"Los jóvenes bárbaros": soledad y juventud en Mircea Eliade

- Ricardo Guzmán Wolffer - Saturday, 23 Jan 2021 21:15 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El filósofo, historiador, novelista y políglota rumano Mircea Eliade es más conocido como autor de textos sobre magia y alquimia, pero en "Los jóvenes bárbaros", uno de sus libros de juventud, habla de lo más mundano: la juventud y su extravío. Entender esa constante es más imperioso en estos tiempos de pandemia.

Mircea Eliade (1907-1986) escribió Los jóvenes bárbaros antes de llegar a los treinta años de edad. Sus personajes actúan sin medir consecuencias, en lo personal y en lo colectivo. ¿En qué momento llega la conciencia a las personas? ¿Qué requiere cada uno para encontrar su lugar en el mundo?

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Nacido en Bucarest, Mircea Eliade habla de la juventud de la Rumania de los años treinta del siglo pasado. Centrada en varios veinteañeros, la narración corre por diversas capas sociales, pero todos los involucrados, cada uno desde su circunstancia, se plantean cómo afrontar una vida que parece no tener ningún sentido. La falta de referentes morales y la cercanía del arte y del pensamiento filosófico hacen de estos precarios adultos unos amorales críticos de la sociedad, donde los restos de una nobleza en desaparición dividen la ciudad en enormes palacios y pequeños departamentos que, sin calefacción, no resistirían el invierno. Las escaramuzas sexuales, los matrimonios de conveniencia, las borracheras sostenidas, son vasos comunicantes entre quienes parecen imposibilitados para siquiera funcionar dentro de su propia familia.

La problemática juvenil es atemporal. Si hoy la pandemia y sus implicaciones dificultan no sólo la continuidad económica e integracionista del planeta, esta soledad individual inamovible se torna un problema mayor. “Lo esencial no es actuar, sino encontrarse consigo mismo. Cuando uno comprende hasta dónde llegan las fronteras del ser, entonces puede hacerlo todo y de forma más fácil.”

Quizá la consecuencia más perniciosa de esta soledad juvenil es la imposibilidad de pensar en el daño causado a los demás. El profesor de piano enamora a la alumna adinerada y le pide que robe. El novio abandonado se obsesiona con la joven y la acosa hasta someterla: durante días la humillará, la violará, se ostentará como su amante y un buen día la dejará ir. Otra pareja padece la indiferencia de él, quien se entera por amistades de que su propia esposa está embarazada. “Disto mucho de ser misógino, ni tampoco vicioso… Pero, al propio tiempo, no soy matriólatra.” A ello corresponde una lejanía de los padres, muchos de ellos perdidos en su mundo del arte o de lo frívolo. “Jamás le había sucedido una cosa igual, que viniera una de sus hijas, que viniera sola y le pidiera un beso. Sintió una brusca emoción, un extraño calor subírsele a la cabeza.”

En una avalancha de historias entrecruzadas, Eliade refleja la dispersión conceptual de esa generación, pero su eficacia narrativa permite al lector identificarse con los personajes y su inconciencia. La lucha de los sexos se filtra en las discusiones y en los hechos. Varias estudiantes con mínimos recursos se prostituyen con los adinerados.

Eliade apenas habla de las consecuencias de los actos. Sólo nos enteramos de que la madre del músico, al ser confrontada por la madre de la hija ladrona, decide ahorcarse ante la evidencia de que su ilusión, donde el hijo es un compositor reconocido, no existirá. Ni siquiera entre los propios muchachos se toleran: “Después de tantas horas pasadas juntos, ya se habían dado el uno al otro cuanto tenían. Los dos sintieron que comenzaban a hablar al azar, un tanto cansados de su propia vehemencia.”

Si hoy la pandemia obliga al alejamiento precautorio, los jóvenes bárbaros viven alejados de todos, incluso de quienes deberían ser sus amigos. Como si la juventud impidiera comprender, saltan al vacío, ciertos de que el entendimiento es relativo. Más allá de filosofía y política, para los bárbaros todo es conceptual. “Los rusos quieren hombres que olviden el significado de la muerte, que la tomen como un hecho cualquiera. En el transcurso de unas generaciones, los hombres se volverán cobardes, indolentes y casi inconscientes. Ya no sabrán que tienen un final. Lo sentirán de manera instintiva, como los animales, no lo transformarán en energía, en obras… Es muy grave.” Para comprender el mundo y la muerte individual, es necesaria una conciencia colectiva. De ahí el temor a la guerra y el compromiso: “No ha habido nunca un mundo que haya preparado con más éxito a los jóvenes para una muerte colectiva.” Si el individualismo define, también implica la futilidad de esos muchachos en una sociedad sobrada de sujetos aislados, necios en rehuir los compromisos sociales, las leyes o cualquier etiqueta que les suponga una coacción para actuar como los demás digan: “No me dejo chantajear ni por lástima, ni por amistad, ni por la moral, ni por la palabra dada.”

Los jóvenes bárbaros obedece a un doble efecto: evidenciar la búsqueda juvenil y comprometer al lector en la propia comprensión. Como esos muchachos, frenéticos por situarse en un mundo cambiante, todas las edades son propicias para ese cuestionamiento. El reto de la autobúsqueda y aceptación es atemporal, y Mircea Eliade es siempre vigente.

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