Virus y control: William S. Burroughs en la era Covid

- Alexander Naime Sánchez-Henkel - Sunday, 21 Feb 2021 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En este inusual ensayo con formato de entrevista, el autor mortal y el inmortal Lee charlan sobre la vida y obra de William S. Burroughs, precisando su estilo narrativo y su sabia y grotesca voz que nos habla Hoy desde un Ayer desconocido.

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–Sostengo que en realidad escribiste dos libros: Queer y Yonqui. El resto de tu obra es la fragmentación estilística de los temas que tratas en sus estos libros: virus y control.

–Mi queridísimo genital. Lleguemos al grano. La Palabra es el Virus. La Palabra alguna vez pudo haber sido un organismo neuronal benigno. Ahora es un parásito maligno que daña nuestro sistema nervioso central. La humanidad ha perdido la opción de Silencio. Inténtalo. Intenta detener tu discurso verbal. Intenta diez segundos de silencio interno. Encontrarás un organismo resistente que te obliga a hablar. Ese organismo es la Palabra. Lo que llamamos Historia es la historia de la Palabra. En el principio estaba la Palabra. ¿Al principio de qué, exactamente? Al principio de esta historia estaba la Palabra.

–Aunque Queer y Yonqui se publicaron con décadas de diferencia, se escribieron al mismo tiempo, a inicios de los cincuenta y en el mismo lugar. ¿Te acuerdas? Vivías con Joan Vollmer y juntos compartían perversiones sexuales y abuso de sustancias. En una fiesta en 1951 empapada de alcohol en Ciudad de México…

–Oh, Ciudad de México, ese lugar donde mañana significa mirar las estrellas e interpretar su significado, y tal vez entonces...

–En esta fiesta realizaron un acto de William Tell extremadamente desaconsejado. Estabas pedísimo y apuntándole con una pistola a un vaso de whisky que Joan, imprudentemente, había colocado sobre su cabeza. La banda miró, vitoreó, aplaudió. Y disparaste. Y fallaste. Centímetros abajo del vaso. Después de pasar trece días en la cárcel, fuiste liberado, y escribiste dos libros.

–Me veo obligado a llegar a la terrible conclusión de que nunca me habría convertido en escritor si no hubiera sido por la muerte de Joan.

–Pero mucho antes de esa fatídica fiesta, es importante señalar que tenías dinero. Tu abuelo, el capitalista William Seward Burroughs, inventó la primera calculadora funcional y fundó la Corporación Burroughs. Y desde tu graduación de Harvard en 1936, recibiste una pensión mensual que te duró hasta los cincuenta años. Comodito, eh. Pero, gracias a Dios, estabas destinado al remordimiento, la locura y la adicción. Tu nacimiento en 1914 coincidió con la prohibición de narcóticos.

–Sí. El problema comenzó con la Ley de Narcóticos Harrison de 1914 en Estados Unidos. La histeria antidrogas ahora es mundial y representa una amenaza para las libertades personales en todas partes.

–La coincidencia no sólo tenía un significado simbólico, sino un estrecho vínculo familiar. Tu tío... el tío...

–El tío Horacio, quieres decir.

–Sí, el tío Horacio. Entonces, el tío Horacio se volvió loco por su incapacidad para obtener morfina y, al ver su condición repentinamente criminalizada, se cortó las venas.

–Cayendo, Horacio cayendo, como un orgasmo, cayendo en el color-música-olor-sentido, ahí donde millones de actos sexuales suceden en un solo tiempo lugar.

–Todo lo que escribiste partió de una filosofía autobiográfica.

–Para mí, escribir era reescribir. ¿Pero qué estaba reescribiendo?

–Estabas escribiendo y reescribiendo Yonqui y Queer en Ciudad de México.

–Oh, Ciudad de México, ese lugar de dos mil años de enfermedades, pobreza, degradación, estupidez, esclavitud, brutalidad y terrorismo psíquico y físico donde todos dominan el arte de valer madre.

–Escritos después de la muerte de Joan, estos dos libros son de alcance convencional, con una comprensión modesta de la estructura narrativa, y con una notable capacidad para invocar voces sucias, groseras y chirriantes, como si algo inquietantemente surrealista y sospechoso pasara debajo de los temas reales que escribe: adicción y sexualidad a partir del deseo carnal. Lo trascendental de Yonqui y Queer es que denuncian la politización de lo personal y buscan defender el mundo íntimo de los deseos individuales sobre una narrativa global de Control a través de la propaganda viral.

–¡Claro! La propagación viral de Palabras e Imágenes buscan controlarte. Pero Control nunca puede ser un medio para ningún fin práctico. Nunca puede ser un medio para nada más que más Control. Una vez me mutilé un dedo. ¿Te conté? Tuve un sueño donde era adicto a la clorofila. Yo y otros cinco clorofílicos esperamos en la explanada de un hotel barato. Nos poníamos verdes de no darnos el buen piquetón. ¡Nos estábamos convirtiendo en plantas! ¡Gente vegetal!

Yonqui, escrito en primera persona, comienza en las sórdidas calles de Nueva York y atraviesa geografías de drogadicción, incluyendo la oficina de un político mexicano. Es una narrativa divertida y malditamente erudita que concluye con Lee en un viaje a Sudamérica en busca de la droga telepática llamada Yagé. Mientras escribiste Yonqui, escribías Queer, en tercera persona, que comienza contigo ya en Ciudad de México.

–Oh, Ciudad de México, un lugar donde los deseos tienen el poder de los sueños, y encontrar evidencia no resuelve casos.

Queer comienza contigo, Lee, dirigiendo tu atención a un chico llamado Carl. Y bueno, luego dejaste a Carl y te enamoraste de un chico llamado Allerton con quien viajas a Sudamérica en busca de una droga telepática llamada Yagé. ¿Qué pasó en las selvas de Sudamérica?

–¡Me volví incorpóreo! ¡Libre! ¡Libre del Virus y del Control!

–Nadie lo sabe a ciencia cierta porque eras el drogado máximo de las selvas de Sudamérica. Lo que sí se sabe es que llegaste ahí con Yonqui y Queer frescos en la cabeza. Y de la selva sales trastornado por alucinaciones clorofílicas, y te dedicas a escribir un conjunto de tácticas de guerra para combatir el Palabravirus y el Imagenvirus que, según tú, buscan controlar nuestras mentes. ¿o no?

–Si. El lenguaje en sí mismo es el enemigo, es Control, ¡es el Virus!

–Durante esa década (1958-1968) cortas, mutilas, expandes, apendizas, ilustras, reescribes, recreas, reinventas Yonqui y Queer para heredarnos uno de los más complejos e inquietantes universos –Almuerzo desnudo, The Soft Machine, El ticket que explotó y Nova Express. Esta serie de libros es poderosamente literaria y viciosamente anti-literaria al mismo tiempo. Estos libros tienen el poder de subvertir las concepciones de lo que es Literatura y cómo funcionan las narrativas.

–Toda la Historia es Ficción porque la Historia es la Palabra.

–Pero ya, a ver, estos libros son versiones de Yonqui y Queer, donde intentas comunicar que la verdadera guerra es sobre la producción de la Realidad misma: sobre aquello que cuenta como Real desde un inicio. Y pues esta serie de libros se trata de –bueno, eeeh– una ayudadita aquí, mi Lee.

–“Es mierda Dada”, dijo mi amigo Kerouac. “Es página tras página de siniestra poesía heroica en prosa”, dijo mi amigo Ginsberg.

–Lee...

–¡Mi ano los escribió! Mi ano me revelaba lo que podía sintonizar sin FM en un radio con antena de semen. Y mi ano dice que…

–¡Lee!

–Tratan de controladores alienígenas que trajeron sus vicios y enfermedades de su planeta de origen e infectaron a los humanos de la misma manera en que los primeros colonizadores infectaron a las llamadas poblaciones primitivas.

–Gracias. Gracias, Lee. Es que, como narrativas, resultan ilegibles. Mientras más leo esos libros, más incompresible se vuelve tu universo. Si no hubiera leído Yonqui y Queer, mi conclusión prematura sería inevitable: en efecto, William S. Burroughs escribe muy mal y es un asqueroso. Y es que tus obras posteriores son imposibles de leer de manera convencional. Son ilegibles en el sentido de que son imposibles de leer sin preguntarse: ¿qué es leer?

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