Biblioteca fantasma
- Eve Gil - Saturday, 16 Jan 2021 23:47
Jelgava, título de la primera novela de Janis Jonevs (1980), es la ciudad más grande de Letonia. En 1994, año en que está ambientada, y su autor protagonista contaba catorce años, aquel país se estrenaba como tal tras su independencia de la otrora URSS, disuelta en 1991. No obstante, a decir del adolescente Janis, lo que cimbró y descolocó su mundo no tuvo que ver con aquel significativo cambio, sino con el suicidio de Kurt Cobain. Antes de esto, solía ser un nerd tranquilo y sin complicaciones; si alguna vez llegó a escuchar a Nirvana, pensó que gritaban demasiado. Pero el disparo de Kurt todo lo cambió. Sus canciones empezaron a sonar por todas partes… hasta en las patrullas que acosaban a los jóvenes de pelo largo. A través de la malograda estrella del grunge, Janis se engancha, primero, a la música de Nirvana… luego al rock en todas sus manifestaciones. Termina formando parte de una subtribu urbana y, ¡claro!, sueña con formar su propia banda. En primera instancia, me trajo a la mente aquella linda película irlandesa, Sing Street, en la que unos colegiales de los ochenta se proponen llegar a ser como Duran Duran en un entorno ultra conservador, si bien Jelgava se escribió casi veinte años antes. Y sí, algo hay de eso: se trata de una intensa bildungsroman donde la música, la política, la cultura occidental y la historia de una ciudad cuya existencia muchos desconocen, pero desearán visitar, se manifiestan a través de una narrativa apasionada y alocada.
Mucho se habla de la necesidad de pertenencia de los jóvenes. Hasta cierto punto, Janis se reúne con un grupito de muchachos algo mayores, expertos en colarse en los conciertos, para tener un punto de referencia: el hogar que echa en falta, pues ni sus padres ni su hermana comprenden ni toleran su pasión por la música. Pero este chico es extremamente genuino en medio de una horda de posers; sinceramente desea saber tanto como los más veteranos; aprender lo que sea necesario para satisfacer su apetito de rock. Parecería mentira que en una pequeña nación de Europa Oriental, recién salida de un régimen comunista, existiera un ingente grupo de chicos y chicas amantes del metal, incluso en sus manifestaciones más subterráneas, como el thrash, el speed o el death, entre otros. Para quienes crecimos adorando el heavy metal y de pronto descubrimos a Nirvana, la transición no debió ser tan distinta a la de Janis, irredento melancólico que empezó por lo segundo. Durante casi toda la historia, la búsqueda de una gran banda de rock letona que estuviera a la altura de otras que se mencionan aquí –sin que Nirvana pierda su protagonismo– es casi detectivesca, y como lectora sinceramente deseé que el joven Janis formara parte de esa revolución. En el ínter, la formación musical y teórica del protagonista se fusiona con la muy necesaria imitación, y por momentos la novela presenta deliciosas semblanzas de bandas de rock que sobresalieron más por sus locuras que por la calidad de su música, como sería el caso de los noruegos Mayhem, que rompen récord de escándalos con sus sucesivos suicidios, asesinatos y encarcelamientos, todos relacionado con prácticas satanistas. La ironía fue la incorporación de su vocalista, Kittilsen, a una banda de rock cristiana. Janis narra esta y otras anécdotas de muchos otros grupos con el desparpajo de un testigo de calidad, poniendo a dialogar a los implicados. Aventuras como buscar en territorios pantanosos quien te grabe un disco prohibido en un cassette; la aparición de esos personajes que te surtían de música de culto, dealers metaleros, harán sonreír a quienes nos tocó vivir algo del todo semejante en México, tan remoto de Letonia.
Jelgava es muchas cosas: la historia de un muchacho que quería tocar la guitarra; la historia de una ciudad descrita con el desdén del habitante y, sin embargo, parece salida de un cuento de hadas, llena de anécdotas principescas y cortesanas en torno a sus palacios. También es el debut, más que digno, de Abismos Casa Editorial, dirigida por la talentosa Sidharta Ochoa, y por la traducción del letón, Ana Karenina Contreras.