Mallarmé y Elizondo: la pureza de los fantasmas

- Alejandro García Abreu - Saturday, 23 Jan 2021 21:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En este ensayo se exploran vasos comunicantes entre el mexicano Salvador Elizondo y el francés Stéphane Mallarmé, un par de escritores rigurosos y, ambos, grandes exploradores de la Nada.

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A lo largo de casi treinta y cinco años (1896-1929), Paul Valéry trabajó en los textos que originaron a Monsieur Teste, figura central de la literatura del siglo XX. “Utopía del espíritu y fábula abstracta, Monsieur Teste es a la vez un cuento filosófico y una narración de aventuras”, dijo Salvador Elizondo (Ciudad de México, 1932-2006), traductor y estudioso de Valéry.

“De Valéry y Mallarmé, a Elizondo le viene una idea rigurosa y severa de las posibilidades de la literatura; de hecho, estos dos poetas le proponen al autor una idea por así decir desencarnada, abstracta y abstrayente del oficio literario. La inmersión que hace Elizondo en Paul Valéry y muy en lo particular en La velada de M. Teste –obra que tradujo con minucioso rigor– lleva al escritor a concebir un proyecto que puede parecer escandaloso o excesivamente atrevido: encarnar a esa suerte de Robinson Crusoe del espíritu que es M. Teste quien, como se recuerda, sólo vive por y para la inteligencia y la vida mental”, escribió Adolfo Castañón.

Elizondo se caracterizó por el profundo estudio de Paul Valéry, pero su fidelidad a Stéphane Mallarmé (París, 1842-Vulaines-sur-Seine, 1898) nunca se disipó, aunque las aproximaciones a la obra del autor de Un coup de dés jamais n’abolira le hasard no fueron abundantes pero sí incisivas. Lo leyó con la erudición que lo caracterizó, lo tradujo y difundió su obra.

El autor de Farabeuf o la crónica de un instante escribió sobre la originalidad del lenguaje poético de Stéphane Mallarmé: “Ese lenguaje discurre dentro de un sistema como de vasos comunicantes entre la cosa y su ausencia; la imagen es la ausencia de la cosa y la cosa es el conjunto de cualidades de que carece y que la definen como cosa ausente, nulificada o, para emplear una expresión cara a Mallarmé, ‘abolida’, devuelta a la nada de su inanidad sonora mediante una escritura sometida a los más arduos rigores de una metafísica desolada y terrible y a los más enrarecidos preceptos de una poética limítrofe de la Alquimia.”

Salvador Elizondo sabía que para Stéphane Mallarmé el mundo era un libro: “Transcurrida entre 1842 y 1898 la vida de Mallarmé sólo registra un acontecimiento digno de ser tenido en cuenta: la revelación que tuvo en 1866 de que el mundo era un libro que él estaba escribiendo, obra pura soñada en la que se ocuparía hasta el fin de su vida. Obra que se realiza en la Nada –espacio nulo en el que tiene lugar el poema, Ánfora del Universo, escombros de los magníficos desastres que el alma sufre o representa en el escenario sombrío del Silencio, ahí donde el lenguaje nace y muere como Fantasma Puro de sí mismo, como expresión del Vacío y de la Nada.”

Irremediablemente, Elizondo captura las posibilidades de los proyectos de Mallarmé y Valéry: “Se supone que Un coup de dés sería un fragmento mínimo de esa gran obra soñada. Valéry, que conoció esta prodigiosa construcción poética en su estado de pruebas de plana, exclama: ‘Donde Kant, bastante ingenuamente tal vez, había creído ver la Ley Moral, Mallarmé percibía sin duda el Imperativo de una poesía: una Poética... Él ha intentado... elevar en fin una página a la potencia del cielo estrellado’.”

Su versión de “Brisa marina” (“Brise marine”) resulta exquisita: “¡La carne es triste, ay! y ya agoté los libros./ ¡Huir, huir allá! Siento a las aves ebrias/ De estar entre la ignota espuma y los cielos./ Nada, ni los viejos jardines que los ojos reflejan/ Retendrá el corazón que hoy en el mar se anega,/ Oh noches, ni la desierta claridad de mi lámpara/ Sobre el papel vacío que su blancura veda/ Y ni la joven madre que a su niño amamanta./ Partiré ¡Steamer que balanceas tu arboladura,/ Leva ya el ancla para la exótica aventura!// Un Tedio, desolado por crueles esperanzas/ Cree aún en el supremo adiós de los pañuelos,/ Aunque, tal vez, los mástiles que invitan huracanes/ Son aquellos que el viento doblega en los naufragios/ Perdidos, sin mástiles, sin mástiles ni fértiles islotes…/ ¡Mas, oh corazón mío, escucha la canción de los marinos!”.

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