El cine universitario: militancia y vulnerabilidad social después del ’68

- Rafael Aviña - Saturday, 27 Feb 2021 23:42 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Un repaso por la producción cinematográfica que se llevó a cabo, principalmente por egresados del CUEC, durante los convulsos años setenta, en el contexto histórico y social que dejó el movimiento estudiantil del ’68, la matanza de Tlatelolco y la 'Guerra sucia' conducida por el Estado. Cine valiente, de crítica y protesta social, con trazos experimentales, que siempre es oportuno recordar.

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Para Paty Coronado

En 1970, varias noticias sacudieron a nuestro país: la muerte de Agustín Lara y del expresidente Lázaro Cárdenas; un eclipse total de sol en Miahuatlán, Oaxaca; el Campeonato Mundial de Futbol en México, con el pase a cuartos de final de la selección nacional, y la despedida del rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, quien, en su discurso de salida, conminaba a continuar con la “defensa de las más caras esencias de la autonomía y la libertad de la Universidad, que tantos sacrificios y hasta sangre ha costado...” A su vez, la amnistía política otorgada a los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo Martínez y Valentín Campa y, en 1971, la liberación de veintitrés estudiantes y catedráticos vinculados con el movimiento estudiantil de 1968; entre ellos, Heberto Castillo y José Revueltas.

Justo entre 1970 y 1971, el otrora legendario Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) producía un par de filmes que mostraban el desencanto social heredado de la cruda de 1968 y el poder represor del Estado, ya sea desde la perspectiva consumista y enajenante de la sociedad o desde la violencia intrínseca de las instituciones coercitivas, como el ejército o la policía: Crates y El cambio, ambas dirigidas por Alfredo Joskowicz, con fotografía de Toni Kuhn. Ello daría pie para que otros cineastas de la misma escuela de la UNAM y el propio Joskowicz continuaran exponiendo los temas de vulnerabilidad social, violencia estatal y los candentes tópicos alrededor de la guerrilla y la guerra sucia.

Filmada en 16 milímetros, Crates (1970) es el primer largometraje de ficción producido por el CUEC y la ópera prima de Joskowicz, luego de asistir a Leobardo López Arretche en El grito (1968), escrito por ambos, protagonizado por el propio Leobardo e inspirado en uno de los personajes del libro Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. Esta fábula sobre un hombre que se despoja de sus bienes materiales se conectaba con esa visión posterior al violento despertar que significó la masacre de Tlatelolco. Crates era una crítica a la sociedad de su momento; de ahí sus seres marginados y desposeídos, cuyo comportamiento era una protesta ante un gobierno represor.

A los tres meses de finalizado el rodaje, Leobardo López Arretche se suicidó. No sólo dirigió El grito, fue representante estudiantil del ’68 y padeció la tortura en el interior del penal de Lecumberri; su personaje de Crates resultó una suerte de autoexploración: una rabia contenida que llevaba dentro y la rebeldía que siempre abrazó.

Por su parte, El cambio (1971), escrita por Luis Carrión y Alfredo Joskowicz, inspirado en un argumento de Leobardo López Arretche, resulta un intrigante relato centrado en el idealismo juvenil de aquellos años, en un intento por reflejar la toma de conciencia de universitarios que viven peligrosamente hasta el fin, como los guerrilleros que pretendían retirar la venda que cubre los ojos de un pueblo explotado. Desde su título, El cambio hacía alusión a los sucesos de 1968, en la historia de cuatro jóvenes: Héctor Bonilla, fotógrafo al que le roban su cámara, Sergio Jiménez, pintor y diseñador, y sus respectivas parejas: Ofelia Medina y Sofía Joskowicz. Los muchachos, hastiados de la rutina, la inseguridad y la mediocridad de la ciudad emigran a Tecolutla, Veracruz, donde se percatan de la contaminación y los engaños que las autoridades llevan a cabo. No obstante, cuando deciden tomar partido serán reprimidos por un miembro del ejército, como mayor alusión a los hechos de Tlatelolco. Como un acto de rebeldía, Bonilla y Jiménez arrojan una cubeta de agua sucia y contaminada al ingeniero responsable de la obra, ocasionando que el sargento, encarnado por Mario García González, los asesine a quemarropa.

Más tarde, en 1974, Joskowicz regresó con Meridiano 100, filmada en la zona de Malinalco, Estado de México, en la que insistía en el tema de la oposición política al gobierno con la historia de un grupo de guerrilleros que fracasan en su afán de concientizar a un grupo de campesinos y terminan inmolados por la fuerza represora del Estado.

 

Poder, violencia y represión

Otro egresado del CUEC, Carlos González Morantes, futuro y breve director de la Filmoteca de la UNAM a finales de los años ochenta, en su primer año como alumno del CUEC fue nombrado, junto con López Arretche, representante de los estudiantes ante el Consejo Nacional de Huelga en 1968. Al agravarse el conflicto universitario, González Morantes es encarcelado y liberado una semana después por otro compañero: el propio Joskowicz. Estos antecedentes fueran decisivos para su debut como realizador, con una historia enmarcada en la corriente experimental e independiente de la época. Un ejercicio escolar de largometraje casi surrealista, plagado de múltiples citas literarias y de muy bajo presupuesto: Tómalo como quieras (1971).

Varias de las imágenes en fotos fijas con las que cerraba el filme, hacían referencia a los sucesos del 10 de junio de ese año: la represión de alumnos de la Normal Superior por parte de los Halcones. Sus personajes representaban facciones muy específicas de la izquierda mexicana de ese momento: la alumna radical y combativa, el profesor moderado y poco proclive a tomar decisiones, y el alumno ambiguo y dudoso. Dos años después, en 1973, dirige La derrota, estrenada nueve años más tarde, el 13 de mayo de 1982, escrita por él mismo y con fotografía de Federico Weingartshofer. Un filme imperfecto, a medio camino entre el cine experimental y la crítica social, protagonizado entre otros por Irma Lozano, José Alonso y Claudio Obregón.

La trama involucraba a un grupo de obreros de una fábrica que al realizar una huelga son masacrados por las fuerzas policiales. La represión de la que eran objeto despertaba la conciencia de una joven periodista (Lozano) y de su amante (Alonso), quien al intentar defenderlos es asesinada. Una vez más, la violencia del Estado era el tema de este otro cine universitario, en una rareza que incluye la participación de los críticos de cine Emilio García Riera y Jorge Ayala Blanco, interpretando respectivamente a un obispo y a un sacerdote.

Un camino similar fue el emprendido por el cineasta independiente egresado a su vez del CUEC, Federico Weingartshofer, autor de la sensible trilogía compuesta por Quizá siempre sí me muera (1971-72), Caminando pasos... caminando (1975) y Bajo el mismo sol y sobre la misma tierra (1979), producidas por su entonces esposa, Patricia Coronado (o Weingartshofer, productora a su vez de las citadas Meridiano 100 y La derrota), con los que el realizador se sumergía en tópicos complejos como la violencia social, la guerrilla y el abandono del campo. La primera, protagonizada por Manuel Flaco Ibáñez, narra la historia de un escritor aterrado por la hoja en blanco, la idea de la muerte y el fracaso del movimiento estudiantil. Encerrado en su habitación, alucina que lleva a cabo actos anarquistas, que deserta de la guerrilla y se suicida. Al salir de su delirio es detenido por la policía.

En Caminando pasos... caminando, escrita por el propio Fritz Weingartshofer y Mitl Valdez, narra la cruzada de un maestro rural (Ernesto Gómez Cruz) en una comunidad indígena empobrecida y desamparada del Estado de México y sus intentos por integrar dicha comunidad a un grupo guerrillero en formación. Finalmente Bajo el mismo sol y sobre la misma tierra, un relato sobre los enormes abismos sociales y económicos, es la historia de una campesina viuda y solitaria que deja atrás su pueblo, huyendo de los horrores del caciquismo para integrarse a una urbe violenta y caótica.

En ese mismo sentido, destaca también el trabajo comprometido y militante de Ariel Zúñiga con un par de obras potentes, de enorme fuerza narrativa y generadoras de conciencia: Apuntes (1974) y Anacrusa o de cómo la música viene después del silencio (1978), escritas por él mismo y con fotografía de Toni Kuhn, que mostraban las entrañas de esa zona oscura y clandestina que oculta el poder del Estado, su feroz brutalidad y las voces desde el silencio que murmuran los otros rostros del crimen, la desaparición forzada y el terror social.

La trama de Apuntes se inspira en una violenta huelga de choferes de taxis ocurrida en Ciudad de México en 1950. Quintanilla (José Muñoz), un corrupto líder de taxistas, es asesinado a golpes por un grupo opositor que lidera Rosario (Eduardo López Rojas), quien rememora las discusiones con otro líder: Eduardo (Claudio Obregón), miembro activo de un partido político de izquierda, deseoso de dignificar la profesión y organizar legalmente a los taxistas, que denuncia las corruptelas de Quintanilla y por ello es herido de gravedad.

El compromiso político y la denuncia de los mecanismos del poder gubernamental adquieren un mayor acierto en esa pequeña joya independiente que es Anacrusa…, con la que Adriana Roel obtuvo el Ariel a la Mejor Actuación en su papel de Victoria, catedrática universitaria, divorciada y apolítica que tomaba conciencia de la brutal realidad de ese México subterráneo cuando su hija, estudiante de medicina en la UNAM y comprometida socialmente, desaparecía, violentada por un gobierno represor y cobarde desde la oscuridad.

El arranque de los años setenta fue sin duda el germen de un cine universitario que retrató, casi desde la clandestinidad, los perversos juegos del poder político, la represión y la violencia estatal.

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