De amistades y antagonismos: Carlos Fuentes y Octavio Paz

- Eve Gil - Sunday, 07 Feb 2021 07:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Carlos Fuentes y Octavio paz: figuras señeras de la literatura mexicana, protagonistas de la vida social y política de México desde diversas trincheras. Mucho se especula sobre la posible relación entre nuestros dos más importantes autores de la segunda mitad del siglo XX; en el imaginario popular, titanes enfrentados, contrincantes.

 

El ensayo ‘Estrella de dos puntas’, de la poeta y académica Malva Flores (México, 1961), intenta aproximarse en lo posible a la verdad a través de su correspondencia cruzada, más nutrida de lo que cabe imaginar, así como de sus epístolas con terceros, igualmente ilustres; artículos periodísticos de la época de muy diversas firmas y documentos varios.

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Previo a este libro, Estrella de dos puntas: crónica de una amistad, Malva Flores publicó Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (2011) y mucho de este material sirve de soporte a la presente obra que abunda en el sueño de Paz de fundar una revista literaria, que hasta cierto punto se vuelve nodal e involucra al autor de La muerte de Artemio Cruz.

Los catorce años de diferencia entre uno y otro –Paz nació en 1914; Fuentes, en 1928– pesaron. La autora, con justicia, denomina al novelista como “discípulo” del poeta. Fuentes publicó su primer libro, Los días enmascarados, en 1954, mientras que Paz lo hizo a los veintitrés años –Entre la piedra y la flor– durante su etapa como maestro rural en Mérida, donde vivió entre el 11 de marzo y el 10 de mayo de 1937, datos no mencionados en el libro, quizás por no encuadrarse en los años de relación entre los protagonistas. En común tienen debutar en plena juventud, pero mientras la primera obra del futuro Nobel mereció una positiva aunque tibia recepción, la de Fuentes produjo una polémica estruendosa que habría de replicarse, intensificada, con su primera novela, La región más transparente (1958), al grado de que Alfonso Reyes, a quien el joven autor pretendió homenajear al emplear un verso suyo como título, le reprochó paternalmente que lo volviera parte de la gresca. Varios años más tarde, ya en su papel de embajador de México en Francia, el novelista, parafraseado por Flores, refrendaría su noción sobre México en una carta donde respondía a una crítica de Gabriel Zaid en la revista Plural: “Zaid pasaba por alto que México es, en el contexto internacional, una nación semicolonial.”

La razón por la que la alta intelectualidad mexicana puso un grito en el cielo ante la primera novela de aquel joven insolente fue que muchos se reconocieron en ella… el propio Paz entre ellos. Novela en clave, donde el autor humaniza a Ciudad de México y la amuebla con ilustres habitantes, reconocibles intelectuales de la época que, las más de las veces, ostentan deficiencias éticas y morales, en el epicentro de una especie de ciudad espejo cuya historia épica y devenir justifican sus rasgos de personalidad y sus actos. Concuerdo con quienes han percibido en esta obra coincidencias con las ideas expuestas por Paz en El laberinto de la soledad (1950); una “novelización” de algunos de sus conceptos que, a su vez, fueron abordados por otros autores, antes y después. Advierto una hiperbolización del propio Paz en el personaje de Manuel Zamacona, un poeta que se toma demasiado en serio. Pero entre las grandes virtudes del poeta, poco frecuentes en su medio, estaban la objetividad y el sentido del humor (más acentuada en su juventud), y fue de los pocos que saludó a La región… en términos justos, más que elogiosos, “Hubo que esperar hasta Carlos Fuentes y La región más transparente para que al fin apareciesen en nuestras letras el rostro y el habla de la burguesía mexicana.” Al parecer, sólo el poeta y el crítico Emmanuel Carballo –quien la nombró “la novela del año”… aunque luego se desdijo– antepusieron su valor estético más allá de quién era quién, y llegó a convertirse en bestseller por encima de autores de habla inglesa. A Paz le esperaba otra granizada por el estilo con El arco y la lira. Los críticos mexicanos eran reacios a superar lo que José Luis Cuevas denominó “la cortina de nopal”. Las ideas de Paz se adelantan por mucho a las vigorosas tendencias actuales, en las que, parafraseando al propio autor, las nomenclaturas son sólo instrumento de trabajo: “Gran parte de la crítica no consiste sino en esta ingenua y abusiva aplicación de las nomenclaturas tradicionales.” En carta a Tomás Segovia, el 27 de julio de 1965, hace referencia a la mezquindad de las críticas contra él y Fuentes: “Nuestra crítica es, simultáneamente, indulgente y poco generosa. Aceptar todo es rechazar todo. Las raíces de esa pasividad, como las de nuestra envidia, son insondables y prefiero no descender a ese subsuelo tenebroso.”

Testigos, no funcionarios…”

 

Cuando el 17 de octubre de 1972, Paz respondió al discurso de Fuentes en su ceremonia de ingreso a El Colegio Nacional, sus palabras no pudieron ser más concluyentes. “Fuentes ha sido y es el plato fuerte de muchos banquetes caníbales. Salvo unas cuantas excepciones no tenemos críticos sino sacrificadores […] No obstante, tras cada ceremonia de destrucción, Fuentes aparece más vivo que antes. ¿El secreto de sus resurrecciones? […]: la risa.”

Entre el poeta y el novelista existían afinidades y discrepancias; Fuentes, más proclive a incongruencias en el aspecto político, cosa que atribuyo a que, por mucho que manifestara sus ideales en público –pasó del comunismo al echeverrismo– lo que en realidad le importaba era escribir, y el propio Paz consideraba que así tendría que ser. En carta a Rita Guibert (escritora, periodista y editora estadunidense) cita a Albert Camus: “Los escritores son los testigos de este mundo. Los testigos, no los funcionarios.” Cuando escribió esto ya se encontraba en Harvard, abandonado su cargo como embajador de México en India y decidido a nunca más participar en la política de su país.

Hábilmente, a través de fragmentos o interpretaciones de cartas de muy diversos destinatarios, no sólo Paz y Fuentes, Malva Flores va abriendo brecha para recrear la atmósfera en que tuvo lugar el llamado boom latinoamericano formado, de manera indirecta, gracias a la frenética pesquisa de Paz de colaboradores de proyección internacional para su proyecto de revista. Las afinidades ideológicas, más que las estéticas, dieron pie a un concilio de autores que coincidían en fiestas, cocteles, simposios, bares alrededor del mundo… crearon, casi por sortilegio, grandes premios que uno a uno fueron ganando, como en una carrera de relevos.

Malva Flores no repara en ello, o se abstiene de comentarlo, pero se trataba de un mundo de hombres. Las únicas autoras mencionadas, por motivos muy ajenos a aquella rebelión político-literaria, son (por supuesto) Elena Garro, “la villana” de la biografía de Paz; Elena Poniatowska, como reporterita ingenua; Clarice Lispector, única que amerita algún comentario laudatorio, y María Luisa la China Mendoza, de manera aislada y difusa, en su calidad de diputada federal, no de autora. Y luego… las esposas. Las amantes. Paz parece tan ajeno al selecto club como las autoras citadas. No formó parte activa de dicho club, o apenas de manera subrepticia y periférica, no porque no escribiera narrativa, sino porque no compartía el entusiasmo por la Revolución cubana que encendía al mismo Fuentes; a Cortázar, García Márquez y Benedetti al grado del fanatismo; al mismísimo Vargas Llosa, aunque con mesura (ya sabemos su posterior radical cambio de opinión). De este grupo de varones estrictamente heterosexuales, desertaría Juan Goytisolo tras presenciar un arranque de homofobia por parte del mismísimo Che Guevara.

Cuando en 1976 se suscitó el golpe a Excélsior, debido a que su director, Julio Scherer, fue súbitamente reemplazado por Regino Díaz Redondo, Paz cerró el suplemento Plural –sucedáneo de su revista ideal que no conseguía materializar– en solidaridad con el periodista. Hubo un enorme revuelo. Fuentes ejercía su embajaduría en Francia, pero la noticia era demasiado grande para no enterarse en el justo momento. Existía una oleada de censura solapada a nivel mundial. En Francia sucedían eventos similares. Fuentes recibía toda clase de explicaciones por parte de los afectados y del gobierno que exculpaba al presidente de este ultraje. Optó por manifestar su apoyo a los primeros y exigir una investigación, pero refrendando su confianza en la vocación democrática de Echeverría, comparándolo con Lázaro Cárdenas en cuanto a su capacidad para salvaguardar el país. Lenguaje vacío de político, no de escritor. La dualidad del novelista abriría una herida profunda en su relación con Paz, que en gran medida se perpetuaría en las opiniones de los discípulos del poeta; me refiero a los discípulos del otro Paz, el Tlatoani, Premio Nobel de Literatura 1990, prudente prosélito de Carlos Salinas, que se ve reflejada en publicaciones como ésta, de Domínguez, diametralmente opuesta a la expuesta años atrás por el propio Paz: “Fuentes desprecia las consistentes críticas que recibe en México desde hace más de diez años y se confirma, como reza la doxa clasemediera, que en este país se perdona todo, menos el éxito”, para, a continuación, repetir lo que críticos de antaño, como José Joaquín Blanco, dijeron de la obra del novelista, refiriéndose esta vez a Cristóbal Nonato: “Reúne todos los lugares comunes de la cultura mexicana.” No obstante lo anterior, soy firme creyente de que al Poeta la idea de tener francotiradores, más que colaboradores, no le pasó por la cabeza. Eso hubiera desvirtuado su imagen, como desgraciadamente sucedió. Aunque Fuentes tampoco salió ileso.

Estrella de dos puntas es producto de una búsqueda erudita y afanosa. De acercarse a las verdaderas voces, hechos y actitudes. Existió una relación cordial entre Paz y Fuentes; hubo momentos de camaradería íntima, como sus escapadas al burdel de La Bandida; la correspondencia fue fluida: hubiera sido magnífico verla compilada en vez de comentada, pero salvo por un par de quejas de Paz sobre “Elena”, no se advierte entre ellos una apertura genuina, una intimidad sin tapujos que amerite denominarse “Amistad”.


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