'El Niño' Enrique Metinides y el nuevo cortometraje de nota roja

- Rafael Aviña - Sunday, 03 Jan 2021 07:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
No es ajena a la historia humana la fascinación por las imágenes y los relatos de violencia, la tragedia, los desastres y el infortunio en la enorme variedad de sus formas. El cortometraje –ese género cinematográfico hasta hace poco mal valorado–, y la nota roja –otro género periodístico que ostenta su mala y oscura reputación– juntos han generado obras de muy buena manufactura documental sobre el crimen y el lado oscuro de la ciudad. En la figura del legendario Enrique Metinides, el Niño, fotorrepotero de nota roja y eje de este artículo, confluyen todos esos rasgos que incitan la reflexión.

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Gracias a un accidente que ocurrió en San Cosme, el fotógrafo Antonio Velázquez se acercó a mí y me dijo que visitara la redacción del periódico para mostrarle las fotografías que había tomado… A los once años estaba en la estación de bomberos esperando que ocurriera alguna emergencia, cuando sucedía me iba con ellos, me subían en sus hombros para que pudiera tomar la fotografía y salieran en la portada… fui el primer fotógrafo de toda la República Mexicana en estar de planta en la Cruz Roja y para poder subirme a la ambulancia me capacitaron y me dieron mi credencial de socorrista… Enrique Metinides en el Especial de 90 Aniversario de La Prensa, 28/VIII/2018.

 

Fue a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari cuando el cortometraje en nuestro país abandonó su condición de “patito feo” para convertirse en el “hijo pródigo” de las instituciones, carne de cañón en festivales, jornadas y todo tipo de encuentros estudiantiles, debido al prestigio y al éxito que obtendría sobre todo desde la década de los noventa y hasta la actualidad. No obstante, el camino que el corto y el mediometraje, e incluso el género documental, tuvieron que transitar para llegar a estos felices términos, fue largo y sinuoso, poblado de espinas e incomprensiones, ninguneos y menosprecio, pese a la tradición del corto escolar, de la expectativa causada en festivales internacionales y los galardones obtenidos en México y el extranjero.

Hoy en día, el cortometraje nacional sigue aportando intrigantes elementos a la cultura del crimen y la nota roja, como lo muestran algunos espléndidos ejercicios del otrora CUEC que se sumergen en elementos criminales, inspirados sin duda en una de las figuras más destacadas de ese ambiente: el fotorreportero de las secciones policíacas: Enrique Metinides, apodado el Niño. Por ejemplo, en Reportaje gráfico (1991), de Oscar Urrutia Lazo, Martín Barraza encarna a un fotógrafo de nota roja que cubre para un pasquín amarillista una serie de homicidios citadinos, al tiempo que él mismo se ve inmerso en una pesquisa criminal. Asimismo, Ojalá que te mueras (1997), de Karl Lenin, es un ágil y curioso documental trucado, un buen acercamiento a las páginas criminales, destacable por su ritmo y su diseño sonoro, que ironiza y reflexiona sobre el comercio periodístico del sensacionalismo sangriento aún vigente.

Algo similar ocurre con Un día perfecto (2004), dirigido por Bernardo Loyola, escrito por él mismo y Héctor Falcón, que centra su tema en una premisa puesta de moda en el cine hollywoodense de la década de los noventa: la nota roja y la imagen de la muerte como elemento de humor negro y resorte de la cultura popular del nuevo milenio, como lo mostraban, por ejemplo, Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, Asesinos por naturaleza, de Oliver Stone o Mi mamá es una asesina, de John Waters, las tres de 1994.

Un día perfecto narra la historia de un hombre (Fabián Corres) que ha decidido quitarse la vida de una manera original para abandonar este mundo dejando huella. Parte de su atractivo es la manera en que está contada la historia, utilizando el reportaje de nota roja, el flashback emocional y la foto fija. El resultado es un entretenido y ágil relato que se burla de los lugares comunes, como mostrar a la típica reportera cultural entrevistando, para variar, a Carlos Monsiváis justo en el momento en que se precipita la muerte del protagonista. El propio Loyola, junto con Santiago Stelley, dirigió Alarma! (2008), que explora la criminalidad cotidiana y la respuesta de la prensa, en particular la revista homónima de nota roja Alarma!, célebre por sus encabezados y sus reportajes donde se mezclaban humor negro, delirio, dolor y muerte, un medio impreso que impactó a varias generaciones de mexicanos a través de sus historias violentas y sus imágenes de una necrofilia feroz, en la que colaboró el Niño.

Precisamente, Metínides se convierte en personaje e inspiración del corto Ciudad que se escapa (1999), de Rodrigo García Saiz, un egresado del CUEC que, con gran solvencia técnica, a través de un interesante medio tono entre lo fantástico y lo cotidiano, recupera a Ciudad de México y sus figuras más pintorescas, como antaño lo hicieran Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, Alejandro Galindo o José el Perro Estrada. Bruno Bichir como protagonista, en un doble papel, encarna a un escritor de argumentos policíacos y a un cínico fotógrafo de nota roja, a medio camino entre Juan Orol, Antonio Espino Clavillazo y ese mítico fotógrafo del crimen que es el Niño Metinides. El protagonista se adentra en una urbe tan violenta y enloquecida, como entrañable y colorida; se topa con toda una fauna demencial que incluye enanos cirqueros, luchadores asesinos y mariachis muertos, mientras vaga entre la realidad y la ficción por una ciudad que se desvanece, a partir de un argumento inspirado en los relatos de Mariachis muertos sonriendo, de Paco Ignacio Taibo II.

 

Imágenes de la tragedia: el ojo y su experiencia

El primer gran acercamiento a la personalidad real de Metinides aparece en el corto documental Onces (2003), de Alejandro Gerber, egresado del CCC y futuro realizador de Vaho (2008), cuyo título alude a la clave con la que se conoce a los fotorreporteros que cubren los casos de nota roja. De manera sensible e inteligente, Gerber elude el lugar común de fotógrafos y periodistas vistos como buitres carroñeros que trafican y viven de la tragedia humana, para centrarse en la cotidianidad de profesionales que conviven día a día con el lado más oscuro del ser humano, en un trabajo generalmente nocturno, ahí donde los escáneres de agentes, radios de paramédicos y delegaciones de policía se mezclan con la oportunidad y la sensibilidad de hombres dedicados a retratar la muerte.

Además de rastrear en el impacto de la nota roja, el trabajo del fotorreportero de policía y la popularidad de los programas televisivos sobre el crimen cotidiano en Ciudad de México y el país entero, Onces, documental de 37 minutos filmado en blanco y negro, en efecto se concentra en la obra de quien es quizá el mayor especialista del género: Enrique Metinides. Hijo de inmigrantes griegos y nacido en 1934, se inició en el oficio fotográfico a los doce años, cuando su padre le regaló una rudimentaria cámara de cajón. Hacia 1947, cuando apenas contaba trece años, Antonio Velázquez El Indio, fotógrafo policíaco de La Prensa, lo introdujo como su asistente, obteniendo así el mote de el Niño Metinides, por tratarse del fotorreportero de nota roja más joven, consolidando un oficio en publicaciones como Alarma!, Crimen, Policía, Zócalo y La Prensa, entre otros. Aquí, los hierros retorcidos, el encuadre que parece captar el último aliento, los cristales fragmentados de vehículos, los rostros desfigurados y la sangre como leitmotiv, son para Gerber y, sobre todo para una personalidad como Metinides, un asunto de moral y de trágica cotidianidad.

Adiós para siempre (2005), cortometraje escrito y dirigido por el mexicano David Guillermo Barba, como parte de su titulación en la Universidad de Columbus, aunque de final previsible, resulta una eficaz aproximación y homenaje a los fotógrafos de la sección policíaca, inspirado también, por supuesto, en el Niño Enrique Metinides. Su película se conecta directamente con Ciudad que se escapa y los documentales Onces y Ojalá que te mueras. Gustavo Sánchez Parra, el protagonista, captura con su cámara toda clase de tragedias cotidianas –desde accidentes a descuartizamientos– que ilustrarán las portadas de diarios amarillistas y emocionan a niños fascinados con la muerte, hasta que él mismo será parte de una de estas historias horrendas, cuyas pulsaciones persisten en los últimos estertores de aquellos que se van.

Por último, El hombre que vio demasiado (2015), de la cineasta estadunidense afincada en México Trisha Ziff, ganador del Ariel a Mejor Documental de largometraje, se concentra en revisar la fragilidad de la existencia a partir de las afamadas instantáneas de Metinides. Su obsesión por la muerte, su profesionalismo y acuciosidad, su manía coleccionista por las ambulancias y carros de bomberos de juguete, el impacto de sus imágenes, el azoro que suspende el horror encabalgando el miedo y el morbo de los curiosos, captados por su cámara, algo inherente al mexicano mismo. Así como las exposiciones internacionales de las que El Niño ha sido objeto y el relato de sus múltiples accidentes, todo ello desde el retiro donde vive con su familia y sus hijas.

Mire, tengo diecinueve accidentes de muerte. Tengo un infarto, me estuve muriendo. Tengo siete costillas rotas porque me atropellaron dos veces. Me caí a barrancos dos veces, me volqué en ambulancias, en carros, en choques, porque nos íbamos a barrancos tomando fotos. Por eso, cuando me preguntan sobre mis miedos les digo que tengo 133 años. ¿Sabe por qué? Porque me he accidentado de muerte diecinueve veces, y si los gatos tienen siete vidas, diecinueve por siete da 133. Pero aparte tengo muchos accidentes en los que no me pasó nada. Estuve sepultado seis horas en un derrumbe, estuve perdido dos días en el Popocatépetl cuando fui a retratar un accidente aéreo…

Enrique Metinides en Sin embargo (2016), citado en Una crónica de la nota roja en México… De Posada a Metinides, y del Tigre de Santa Julia al crimen organizado. Catálogo de la exposición presentada en el Museo del Estanquillo de abril a septiembre de 2017 cuya curaduría estuvo a cargo de Rafael Barajas, El Fisgón.


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