Estrella de dos puntas: bitácora de una amistad

- José María Espinasa - Sunday, 07 Feb 2021 07:27 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La amistad entre dos grandes figuras de nuestra literatura, de quienes mucho se ha dicho y escrito, ambas reconocidas internacionalmente y de gran influencia en las generaciones posteriores, Octavio Paz y Carlos Fuentes, es el asunto de este sincero y por ello no menos lúcido comentario motivado por el libro de reciente aparición, ‘Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad’, de Malva Flores, que aquí se considera “serio y riguroso, está llamado a ser importante y a dejar atrás muchos de los juicios condenatorios absurdos que se aplicaron a uno y a otro”.

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El 31 de marzo de 1914 nació Octavio Paz en Ciudad de México, murió en la misma urbe en 1998 el 19 de abril. Carlos Fuentes nació en Panamá en 1928 el 11 de noviembre, y murió la capital mexicana el 15 de mayo de 2012. Los dos más influyentes, famosos y visibles autores literarios de la segunda mitad del siglo XX vivieron casi el mismo número de días y compartieron, entre mediados de los cincuenta y mediados de los ochenta, una estrecha, intensa y muchas veces polémica amistad. Empecemos por el último de los adjetivos: visibles. Ambos fueron hombres de su tiempo, protagonistas en la prensa y en los medios, no sólo en los libros, carismáticos, guapos, cultivados y cosmopolitas, si bien muy preocupados por lo mexicano, por la identidad nacional, la realidad política y social. Eso contribuyó a que fueran exitosos, recibieran los más importantes premios nacionales y de la lengua española, el narrador el Cervantes y el poeta el Premio de la Paz de Frankfurt y el Premio Nobel. Sus ideas y opiniones eran leídas, seguidas y atendidas por un público mayor que el tradicional para los escritores. Los medios, incluida la televisión, les prestaron bastante atención y reforzaron su protagonismo. Pero esta breve ficha que se quiere fría y objetiva no describe bien ni a cada uno de ellos por separado ni la ya señalada estrecha amistad entre ambos.

Muchos de los comentaristas y críticos que se han ocupado de ellos, de sus obras y de su biografía han buscado ser objetivos, palabra en un tiempo no tan lejano exigencia altisonante y hoy, al menos para mí, cada vez más vacía de sentido e inoperante. Por eso asumo abiertamente mi subjetividad en esta lectura. Desde que empecé a leer la obra de Paz sentí una admiración y fascinación por su poesía y me deslumbraban sus textos ensayísticos –El arco y la lira y Los hijos del limo los leo y releo con frecuencia–, después admiré su lucha por la independencia del escritor frente al príncipe y me alimenté de sus trabajos editoriales –las revistas Plural y Vuelta (en esta última incluso llegué a participar fugazmente)– y de sus polémicas intervenciones en la vida pública. Si bien hoy algunos de sus libros me parecen desgastados por el tiempo, me suele asombrar su capacidad expresiva, su condición de revelación. (Releí, por ejemplo, no hace mucho, Viento entero, que no tenía tan presente como Piedra de sol, Pasado en claro, Nocturno de San Ildefonso y El cántaro roto, y me dejó deslumbrado. ¿Por qué en su momento no había registrado su extraordinaria calidad?) En cambio, Fuentes me costó más trabajo: Aura me encantó, pero La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz me dejaron frío y con el tiempo sus ensayos me parecieron cada vez más correctos resúmenes de las discusiones del momento, sin profundidad y sin fuerza. Lo dejé de leer.

Esto lo señalo como advertencia para situar mi lectura de Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, de Malva Flores. La bibliografía sobre Paz, abundante tanto antes de su muerte como después, es otra fascinación, como he dejado claro en mi ensayo “Lecturas de Octavio Paz”. Y este volumen no sólo era esperado, sino que además es uno de los más notables. Malva Flores, buena escritora, se había ya ocupado de Paz en distintos lugares y en especial en Historia de Vuelta, estudio sobre la revista, útil e inteligente, si bien un poco falto de sabor. Estrella de dos puntas es muy bueno: acucioso en su investigación, bien escrito, con fuerza narrativa y bien planteado en el contrapunteo sobre la correspondencia disponible para consulta y trata, sin que pueda ocultar del todo su simpatía por el poeta, de ser objetivo.

La amistad entre creadores no es fácil. El Borges, de Bioy Casares (para mí un homenaje a la amistad) termina con la narración de la manera en que el novelista se entera de la muerte de su amigo y maestro: en el quiosco de prensa al ir a comprar el periódico. Es un colofón triste de su estrecha amistad interrumpida en los últimos años. Los lectores sabíamos que Paz y Fuentes, ellos también, tuvieron una estrecha amistad y ésta influyó en la escritura de ambos, aunque más del mayor al menor por razones no sólo de edad sino de peso conceptual. Y el libro retrata lo intenso y lo conflictivo de esa amistad, perfilando así además un texto que trae nuevas luces a la historia de las revistas mexicanas y en español (Revista Mexicana de Literatura, Plural, Vuelta, Nexos, Mundo Nuevo, Libre, el suplemento La Cultura en México) y que será imprescindible para entender lo ocurrido entre 1950 y el día de hoy en nuestro agonizante revistero literario.

La mirada póstuma sobre Paz y Fuentes de la crítica literaria no es equivalente. Mientras que los trabajos sobre el poeta son abundantes, la mayoría muy buenos y no pocos críticos e incisivos, y desligados del ámbito académico, la mirada sobre Fuentes ha sido más bien celebratoria y fastuosa, pero con poco contenido, las novedades publicadas no han aportado ningún texto esencial ni un gran cambio en la valoración del corpus de su obra, pero los dos han sufrido, más el poeta que el narrador, la andanada de dos industrias similares: los textos exhumados de Elena Garro en un caso y la reciente aparición de Mujer en papel, la biografía de Rita Macedo, la primera esposa de Fuentes, en el otro. Es una lástima, pues no hay mucho rigor y sí mucho amarillismo y chismorreo. En cambio, Estrella de dos puntas, mucho más serio y riguroso, está llamado a ser importante y a dejar atrás muchos de los juicios condenatorios absurdos que se aplicaron a uno y a otro.

Es evidente que la figura pública de Fuentes puso un sello distintivo a su obra, y ese sello se extendió a sus amigos del boom, pero ya desde los años cuarenta Paz perfilaba otro estilo en los escritores mexicanos: cosmopolita y no lastrado, aunque sí preocupado, por lo mexicano, lo que refleja también su aspecto físico: guapos y carismáticos. Parece un señalamiento frívolo –lo es–, pero justo por su frivolidad encarna un notorio cambio. Basta comparar la relación amistosa entre grupos –los Contemporáneos, la Generación del 27, Orígenes– con la del boom: pública, extrovertida, incluso escandalosa (basta recordar el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez, de quien había escrito un libro ensayístico notable, Historia de un deicidio. También sabemos, por José Donoso (Historia personal del boom), el papel que jugó Fuentes en la articulación del grupo y que, tanto el autor de Cien años de soledad como el de Conversación en la catedral, recibieron el Nobel mientras que Fuentes, el director de escena, no. Paz lo recibió, aunque tarde, pues lo merecía desde mucho antes, y ambas cosas son señales del poco peso que tiene el español en el contexto del premio.

¿Fue la ambición del premio Nobel la que provocó el definitivo rompimiento entre Paz y Fuentes, a raíz de la publicación del ensayo de Enrique Krauze? Creo que el libro de Malva Flores deja ver claramente que la situación es mucho más compleja y difícil de entender y que no se explica bien con esa visión maniquea y mezquina. Sin quitarle importancia al asunto, pienso que la ruptura, y la autora lo describe bien, es mas de carácter y de posiciones ideológicas. La famosa disyuntiva de elegir entre ser amigo de los amigos o ser amigo de la verdad es justamente expresión de una visión maniquea. La realidad política de México, de América Latina y del mundo era muy confusa y difícil de poner en esos términos: la lucha ferrocarrilera, la magisterial, el movimiento estudiantil, las estrategias de cooptación del pri, los desastres de Guatemala, Cuba, Chile, Nicaragua, la política cínica del imperialismo estadunidense, la rigidez de la ortodoxia marxista y los países del bloque soviético (con lo sucedido en Hungría y Checoslovaquia) o en América Latina Pinochet, Videla y compañía no volvía nada fácil la coincidencia ideológica.

Retrospectivamente, lo sucedido da la razón a los planteamientos de Paz, pero no invalida del todo los argumentos de Fuentes y mucho menos convalida algunas de las acusaciones que se le hicieron, o ningunear sus argumentos sobre México porque no era “esencialmente” mexicano. Sin embargo, lo que uno siente a lo largo de la lectura del libro es una enorme tristeza de que esa amistad se vaya desfigurando y termine como terminó. Se dirá que lo que estaba en juego era algo más importante que una amistad, pero eso es un equívoco mayúsculo, sobre todo cuando da la impresión de que eran más las coincidencias que las diferencias. El tema central de muchas de las cartas citadas, y podemos suponer que el de la mayoría de sus encuentros, tiene que ver con la revista que Paz aspiraba a hacer. Es llamativo que el camino iniciado por los Contemporáneos en los años veinte termine con El hijo pródigo y la muerte de Villaurrutia, que Paz juegue un papel clave en esta última, y que la Revista Mexicana de Literatura sea heredera de ambas. Es de suponerse que la paulatina aparición de más cartas, documentos y epistolarios (por ejemplo, el de Ángel Rama y Tomás Segovia) permitirá ver la evolución de esas ideas en Plural, Vuelta y Nexos en el último cuarto de siglo. La historia siempre está por escribirse.

El último capítulo del asunto fue el choque entre grupos en los años noventa, a propósito de los coloquios televisivos. He de señalar que, como ocurre a otros libros, la proximidad vuelve menos interesante el asunto. La propia Malva Flores parece perder entusiasmo en los acontecimientos. La televisión anticipaba el desplazamiento que la polémica entre publicaciones en papel sufrió al migar hacia la web. Hoy, que las publicaciones literarias en papel son cada vez más escasas y poco leídas, pareciera que esa polémica es de otro siglo, y en sentido estricto lo es, pero sigue siendo muy importante y necesaria en éste. No es la única conversación presente en el libro entre Paz y Fuentes y varias de ellas siguen abiertas y vale la pena escucharlas.

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