¡Alarma! 'Goyo' Cárdenas, el feminicida de Tacubaya
- Rafael Aviña - Sunday, 14 Mar 2021 07:40



El 8 de septiembre de 1942, en las páginas de El Universal apareció la siguiente nota:
Un espantoso cuádruple crimen en el que fueron víctimas cuatro agraciadas jóvenes, de las cuales una era estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria, fue descubierto ayer por la mañana por el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía. Los cadáveres de tres de las infortunadas víctimas fueron encontrados enterrados casi a flor de tierra en el jardín de la propia casa del victimario, un estudiante de ciencias químicas pensionado por Petróleos Mexicanos, que al decir de varias personas es un joven de gran inteligencia y aprovechado alumno de LA UNAM [...]
Los móviles de estos horrendos asesinatos, únicos en los anales de la criminología mexicana, no han sido todavía puestos en claro, pero a juzgar por las declaraciones hechas por el asesino, son el producto de un espíritu morboso, de un gran sádico, que bien puede constituir la versión mexicana de aquel criminal francés llamado Landrú, o del legendario Barba Azul.
Pese a grandilocuentes casos de nota roja como el protagonizado por La Banda del Automóvil Gris al inicio del siglo pasado, y otros más, como los del exluchador Pancho Valentino, el psicótico asunto de Higinio el Pelón Sobera, o el de las Poquianchis, lenonas de Guanajuato que martirizaron y asesinaron a varias de sus “protegidas”, ninguno tan intrigante como el de Gregorio Goyo Cárdenas, un criminal psicópata que se adelantó a la locura de un Ed Gein, o a los crímenes de El estrangulador de Boston. De ahí que Eduardo el Güero Téllez, el hábil reportero de policía de El Universal, lo comparara en 1942 con Landrú o Barba Azul: célebres criminales ligados a víctimas femeninas.
El crimen como inspiración: Goyo, el icono infame
Un inquietante libro a cargo del gran criminalista Alfonso Quiroz Cuarón: Un estrangulador de mujeres. Una polémica obra de teatro de Víctor Hugo Rascón Banda: El criminal de Tacuba/Mar del Norte, en la que incluso el propio Goyo asistió para cuestionar cada uno de los diálogos. A su vez, una historieta: Las aventuras de Goyo Cárdenas y un documental de mediometraje: Goyo y tres películas de ficción, inspiradas en su vida criminal: El profeta Mimí, Santa sangre y Los crímenes de Mar del Norte. Así como decenas de artículos, en libros y revistas, han dado fe de los atroces sueños de grandeza de un hombre que se recibió de abogado en la prisión de Lecumberri, de donde salió en 1976, para recibir después una inexplicable ovación por parte de diputados del PRI.
En efecto, Goyo Cárdenas fue la fuente de inspiración de El profeta Mimí (1972), película que muestra la enorme vena popular del José el Perro Estrada, cuya eficaz y poco valorada obra, lo acerca por mucho al trabajo realizado dos décadas atrás por Alejandro Galindo. Filmada en locaciones del Centro Histórico, particularmente en las calles de Leandro Valle y República de Perú, así como en la Plaza de Santo Domingo, El profeta Mimí destaca por internarse en la psicopatía criminal del protagonista: sus fantasías misóginas, la relación entre sexo y sangre y los traumas infantiles que devienen en torcidas muestras de afecto.
Es inquietante el trabajo de Ignacio López Tarso como un hombrón aniñado y violento, así como la muy jovencita y bella Ana Martín, quien tiene que prostituirse para sobrevivir en el barrio, defendida por el mismo Mimí cuando es acosada por un padrotillo encarnado por el espléndido Roberto Flaco Guzmán. Más destacable aún Carmen Montejo, en el papel de una prostituta madura de la vecindad donde habita el protagonista, en un relato en el que Montejo muestra una gran madurez histriónica, sobre todo en su fatal encuentro con Mimí.
Por su parte, Alejandro Jodorowsky se inspiró de manera libre en este infame icono de la más intrigante cultura popular mexicana para realizar la perturbadora y barroca Santa sangre (1989), que significaba su regreso al cine, luego de diez años y a un país como el nuestro, donde el chileno desarrollaría una de las carreras teatrales y cinematográficas más polémicas e insólitas, como lo muestran obras de ruptura tan irritantes como adelantadas a su tiempo: Fando y Lis (1967), que fuera el gran escándalo en la extinta Reseña de Acapulco, El Topo (1969) atípico western budista-zen de impactante belleza visual, o La montaña sagrada (1972), filme-metáfora de una extravagancia e implicaciones sociales y religiosas que enardeció a la censura.
El circo, el burlesque, la lucha libre, la nota roja: pasiones colectivas, mitos de desfogue y entretenimiento muy nacionales, se trastocan en manos del cineasta en una suerte de catarsis purificadora a partir de un humor irónico, punzante y cruel. Santa Lirio es la obsesión de Concha (Blanca Guerra); fanática religiosa y trapecista en el extremo opuesto de la voluptuosa Mujer tatuada (Thelma Tixou), por la que delira Orgo (Guy Stockwell), un gringo, propietario de un pequeño circo instalado en los alrededores del Centro Histórico de Ciudad de México, marido de Concha y padre de Fénix (Axel Jodorowsky), un apocado niño que encuentra en la magia y en la compañía de la niña sordomuda Alma (Fabiola Elenka Tapia), un universo en el que Concha, cegada por los celos, quemará con ácido sulfúrico la virilidad de su marido, quien termina por arrancarle de tajo ambos brazos en una de las escenas más impactantes de una película shock.
Santa Sangre inicia de hecho en un hospital psiquiátrico donde Fénix, un joven autista y desquiciado, recorrerá los vericuetos de la memoria para recuperar de manera fragmentada su propia historia y su pasado auténtico. Una nueva biografía, imaginaria y simbólica, matizada por alucinaciones y recuerdos de infancia, que se encabalgan al compás de danzones, mambos y boleros, bajo las órdenes tajantes y dictatoriales de la evocación materna: un insoportable y dramático complejo de Edipo, capaz de llevar al protagonista al crimen y a la locura, en las calles de Garibaldi, Izazaga, o Santo Domingo, en un relato potente y desquiciante concebido pensando en Goyo Cárdenas.
Historias del México profundo (y cotidiano)
Vendría después el documental independiente Goyo (2003), realizado con muy escasos recursos y mucho entusiasmo, que utiliza diversos materiales de archivo –algunos mucho mejores que otros– que van de las ilustraciones de libros y revistas a impactantes imágenes tomadas del diario La Prensa en 1942, año de su captura, así como las breves imágenes de la ceremonia de titulación de Goyo como abogado y el video de la entrevista realizada por el periodista Guillermo Pérez Verduzco al propio Gregorio Cárdenas al ser liberado de Lecumberri en 1976.
La primera parte del documental intenta hacer un recorrido síntesis del asesinato en serie y la segunda parte se concentra en las peripecias delictivas y contradicciones del protagonista. Ricardo Ham, Salvador Méndez, Verónica de la Luz y Marco Jalpa realizan un buen trabajo de rastreo e investigación, aunque tienen problemas para llevar a buen término cinematográfico la aventura documental de Goyo, como lo muestra la larga entrevista al notable Víctor Hugo Rascón Banda, y no porque su testimonio no sea bueno; al contrario, Rascón Banda realizó una obra punzante sobre el caso y, además, tuvo que enfrentar los reclamos del asesino. El problema en Goyo es la falta de pericia para editar y extraer lo mejor de esa y otras entrevistas y contrastarla con otras imágenes.
De manera reciente, José Buil logró concretar un proyecto acariciado por varios años: Los crímenes de Mar del Norte (2016) sobre las andanzas homicidas de Gregorio Cárdenas. Jorge Roldán (Norman Delgadillo), estudiante de química y novio de Paquita (Vico Escorcia), relata los crímenes de Goyo (Gabino Rodríguez), su compañero de clase en 1942. Goyo sostiene un noviazgo con Chela (Sofía Espinosa), también estudiante, pero en las noches estrangula prostitutas. Jorge y Paquita rompen su historia de amor cuando una mujer policía encuentra los cadáveres en el jardín del laboratorio.
Los crímenes de Mar del Norte merecía una mayor producción y una visión menos convencional y más perversa, para conectar con la aberrante locura de uno de los primeros asesinos en serie mexicanos. Aquí, la voz en off no resulta adecuada, lo que le resta fuerza a la trama, y los diálogos y situaciones tienden a la fórmula rutinaria. No obstante, es loable el esfuerzo de Buil al apostar por una película de época y un género menospreciado. Gabino Rodríguez intenta meterse en la piel del verdadero Gregorio Cárdenas, pero se siente constreñido en un filme que jamás crea una atmósfera de horror, opresión o locura, en la que resulta excesivo y artificial el uso de las canciones y el vestuario. Quizá la principal falla en un filme de esta naturaleza es el poco impacto que tienen los asesinatos mostrados en la pantalla.
Sin discusión alguna, en esa historia oscura de un México profundo y cotidiano, donde el crimen, la violencia, el sadismo, la frustración y la impunidad son el signo de los tiempos que hoy vivimos, una de las figuras más insólitas y siniestras de que se tenga memoria fue Gregorio Cárdenas, conocido simplemente como Goyo Cárdenas, el segundo asesino en serie del siglo XX que las estadísticas criminalísticas en nuestro país registran (el primero fue el no menos perturbador Francisco Guerrero Pérez El Chalequero, cuyos brutales asesinatos sucedieron entre 1880 y 1888 y de nuevo en 1908).
“El espasmo produce en mí efectos indescriptibles, algo que no sé explicarle. Desaparece en mí el hombre y surge la bestia”: Gregorio Goyo Cárdenas.