelia, la pale Ophélie, se transfigura en Orfelia, y un constante volver a la experiencia o a sus fragmentos astillados. Búsqueda y experimentación arriesgada entre los tácitos malabarismos, las letras ascendentes y descendentes alrededor de un par de ideas fijas y no tan fijas alrededor de las cuales gravita la voz que se va exponiendo a ellos, a su lumbre, a su música minimalista, como de Arvo Part, el agua, presente, el aire, también, el espacio, pero del espacio el punto preferido es el límite, un ánimo clandestinamente barroco o neobarroco deslizándose bajo las frases pulidas que van ensamblando su música y cautivando al lector, hasta suspender su incredulidad y persuadirlo de que lo lineal es el reino, el único reino posible.

Paralela a la de Hamlet, se dibujan las figuras de la soledad mujer en los perfiles de la viuda, la huérfana, la novia, que se reencuentra en el espejo de la muerte, como el vaho del paño que se hace o no en el espejo que se le pone al que muere para saber si efectivamente se fue.

A lo largo de las composiciones que forman El reino de lo lineal se da un contraste entre las cantidades mentales y sensitivas de la vida, el amor y la experiencia límite, y los objetos de la vida cotidiana, como el teléfono celular, el refrigerador, el tinaco. Este procedimiento retórico de traslape entre mente-factura y mano-factura funciona como una suerte de lija para remover los prejuicios del lector y acceder a una posibilidad de la experiencia estética. La variedad de formas con que la artesana fabrica estas urnas de lo inmaterial produce una sensación de tersura. El libro, para decirlo en una palabra, se va como agua –pero esa agua capciosa invita al lector a volver a sus páginas. En El reino de lo lineal, podría decirse que todo el año es Día de Muertos y que en sus hojas se lee un altar dedicado a lo que resucita, a lo que regresa Vuelta, antes de irse Ida, como plantea la arquitectura de este libro de los duelos y los umbrales.

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