Feliz año y 'happy end'
- Vilma Fuentes - Saturday, 16 Jan 2021 23:19----------
A fines del año y principios del nuevo, es tradicional desear felicidades a los seres queridos, así como recibir las mismas congratulaciones de su parte. Desear dicha a los otros es parte del uso de intercambios entre los seres humanos. Durante la época de Navidad y de festejos de Año Nuevo, la televisión, al menos en el mundo cristiano y de Occidente, procuran programar películas y documentales evocadores del espíritu navideño, filmes más o menos románticos, historias de familia, cuentos infantiles. Así, cada fin de año, la televisión francesa ofrece un abanico casi invariable: la trilogía de Sissi con la entonces jovencita Romy Schneider, Doctor Zhivago con Omar Sharif y sus paisajes de nieve, los dibujos animados de Walt Disney con los cuentos de Blanca Nieves, La bella durmiente, La bella y la bestia, Cenicienta, Bambi, diversas películas francesas sentimentales, a veces cómicas, donde aparece Papa Noël, documentales sobre las celebraciones de Noche Buena con los coros que entonan los villancicos de Navidad en las catedrales e iglesias francesas y, desde luego, la presentación del concurso Miss Francia, que tanta dicha para el nuevo año promete a la elegida.
Entre esta variedad de filmes que ofrece la televisión francesa, principal distracción en estos tiempos de pandemia y confinamiento, sobresale It’s a Wonderful Life, 1946, (titulada en español: ¡Qué bello es vivir!) de Frank Capra, película la vez sorpresiva y enigmática, hoy un clásico de la producción cinematográfica de Hollywood. Obra decididamente optimista, formó escuela por sus numerosos seguidores. Capra es el inventor del concepto happy end, impuesto más tarde como característica del cine estadunidense.
Este final dichoso no es sólo el de obras creadas para el cine, pues parecería ser representativo del pensamiento más profundo de una cultura e incluso extenderse a toda la ideología de la sociedad estadunidense, antes de la derrota sufrida en Vietnam y el despertar del american dream.
Si la vida humana tiene fin, al menos éste debe ser feliz, sobre todo en el cine. Es una exigencia absoluta. Aceptar el destino de la especie humana, el de ser mortal, pero dando otro sentido al carácter trágico de la palabra “fin” pegándola a la palabra “feliz”, happy end. Los más profundos filósofos se plantean esta cuestión y cada uno propone su respuesta según su genio o su talento. Una cuestión que me trae a la mente un recuerdo de infancia. La mujer que venía a casa para hacer el aseo estaba siempre muy ocupada y sin tiempo para leer. Una mañana, mientras yo la ayudaba, me hizo una confidencia: “Cuando me prestan un libro, antes de comenzar a leerlo, comienzo por abrirlo en el último capítulo. Si la historia termina bien, lo leo. Si no acaban bien las cosas, lo devuelvo en seguida sin leer una línea más.” Esta persona no pretendía ser filósofa ni cineasta; sin embargo, pensaba como Frank Capra o como Sócrates. Cuando Platón describe la muerte de Sócrates, su relato asombra de un extremo al otro y, finalmente, se desprende el sentimiento de victoria y de un final feliz.
Como ocurre siempre con las cuestiones graves, ésas que ponen en duda la existencia misma, su pregunta propone una nueva interrogación. “Fin feliz”, sí. Pero, ¿qué es ese sentimiento de dicha, de dónde surge o nace la felicidad? ¿Cómo hacerla perdurable? “Fueron felices y tuvieron muchos hijos”, frase con que terminan numerosos cuentos. El protagonista de It’s a Wonderful Life (la vida es maravillosa, sic), a pesar de sus muchos hijos, se siente abrumado por la desesperanza: toda su lucha para salvar los habitantes de su pueblo de las garras de un usurero parece fracasar. Él mismo es amenazado de prisión y deshonor. Decide suicidarse. Sobre el puente de un río, a punto de arrojarse, ve a un hombre ahogarse. Sin pensarlo más, se precipita en la tumultuosa corriente para salvarlo. El curioso rescatado le dice, mientras secan sus ropas, que fue él quien lo salvó del suicidio al arrojarse al río. ¿Cómo? Pues convirtiéndolo en su salvador al obligarlo a nadar para sacarlo de las aguas. Sin comprender bien a bien, sobre todo cuando el desconocido le asegura ser su ángel de la guarda. Un ASC (ángel de segunda clase) que debe ganar sus alas. Ante la desesperanza de su protegido, que desearía no haber nacido, el ángel cumple su deseo. El hombre mira, entonces, cómo habrían ocurrido las cosas si no hubiese nacido. Nadie lo reconoce, ni su madre vieja, ni su esposa solterona. El pueblo lleva el nombre del usurero. Nuestro héroe corre de nuevo al río deseando a la vez suicidarse y que todo vuelva a ser como antes: vivir, haber nacido, ser. El ángel gana sus alas.
¿Qué otro milagro si no el de ser? “Voy a decirte y vas a oír/ cuáles son los únicos caminos de búsqueda abiertos a la inteligencia/ una, que el ser es, otra, que el ser no es”, declara la Diosa en el Poema de Parménides, quien sugiere que lo que es ha sido y será, porque lo que es nunca puede no ser.
Nada termina nunca. El sueño de un final feliz levanta una esperanza que nace cada vez con un dichoso Año Nuevo. Saber ser es, quizás, el principio de la felicidad sin fin.