Prosaísmos

- Orlando Ortiz - Sunday, 10 Jan 2021 10:14 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Lapso colonial (I de II)

 

Durante la Colonia, la vida cotidiana de la corte de los virreyes de la Nueva España no era similar ni comparable a la de la Corona, es decir, a la que se disfrutaba en España. En la corte de España los fastos acostumbrados en saraos y festejos formales o informales debieron ser deslumbrantes; los aquí realizados no lo eran tanto, pero sí tenían lo suyo. En ocasiones, pienso, propiciados o demandados por las virreinas, como el caso de la Marquesa de las Amarillas. Esta dama fue esposa de don Agustín de Ahumada y Villalón, quien fuera nombrado cuadragésimo segundo Virrey. Fue Marquesa por derecho propio y seguramente por eso estaba acostumbrada a lo que llamaríamos la buenísima vida.

Ya cerca de atracar en Veracruz se desató un fuerte vendaval que estuvo a punto de echar a pique al Virrey y su comitiva, porque esas personas no venían solas, traían pajes y toda una cauda de ayudantes, caballerangos, cocineros y lambiscones. Después, en la Colegiata de Guadalupe (en aquel entonces parada obligada), no respetó el protocolo y entró por donde quiso; es más, decidió marcharse de inmediato a la capital, sin aguardar a su marido, sólo acompañada por damas y caballeros de su corte.

Sus disgustos debieron pasar pronto, pues tuvo libertad para organizar fiestas en palacio, serenatas en la plaza mayor (ahora Zócalo), días de campo y paseos en canoas adornadas con flores a La Viga o Ixtacalco. Desde luego que había ceremonias establecidas por protocolo y besamanos obligados en fechas determinadas, por ejemplo, el cumpleaños del Rey, el de la Reyna y el del Virrey. A estos festejos o ceremonias se desvivían por asistir todos aquellos que se consideraban de la aristocracia, distinguidos o con méritos para ser invitados.

La corte del Virrey don Agustín de Ahumada y su esposa, la Marquesa de Amarillas, obedeció las fechas en que tales festejos eran obligados, pero ella, no contenta con seguir el protocolo de la corte virreinal, consideró que tales celebraciones —aun sumando los cumpleaños de los arzobispos— eran insuficientes para satisfacer sus gustos por la música y los saraos. Tenía fama de mundana, así que se le ocurrió realizar recepciones fuera de protocolo a las que denominó “alcobas”, más intimas que los saraos oficiales pero sin llegar a lo que seguramente están pensando. No eran orgías.

Un cronista de la época consigna que el 25 de diciembre de 1756, señores de altos rangos fueron invitados por el Virrey “para las noches de Pascua, a la alcoba que ha de haber en dicho Real Palacio, cuya práctica es en algunas salas diversión de juego; en otras música, y otras para conversación, ministrándoles con profusión exquisitos refrescos”. En los salones de juego no había pérdidas para nadie porque el juego era para esparcimiento solamente; por otra parte, los aficionados a la música escuchaban cantatas y conciertos animados por el Conde de San Mateo de Valparaíso, que era excelente violinista.

La Marquesa de las Amarillas disfrutaba a lo grande de su estancia en la Nueva España; sin embargo, en un momento dado la suerte le hizo una mala jugada. Pero de eso hablaremos en la próxima columna, porque aquí me interesa asentar que los arzobispos también acostumbraban darle gustos al cuerpo y festejar supuestamente con mayor modestia, pero los lujos que ornaban sus salones eran imperiales, y en uno de los festejos, por ejemplo, “cubriéronse cuatro veces las mesas, pasando los platones de trescientos, de las más exquisitas y delicadas viandas de todos los géneros, así de carnes. pescados, dulces, como frutas heladas y vinos generosos”.

El festín eclesiástico se prolongó hasta las cuatro de la mañana; reposaron y, a las cinco, iniciaron un paseo por las principales calles de la ciudad. Al terminar éste “se ministró un difuso y abundante refresco de todo género de dulces cubiertos, masas exquisitas, aguas nevadas y un concierto de música de trompetas, violines, flautas y diversidad de instrumentos...” (Continuará.)

Versión PDF