(1939-2021) Isela Vega: sensualidad y transgresión

- Rafael Aviña - Sunday, 21 Mar 2021 07:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Si en general romper los estereotipos de cualquier clase es casi imposible, en el mundo del cine parece ser aún más difícil. Sin embargo, la presencia, carisma, sensualidad e inteligencia de Isela Vega, recientemente llamada a otros escenarios sin tiempo, es un caso aparte. En la siguiente y detallada filmografía comentada de la trayectoria de la actriz, se da cuenta de ello y, de ese modo, a la vez se le rinde un justo homenaje.

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El 20 de mayo de 1970 aparecía, en la Revista Siempre!, la crítica teatral del estreno de Zaratustra, escrita y dirigida por Alejandro Jodorowsky, reseñada por el afamado dramaturgo, poeta y cronista Rafael Solana:

Tremendo entusiasmo, muy pocas veces visto, provocó el anuncio de una nueva obra de Alexandro Jodorowsky… deberá atribuirse el arrastre de Zaratustra a que se hizo correr la noticia de que por primera vez veríamos en esta obra desnudos integrales… Los actores, además de enseñar “las tepalcuanas” (oímos esa expresión a nuestro vecino de butaca) se mueven, se agitan, bailan, saltan, hacen grupos escultóricos, y hablan con cambiantes voces… a Isela Vega la encontramos algo quebrantada de voz, y no muy dúctil; su triunfo, si existe en esta obra, es de otro género, y toca reseñarlo al cronista de escultura o al de burlesque…

Además de Isela Vega, actuaban también Carlos Ancira, Héctor Bonilla, Jorge Luke, Susana Kamini, Álvaro Carcaño y más, en esa provocadora obra de Jodorowsky, como lo sería El juego que todos jugamos, que se montaría en breve con la misma Isela, José Alonso y otros más. Es decir que Isela Vega estaba llamada ya a convertirse en uno de los símbolos sexuales y contestatarios de ese momento, al tiempo que afianzaba una carrera cinematográfica que, en breve, alcanzaría alturas importantes aunque no fuera valorada entonces. Más intrigante aún fue que el dramaturgo no imaginara, mientras escribía su reseña, que la propia Isela catapultaría su obra de teatro más importante: Debiera haber obispas, escrita por Solana en 1953, al ser adaptada al cine bajo el título de La viuda negra, dirigida por Arturo Ripstein en 1977, aunque estrenada hasta 1983 debido a la feroz censura lopezportillista, como sucedió con otro de los filmes clave en la carrera de Isela Vega: Las apariencias engañan, de Jaime Humberto Hermosillo, también de 1977 y estrenada asimismo en 1983.

 

El surgimiento del sex symbol

No obstante, para llegar aquí, Isela recorrió un largo camino, primero como incipiente modelo televisiva y cantante en bares de Ciudad de México y breves escenas en cintas como Verano violento (1961), La rabia por dentro (1962) y después en sos conspiración bikini, Don Juan 67, Enigma de muerte y El matrimonio es como el demonio, filmadas entre 1965 y 1966, en donde Isela interpretaba pequeños papeles para lucimiento de su belleza, juventud y cuerpo espectacular. Lo curioso es que Isela aprovechó esa oportunidad para crecer como actriz y construir personajes poderosos, sensibles e insumisos.

A fines de los años sesenta, cuando el erotismo en la pantalla empezó a adquirir mayores proporciones, surgirían dos figuras que alcanzarían un gran impacto en el inconsciente colectivo; el de un público que pedía a gritos un escape erótico, en una época particularmente transgresora y transgredida. Isela Vega y Meche Carreño fueron las grandes fantasías eróticas de ese tiempo, que el cine, la prensa, la televisión y sus seguidores convirtieron en leyenda, durante aquellos años de moralismo, mojigatería y represión social y política, que encontró en el encuere fílmico, en las audacias y la supuesta sinceridad erotómana de la pantalla grande y los gritos de “pelos” y “quiero ver chichis”, de anónimos y reprimidos espectadores agazapados en la oscuridad de salas de cine de segunda y tercera corrida, un escapismo onanista que marcaría el preludio para el cine de ficheras, bellas de noche y encueratrices que vendría en breve y se elevaría como lo más representativo del cine erótico en los posteriores años setenta y ochenta.

 

Sexy comedias, acción y prostitución

En efecto, las primeras apariciones de ese notable fenómeno erótico que fue Isela Vega tienen que ver con la exhibición de la epidermis femenina, tónica de aquellos años en donde el bikini, el negligé, el baby doll, los hot pants, las minifaldas y las blusas escotadas eran elemento ineludible en decenas de cintas de acción, sexy comedias y dramas tragicómicos donde se revisaba el tema de la prostitución social y de conveniencia. Por ello, el cine mexicano de esa época va a capitalizar los voluptuosos cuerpos y/o bellos rostros de nuevas actrices que consolidarían sus carreras justo en esos años, como Jacqueline Andere, Sonia Furió, Maricruz Olivier, Norma Lazareno, Fanny Cano, Claudia Islas, Maura Monti, Ofelia Medina, Julissa, Isela Vega y varias más, al igual que otras guapas y atractivas jovencitas que tendrían cabida en aquellas historias.

Por ejemplo, en Don Juan 67 (1966), de Carlos Velo, el gran protagonista Mauricio Garcés tiene la oportunidad de abrazar y besar a una pléyade de preciosidades, como Alicia Bonet, Irma Lozano, Maura Monti, Norma Mora, Isela Vega, Martha Navarro, Eva Norvind y Tere Vale. Después, en el tercer episodio de Mujeres, mujeres, mujeres (1967), de José Díaz Morales, el mismo Garcés, postrado de agotamiento sexual en una cama de hospital, se resigna a mirar y comerse con los ojos a Norma Mora, Renata Seydel e Isela Vega. Y en Las sicodélicas (1968), filmada en las playas de Lima, Perú, cuatro hermanas: Monti, Amedée Chabot, Elizabeth Campbell e Isela, se dedican a matar a hombres y a luchadores que se niegan a tomar su protección.

Así, en el cierre de aquellos años sesenta, Isela participaría en varias historias con el tema del oficio, como en El mal/The Rage, de Gilberto Gazcón, sobre un médico (Glenn Ford), afectado por la rabia y del que se enamora una atractiva prostituta (Stella Stevens); otras eran Maura Monti, Rosa María Gallardo y Ariadna Welter. Sin embargo, fue en Las pecadoras (1967), de Alfonso Corona Blake, donde Isela mostró de manera generosa sus turgentes pechos en la versión de exportación –en la exhibida en nuestro país sólo se le ve interpretar movimientos lúbricos en un cabaret donde baila y habla sensualmente en inglés. Filmada en Miami, Puerto Rico, Islas Vírgenes y República Dominicana, Las pecadoras era una cinta de corte turístico que mezclaba una intriga criminal, el ámbito del cabaret y el relato pasional de sexo y erotismo que incluía a Maricruz Olivier y, por supuesto, a una desparpajada y atractiva Isela, cuyos bellos desnudos fueron cortados pese a la clasificación “C”.

Más interesante, El oficio más antiguo del mundo (1968), de Luis Alcoriza, presupone una suerte de antítesis de los filmes inspirados en la típica historia del burdel, al que un personaje externo revoluciona por completo y en el que se evitan los comentarios moralistas y las situaciones burdas. Así, al prostíbulo que atiende Gloria Marín llega el falso sacerdote que encarna Óscar Chávez, socorrido por Jacqueline Andere y Maricruz Olivier, y todas las pupilas relatan al sacerdote convaleciente sus vidas, entre ellas Lupita Ferrer, Heidi Blue, Sandra Boyd, Jayne Massey e Isela Vega, quien asegura haberse acostado, en doce años de trabajo, con más de 20 mil clientes.

En Los cuernos debajo de la cama (1968), de Ismael Rodríguez, comedia de enredos eróticos inspirada en un relato de Dostoievski, Isela es una bella joven de pueblo, casada con un viejo general (Andrés Soler), que intenta desabrocharle por el frente su minúsculo brassiere. Obvia desde el título, en La buscona (Emilio Gómez Muriel, 1969), filmada en Uruguay, Isela muestra sus senos y es estigmatizada en un personaje que seduce al joven músico con rostro de impavidez permanente, Enrique Lizalde. En cambio Las golfas (1969), de Fernando Cortés, narra las vicisitudes entre humorísticas y melodramáticas de cinco lindas y simpáticas prostitutas que encarnan Isela Vega, Gilda Mirós, Gina Romand, Malú Reyes y Sandra Boyd, quienes lidian con un padrote abusador (el cantante venezolano José Luis Rodríguez el Puma) y luego aparece un joven predicador (Rafael Inclán) y varios clientes viejos y chistosos: uno de ellos le dice a su miembro viril: “Despierta, mi bien despierta.” Por cierto, una década después Isela aparecería en otros relatos de ficheras como en Las tentadoras (1979), de Rafael Portillo, en cuyo cabaret-burdel del mismo título, La Corcholata (Carmen Salinas), crea el Sindicato Único de Ficheras, debido a los bajos salarios de sus atractivas cabareteras, entre ellas Isela, Rebeca Silva, Claudia Islas y Sasha Montenegro.

 

Más allá de Onán: el erotismo insumiso

La década de los años setenta se convierte en el escaparate perfecto para una insurrecta Isela Vega, quien decide reinventar con dignidad, inteligencia y sensibilidad los propios papeles y géneros fílmicos a los que parecía estar destinada a encasillarse. Por el contrario, no sólo consigue extraer enorme provecho para componer audaces personajes que desafían la censura y la doble moral de los mexicanos, sino que una nueva generación de realizadores, productores y guionistas encuentra en su desparpajo, belleza, sensualidad y sinceridad, el vehículo idóneo para dar rienda suelta a relatos transgresores incluso antimelodramáticos para exponer fobias, lacras, temores y represión corporal y moral, enarbolando banderas de diversidad sexual en una época impensable para ello.

Todo lo anterior coincide con su participación en las escandalosas puestas en escena del temido Jodorowsky, su desnudo integral en la revista estadunidense Playboy en 1974 y sus intervenciones en filmes de producción estadunidense como El sabor de la venganza, de Alberto Mariscal, Temporada salvaje, de Myron j. Gold, Con furia en la sangre, de Barry Shear y Samuel Fuller, Tráiganme la cabeza de Alfredo García, de Sam Peckinpah, en la que Isela compuso incluso una de las canciones del filme, o Violencia negra, de Steve Carver, y a su vez en películas mexicanas-españolas como El hombre de los hongos, de Roberto Gavaldón, Acto de posesión, de Javier Aguirre, Oro rojo, de Alberto Vázquez Figueroa, Las siete Cucas, de Felipe Cazals, o Dulces navajas/Navajeros, afamado relato quinqui de Eloy de la Iglesia, en los que Isela era mucho más que un simple atractivo visual.

En paralelo a aquella fugaz aparición en Las puertas del paraíso (1970), del debutante Salomón Laiter, cuyas atmósferas eran la orgía, el reventón, el crimen, la ansiedad y el erotismo incierto y brutal, Isela protagonizaría cuatro relatos que alegorizaban con elementos del reino animal sobre la sexualidad, el deseo y la hipocresía social, dirigidos por Francisco del Villar. Dos de ellos fueron escritos por el dramaturgo Hugo Argüelles: Las pirañas aman en cuaresma (1969) y La primavera de los escorpiones (1970). Los otros dos contaron con guiones de Vicente Leñero: El festín de la loba (1972) y El llanto de la tortuga (1974). En la primera, Isela es una viuda que calma su deseo sexual con el pintor que encarna Julio Alemán, quien desea a su vez a la hija de aquélla: Ofelia Medina. La primavera… se empeña en lucir los grandes pechos de Isela, en otro filme de pasiones exacerbadas que tocaba abiertamente el tema de la homosexualidad. Ella es una fotógrafa con un hijo pequeño, relacionada trágicamente con una pareja gay integrada por Enrique Álvarez Félix y Milton Rodrigues. En El festín…es una joven reprimida que seduce a un sacerdote y a su medio hermano, y en El llanto de la tortuga se abordaban tópicos como el incesto, el asesinato, el intercambio de parejas y los abusos de las clases privilegiadas.

 

Juegos de la viuda negra: las engañosas apariencias de las reglas

Mucho mejor que las anteriores resultó la ópera prima de Mauricio Walerstein, Las reglas del juego (1970), sobre los límites de la pasión erótica que se establecen entre un joven nihilista (José Alonso), que desea montar Antígona en teatro experimental, y una desinhibida y liberal stripteaser de un cabaret, que interpreta Isela Vega y que le dice a Alonso: “joven caguengue”, y que es deseada entre otros y otras por Natalia Herrera Calles. Por ese papel, Isela obtuvo la nominación al Ariel a Mejor Actriz. En La india (1974), de Rogelio a. González, Isela aparece semidesnuda en varios momentos, en el papel de una voluptuosa indígena, cuyo hijo (Jaime Moreno) la desea.

No obstante, sus filmes más importantes de esa década fueron La viuda negra, de Arturo Ripstein y Las apariencias engañan, de Jaime Humberto Hermosillo. La primera, como se mencionó, está inspirada en la pieza teatral de Rafael Solana, y en ella Isela encarna a una ama de llaves del improbable sacerdote que protagoniza Mario Almada. Sus tórridos encuentros sexuales provocaron que la película fuera enlatada durante cerca de seis años, en este fiel retrato de la doble moral pueblerina y su contraparte, una gozosa liberación de la carne y la sensualidad. La escena final, con la protagonista oficiando misa, resulta notable y se llevó el Ariel a Mejor Actriz; otra gran escena es aquella en la que Isela muestra los senos a la hipócrita y escandalizada sociedad del pueblo.

Por su parte, en el filme de Hermosillo, Isela hace el papel de una hermafrodita que termina por penetrar al macho Gonzalo Vega, en un inquietante relato de gran agresividad sexual y erótica que desmitificaba la provincia nacional y abordaba temas de transexualismo y homosexualismo con inteligencia, humor y desparpajo. Por último, otro de los polémicos filmes de Isela fue la versión libre de Naná (1979-80) inspirada en Émile Zola y llevada al teatro por Irma Serrano, en una adaptación escandalosa con múltiples desnudos y palabrotas, en el que, además de Isela e Irma, aparecen Verónica Castro, Gregorio Casal, Roberto Cobo, Jaime Garza y Manuel Ojeda. La empezó el director José Bolaños, quien se peleó con Isela; la continuó Rafael Baledón y la propia Irma Serrano dirigió varias escenas. En 1983, Isela Vega dirigiría Las amantes del señor de la noche (1983), protagonizada por ella misma y con un argumento suyo: un relato violento, de pasiones extremas, desnudos y brujería.

 

Epílogo: el nuevo milenio

Lo más sorprendente de una actriz como Isela Vega es que en el nuevo milenio y con sesenta años de edad, catapultaría su carrera de una manera abrumadora, al grado de que se integraría a múltiples proyectos exitosos, demostrando su enorme capacidad histriónica y la madurez adquirida por los años. El mejor ejemplo es su espléndido papel en La ley de Herodes (1999), de Luis Estrada, como vieja matrona de un pinchurriento prostíbulo pueblerino: “Me saliste más cabrón que bonito”, le dice a Damián Alcázar, un timorato militante priista elegido para ocupar la presidencia municipal de un pueblo. A éste le seguirían otros filmes notables, com Cobrador. In God We Trust (Paul Leduc, 2006); donde ella es una gitana que solicita un feto negro para un trabajo. O Fuera del cielo (Javier Patrón Fox, 2006), que entrelaza tres historias trágicas y brutales de personajes urbanos: un par de hermanos (Demián Bichir y Armando Hernández) que se han traicionado, una inquietante teibolera (Elizabeth Cervantes) y un policía judicial (Damián Alcázar) empeñado en acabar con el protagonista. Aquí, la moneda corriente es la mentada de madre y la ofensa a flor de piel, como lo ejemplifica la terrible madre arpía encarnada por una magistral Isela Vega.

Otras participaciones importantes se dieron en Puños Rosas (2003) y Salvando al soldado Pérez (2008), ambas de Beto Gómez, con el tema de las familias mafiosas Las horas contigo (2013) y Cindy la regia (2019), dirigidas por Catalina Aguilar Mastretta; el primero, un sensible drama sobre la relación de una joven y su abuela, y el segundo una moderna comedia urbana. También están El Jeremías (2014), de Anwar Safa, sobre un niño superdotado de un pequeño pueblo, y la simpática comedia de enredos Más sabe el diablo por viejo (2018), de Pepe Bojórquez.

Malhablada, bella, sincerota –sonorense, ella–, de medidas y actitudes sicalípticas, Isela Vega fue mucho más que un símbolo sexual. Representó y trascendió uno de los mejores momentos del erotismo fílmico mexicano en cintas que intentaron adentrarse en el tema de la represión, el incesto, la ninfomanía, la sexualidad desenfadada y, sobre todo, insistían en mostrar la imaginería erótica desplegada por la sensualidad y el cuerpazo de una actriz, cuyos senos causaron furor, al grado de ser bautizada incluso como Chichela Vega, un mote machista con el que la carismática y siempre amable Isela Vega supo jugar a su favor, quebrando estereotipos y derribando mito.


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