La leyenda de un imperio
La literatura de ficción con historias deportivas está presente en nuestras letras, aunque a veces esté desplazada por los temas de moda. Hay, por supuesto, novelas rescatables como Cámara húngara de Javier García-Galiano, en la que aborda el mundo de futbol. También, en otros géneros, existen grandes cuentos –imperdonable no recordar “El Rayo Macoy” de Rafael Ramírez Heredia–, crónicas y libros periodísticos. Alejandro Lámbarry (San Francisco, 1978) con Yo, emperador, suma un capítulo importante a las ficciones sobre deportes con un añadido especial: deportes prohibidos –casi leyendas urbanas– como el lanzamiento de enanos que, según lo que se puede investigar en internet y en la cultura popular, sigue en práctica en diversos países como Australia, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Canadá e Irlanda.
Yo, emperador, novela hermana de Las aventuras de un lanzador de enanos, publicada en 2019 por La Pereza Ediciones, parte de la picaresca, los cambios de perspectiva y una feliz desmesura, para describir el submundo de los deportes prohibidos. Los protagonistas de esta segunda novela son, entre otros, una reportera brasileña, Judith Alves, y un grupo de enanos que, bautizados con los nombres de grandes emperadores romanos, dan vida a historias que mezclan la competencia, la ambición y la victoria. Uno de estos peculiares atletas, Stardust, oriundo de Australia, se encargará de cerrar el libro a través de una amplia excursión a la memoria. El pequeño deportista reniega de su pasado mientras recuerda la competencia que lo llevó a la gloria gracias a una acrobacia de último momento.
En Yo, emperador hay un logrado manejo de las voces de los personajes. La reportera, Judith Alves, después de ser exiliada por la cadena de noticias en la que trabaja y sin poder cubrir los eventos principales del Mundial de futbol España ’82, sigue la pista del lanzamiento de enanos hasta convertirse en una entusiasta promotora. El deporte, moviéndose en el límite que separa lo público de lo clandestino, cobra cada vez más fama hasta su apoteosis en un torneo realizado en Brasil, una competencia que, a la postre, estará marcada por la polémica y una embrollada interpretación de las reglas. Después, como sucede con todos los grandes imperios, quedan las ruinas y, sobre todo, las leyendas que circulan de boca en boca, anécdotas de hombres forzudos que lanzaron –con gran técnica– a enanos que buscaban la gloria ataviados con casos, rodilleras y coderas.
Hay un apunte interesante que forma parte del libro y que trasciende lo políticamente incorrecto de su tema: la rebelión de lo lúdico frente al deporte globalizado y multimillonario. En el extenso ensayo El libro negro del deporte, publicado por la editorial española Pepitas de Calabaza, los autores Federico Corriente y Jorge Montero hacen una reconstrucción cronológica del deporte, desde los juegos irreverentes y poco reglamentados, hasta el deporte moderno que, en muchos aspectos, es muy similar a una fábrica de seres humanos llevados hasta el último límite y, posteriormente, tratados como mercancía en el mercado internacional. Atrás quedaron los tiempos del juego como oportunidad de goce, un momento de algarabía en el que el ciudadano común y corriente dejaba atrás sus tristezas e, incluso, podría acercarse un poco al poderoso. En este punto convendría preguntarnos: ¿qué es más problemático? ¿La historia clandestina del lanzamiento de enanos, retratada con humor y no sin claroscuros por Alejandro Lámbarry, una historia que mezcla lo políticamente incorrecto y una pulsión vital legítima, o el fenómeno casi religioso del deporte masificado cuya esencia ha sido expropiada y maniatada por un poder económico que no reconoce fronteras e, incluso, legislaciones? Yo, emperador, además de la evocación de un grupo de rebeldes que, acaso, aún se preparan para un nuevo torneo, nos recuerda que el verdadero deporte es el juego y que la improvisación, la locura y, quizás, un saludable exceso, forman parte de nuestra herencia.