Maria Antónia Siza, la pintura y el instante que arde

- Alejandro García Abreu - Saturday, 16 Jan 2021 22:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Evocamos a la artista plástica portuguesa Maria Antónia Siza, muerta en 1973, a los treinta y dos años de edad, y el impacto que el acontecimiento tuvo en su esposo, el arquitecto Álvaro Siza. Con una sola exposición, celebrada tres años antes de su trágica muerte, el arte de Maria Antónia llegó a ser comparado con el de Egon Schiele.

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La muerte inesperada

 

La artista portuguesa Maria Antónia Siza (Oporto, 1940-1973) tenía treinta y dos años cuando falleció. En 1970 expuso, por primera y única vez, sus dibujos y acuarelas. Sólo había compartido sus creaciones con sus allegados y su actividad artística se caracterizó por un sigilo cabal.

“Es como si [Maria Antónia Siza] se hubiera visto obligada a recluir sus dibujos durante años precisamente para eludir los riesgos del idiolecto artístico, de esas fugaces experiencias, intensas pero perfectamente privadas, que temporada tras temporada titilan en galerías y museos. Su ausencia en vida de los circuitos artísticos se ha traducido en permanencia póstuma”, escribió Juan Miguel Hernández León, presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid. “Sus figuras mendicantes, sus enfermos recostados o sus damas decrépitas no son caricaturas manieristas sino que forman parte de un intento por provocar en el espectador la reflexión profunda sobre la frágil condición humana. Podrían ser víctimas de cualquier clase de verdugo, de la miseria, de la enfermedad o, sencillamente, de las circunstancias.”

En 1957, Maria Antónia inició el Curso de Pintura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Oporto. En 1961 se casó con Álvaro Siza (Matosinhos, 1933), arquitecto portugués galardonado con el Premio Pritzker en 1992. En 1962 nació Álvaro Leite Siza y en 1964 Joana Marinho Leite Siza. Maria Antónia Siza expuso sus dibujos y bordados en la cooperativa Árbore en 1970.

En el catálogo Maria Antónia Siza. 1940-1973 (CBA, Madrid, 2005), el crítico de arte José Luís Porfírio escribió: “las contradicciones se difuminan para sólo quedar, finísima, fortísima, una línea de demarcación, una frontera que es, simultáneamente, corte y reunión de los opuestos, contradicción vivida y sufrida por Maria Antónia al dibujar.” Porfírio recordó: “La analogía con los últimos dibujos trágicos de Egon Schiele parece evidente, un idéntico ser para la muerte se muestra en el dibujo de los cuerpos.”

Bernardo Pinto de Almeida, autor de El plano de la imagen, dijo: “Es como si las figuras se hubieran visto sorprendidas por un mal procedente de su interior, como si la artista tuviese ya una aguda conciencia corporal de la inminencia de su propia muerte.”

 

La eternidad del dolor

 

Maria Antónia Siza, afirman sus allegados, fue atormentada por patologías de carácter psiquiátrico. La oscuridad la consumió. Dejó de dibujar. La muerte inesperada de una joven, rebosante de talento, resultó una tragedia.

El periodista portugués Valdemar Cruz, autor de Retratos de Siza, escribió: “Al final de esa madrugada, amanece la eternidad de un dolor indescriptible. En una cama, una mujer. Un rostro ausente. Una mirada vacía. En la misma cama, un hombre. El sobresalto al despertar. La mirada perpleja. El alboroto de lo inesperado. Ella, postrada. Un tenue hilo púrpura recorre su rostro. Ya no es de este mundo. Él, petrificado. El mundo se le desmorona. Todavía da un último suspiro. Intenta agarrar los frágiles ramos de esperanza. Es tarde. Es el fin. Son los gritos ahogados. Es el adiós absoluto a las sonrisas, las gracias, las poses entusiastas, el desvanecimiento, los dramas cotidianos, los días de creación febril, los diseños brillantes de otro mundo creados por Maria Antónia Siza. Tiene treinta y dos años. Muere a las 6:30 am del 11 de enero de 1973. Álvaro Siza Vieira la abraza en esos momentos finales. Es el horror. Es la desmesura del dolor. Es tarde. Es infinitamente tarde.”

Durante una entrevista, Anatxu Zabalbeascoa preguntó a Álvaro Siza:

–Usted perdió a su mujer, María Antonia Marinho Leite, en 1973. ¿La dedicación a la arquitectura ha sido un refugio?

–No lo creo. Pero claro que fue un trauma muy grande y tal vez eso me empujara hacia una mayor concentración. No sé. Prefiero no analizarlo. Mis hijos eran pequeños cuando mi mujer murió y es posible que no los haya acompañado con la intensidad que sería necesaria. Pero estuvieron viviendo siempre conmigo.

–¿Sigue siendo viudo?

–Sí. Probablemente fue un error. Tal vez para la educación de los hijos hubiera sido mejor no serlo. Pero también podría haber sido peor. Fue una experiencia muy dolorosa.

En abril de 1992, Álvaro Siza firmó en Oporto el siguiente texto: “Una noche, de repente, tras varios meses de silencio, le apetecía dibujar. Cogía una plumita, la delicada pluma de Nankin que entonces se usaba, una especie de bisturí de alta cirugía, afilado, duro y elemental. […] Después de algunas horas, la mesa de madera de arca estaba llena de nuestras vidas y de la de los demás, de todos los tiempos; a veces sufrimiento y entusiasmo y deseo y alegría desbordantes. Nacimiento, plenitud, muerte. […] Riesgo con gozo y rabia./ Ese don es el resultado de una concentración total, de la espera del instante, en el desierto. A veces ese instante quema.”

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