Documentar al mundo con la mirada / Entrevista con Óscar Menéndez

- Ricardo Venegas - Sunday, 21 Feb 2021 07:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nacido en Ciudad de México en 1934, Óscar Menéndez estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, de la UNAM de 1954 a 1957. Entre 1958 y 1961 vivió en Praga, Checoslovaquia, becado en la Escuela de Fotografía y Cine. En 1962 dirigió y fotografió los documentales 'Taxco y Kalala'.

 

En 1965 realizó la película Todos somos hermanos, en la cual Óscar Chávez es el narrador. En 1966 dirigió la filmación de la película México bárbaro, basada en la obra homónima del escritor estadunidense John Kenneth Turner. Es reconocido en México y en el mundo por sus documentales en torno al ’68, Malcolm Lowry y sus trabajos sobre la sanación indígena, entre otros.

No sólo dedicado al cine documental, Menéndez realizó fotografías etnográficas para la Fundación del Museo Nacional de Antropología en colaboración con el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla.

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El siglo XX en blanco y negro. Exposición/Homenaje, realizada recientemente en Cuernavaca, corona una trayectoria. ¿Cómo recibe este reconocimiento a su obra del Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano?

–Esta exposición ha sido el trabajo capital definitivamente, he expuesto en México y otras ciudades, y en Cuernavaca, desde luego, pero esta exposición resultó totalmente especial; se seleccionaron 280 fotografías de mil negativos, llevó prácticamente un año de preparación. Yo voy emparejando siempre la cuestión fotográfica con la cinematográfica, eso es parte de mi profesión. Lo que teníamos que hacer era precisamente esta interacción entre las imágenes y el cine y se logró, porque en la exposición están veinte películas mías funcionando.

–Este recorrido por el mundo, ¿cómo marca su mirada de interpretación la realidad social de México?

–La realidad social de México está en la exposición, tenemos una sección que se llama “México profundo”, en donde están imágenes de nuestra realidad; pude trabajar una deuda que tenía con un gran amigo, que fue John Spencer. Él representa lo bueno de la humanidad y lo bueno de los extranjeros que han estado aquí en Cuernavaca, porque Spencer donó toda su vida a Cuernavaca y está enterrado en una humilde fosa en el atrio de la iglesia de Los Reyes. Pero además dejó una obra impresionante, que compite tranquilamente con las obras monumentales de todo el mundo. Está a la altura de Gaudí, de Barcelona, por ejemplo. Los muros de la capilla son verdaderamente impresionantes por la conjunción de la naturaleza y la arquitectura. Curiosamente, John Spencer no le pidió ningún recurso económico al Estado, pero además fue premiado en vida con la medalla Morelos por Mercedes Iturbe. John finalmente falleció hace quince años y lo estamos conmemorando.

–Tiene un importante documental sobre la sanación y lo sagrado. ¿Qué queda en usted después de ese importante ejercicio de asomarse al alma del país?

–Hay materiales muy significativos, como la película del espacio de Juan Rulfo. Yo creo que ahí nos metimos a fondo en lo que es nuestro país. Ese México lo podemos entender a través de la lucha de Rubén Jaramillo también. O desde el ’68, que para mí es fundamental, porque por primera vez en México, en tres meses, vivimos la democracia total y absoluta, y queríamos un país así, democrático, como se demostró en esos tres meses de fiesta mexicana que fue interrumpida por el crimen del 2 de octubre. Eso también está en la exposición, y creo que está en la memoria de todos los que vivimos esa etapa del ’68 con toda la fuerza que teníamos en la juventud, éramos jóvenes todos nosotros y muy valientes, además.

–No se ha visto otra gesta similar actualmente, parece que es muy diferente la manera en que ahora se manifiesta la gente.

–No, creo que nosotros estamos removiendo conciencias, lo que está pasando ahora es confuso, yo no estoy de acuerdo con lo que está pasando en México ahorita, no puedo estar de acuerdo porque viví en una etapa realmente democrática, cuando hicimos el ’68; ahora no veo esa democracia total y creativa que tuvimos en ese momento. Creo que tenemos que esperar, porque estamos viviendo además una tremenda pandemia que nos está eliminando la posibilidad de trabajar, nos está limitando tremendamente.

–¿Cómo ve a México en el escenario del mundo?

–En Praga fui a estudiar a la escuela de cine que estaba adjunta a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Praga, que nomás tiene mil años de existir. Tuve maestros que conocían México y que habían estado aquí y les interesaba mucho nuestro país. Nos trataron muy bien, nos preguntaban muchas cosas, se hicieron grandes amigos de nosotros y nos favorecían en muchas cosas porque éramos mexicanos y ellos eran especialistas en la cultura mexicana, tanto en las lenguas indígenas como en la antropología y en la historia de México. Fue toda una sorpresa, porque nos adoptaron como alumnos preferentes. Luego estuve en África, por ejemplo, donde México es muy conocido; a pesar de que nosotros no sabemos nada de África, ellos sí nos conocen. ¿Por qué? Porque ellos habían visto cine mexicano, nada más por eso; yo llegué invitado por el ministerio de cultura de Mozambique a trabajar con los fotógrafos africanos, que están bien organizados, mejor que nosotros, además. Fui con Ricardo Rangel, que era director de los talleres de fotografía en Mozambique, donde acudía media África a tomar cursos; el maestro Rangel había participado en la guerra de liberación de su país, hasta alcanzar la libertad contra la dominación portuguesa. Era un gran fotógrafo y conocía perfectamente la historia del cine mexicano. Me preguntaba mucho por las películas mexicanas, desde luego por Figueroa, me preguntaba si lo conocía, y le dije: “Sí, conozco al maestro Figueroa, cómo no, y al Indio Fernández.” Conocían también a México por el futbol, entonces pensaban que los jugadores mexicanos eran como africanos. Y bueno, donde quiera que llegaba decía “soy mexicano” y ah, perfecto, pásele por acá, y te invitaban a todas partes porque conocían México, pero lo conocían en el sentido cultural y a través de fotos también, en los murales que se hacen en África, pues son de la escuela mexicana: Orozco, Rivera, Siqueiros… con los cuales tenía mucha conexión yo, y con el medio cultural en África. Me tocó una época muy bella, porque acababan de liberar a Mandela, entonces África había despertado a otro nivel. Esa experiencia de África y México fue sensacional.

­–Corrimos con la suerte de tener a otro inglés en Cuernavaca: Malcolm Lowry. Usted ha hecho un documental, y organiza con Dany Hurpin un congreso en torno a este escritor…

A Lowry lo tenemos como el descubridor de Cuernavaca en el mundo; realizamos el Quinto Coloquio sobre Lowry (virtual). Tenemos compañeros de Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos, Francia… muchos países intervinieron. Ha sido internacional la presencia de Lowry y la presencia de Cuernavaca en el mundo, porque hablar sobre Lowry significa hablar sobre Cuernavaca.

–En las luchas de reivindicación de este país, ¿qué lo motiva a acompañar desde la lente las gestas del pueblo? Por una parte usted registra los hechos y, por otra, es activista social.

–En la escuela me incliné bastante por ir a Bellas Artes a los conciertos, los ballets y todas esas cosas; la escuela se encargaba de mandarnos a las mejores funciones gratis. Entonces ahí conocimos grandes exposiciones de pintura, ahí conocí a los fotógrafos mexicanos: a Nacho López y a Héctor García, Yo era estudiante, entonces andaba con mi camarita tomando fotos y les ponía atención porque realmente lo hacía con cierta inocencia, ¿no? Me invitaban a sus talleres y comencé a aprender la fotografía con ellos; de ellos aprendí que la fotografía debe contar una historia. Hasta ahora sigo contando historias con las fotos. Cualquier foto que tenga, que esté en la exposición, tiene una historia atrás. Porque hay una fotografía comercial que, desde luego, tiene todo el derecho de serlo, pero hay la fotografía del arte. En ese entonces me tocó una experiencia muy especial en Francia: estudiando en Checoslovaquia íbamos de vacaciones a París; íbamos un grupo de mexicanos a la embajada mexicana porque mis compañeros conocían a Octavio Paz. Entonces llegué con Paz y con mi carpeta de fotos de Praga, él las vio y dijo: “Oiga joven, usted sabe ver, me gustaría que se quedara aquí en París, yo le puedo presentar a Cartier-Bresson porque es muy amigo mío, y creo que usted tiene un gran futuro como fotógrafo.”

–¿Octavio Paz sabía que usted era mexicano?

–Sí, claro, éramos estudiantes que íbamos a conocer al poeta, éramos como visitantes que veníamos del campo socialista a pasar unos días en Paris. Y entonces le dije a Octavio Paz: “Maestro, me gustaría mucho quedarme pero tengo que terminar mi carrera, allá estoy estudiando cine y todavía falta bastante, pero regresaré después a verlo, a ver qué podemos hacer.” Ahí hubiera cambiado mi vida totalmente, me hubiera quedado en Francia, porque la cultura francesa es potentísima, y si comienzas a trabajar con el equipo de Cartier, en su proyecto, te olvidas de ser mexicano y te vuelves internacional. No lo hice, pero fue uno de los momentos claves de mi estancia en Europa. Octavio Paz era muy gentil, nos trataba como jóvenes talentos, yo era muy joven también; todo esto es parte de la vida y la vida corre, y puede cambiar uno mucho.

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