Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Saturday, 16 Jan 2021 23:55
En la entrega pasada (1/III/2021) se destacó la importancia de la exhibición El París de Modigliani y sus contemporáneos, inaugurada el pasado mes de septiembre en el Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA), sin duda la muestra internacional más relevante y esperada de 2020 en nuestro país, lamentablemente cerrada unas semanas después debido a la contingencia por la pandemia de Covid-19. Al cierre de esta edición todavía no se confirmaba la fecha de reapertura del recinto, pero es de esperar que la exposición se prolongue para que un amplio público pueda visitarla.
En tanto, cabe recalcar que el micrositio en la página web del museo ofrece un estupendo recorrido virtual que vale la pena aprovechar. Más allá de la fortuna de poder disfrutar las obras maestras de Modigliani de la Colección Netter, el concepto curatorial de la megamuestra no se centra exclusivamente en el artista italiano, sino que se presenta como eje de todo un grupo de creadores heterodoxos y de diversas nacionalidades que coincidieron en la Ciudad Luz durante las dos primeras décadas del siglo pasado, y a quienes se les ha agrupado en lo que se conoce como la Escuela de París. El barrio de Montparnasse fue el centro de reunión de estos artistas internacionales que desplegaron estilos muy diferentes entre sí a partir de los nuevos valores plásticos que investigaron en gran medida bajo la influencia del gran maestro Cézanne, considerado el primer pintor moderno. ¿Cómo relacionar la elegancia y estilización extrema de un Modigliani con los trazos arrebatados y atormentados de Chaim Soutine y sus coterráneos eslavos? ¿Qué tienen en común autores tan diversos como André Derain, Suzanne Valadon, Maurice Utrillo, Moise Kisling, Henri Hayden, Léon Solá, y otros más cuya obra es producto de incansables experimentaciones técnicas y formales? Además de los temas en boga de la época –retratos, desnudos, paisajes, naturalezas muertas– los vasos comunicantes que se perciben entre la pléyade de integrantes de La Escuela de París son el resultado del intercambio estético y cultural que se dio en Montparnasse, donde la desenfrenada bohemia artística se daba cita en los cafés, cabarets y salones de baile. En la exposición –y en el micrositio correspondiente– se enfatiza la importancia del contexto social y político de esos “años locos” en los que se vivió en el filo de la navaja, entre la excentricidad, las juergas desaforadas y la catástrofe existencial a consecuencia de la primera guerra mundial.
Dentro de ese grupo de artistas cosmopolitas, los mexicanos Diego Rivera, Ángel Zárraga, Benjamín Coria y, en menor medida, Santos Balmori, tuvieron relación con Modigliani. Del primero se conserva amplia documentación de una estrecha amistad aderezada también con uno que otro zafarrancho provocado por el choque de temperamentos. Lo cierto es que Modigliani sintió una atracción por la monumental personalidad de Diego, cuya exuberante fisionomía dio lugar a un buen número de bocetos dibujísticos y algunas pinturas. Con Zárraga también tuvo una relación cercana y se ha especulado que el muy apuesto italiano podría haber posado para la obra magistral del pintor durangueño –Exvoto. Martirio de San Sebastián– así como también se le atribuye ser el modelo de una ilustración del mismo tema que aparece en el libro del crítico de arte y novelista francés Michel Georges-Michel, Les Montparnos. Fue Benjamín Coria, artista veracruzano un tanto desconocido que en esta exposición se presenta como un “rescate”, quien al parecer tejió con el italiano una amistad más duradera. El guatemalteco Carlos Mérida incorporó en algunas de sus pinturas los rasgos estilísticos que Modigliani había reinterpretado a partir de las máscaras de la etnia africana Fang. Es de gran interés para el público mexicano el vínculo entre estos artistas, uno de los highlights de la exposición.
Hago votos para que se reabra esta joya de exhibición y exhorto a los lectores a que no se la pierdan.