La sonrisa de Vicente Rojo
- José María Espinasa - Sunday, 28 Mar 2021 08:32



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Para Bárbara, con cariño
Los adjetivos para describir –no puedo todavía escribir “recordar”– a Vicente Rojo se me agolpan en la voz, en la pluma, en la garganta. Es difícil encontrar una persona que reúna más cualidades. Como artista fue talentoso, extraordinario, y esperó con paciencia y sin la estridencia de algunos de sus compañeros de generación a que nos acostumbráramos a su pintura y pudiéramos empezar a entenderla. Como hombre fue generoso, colaboró en infinidad de revistas, periódicos –fue fundamental para La Jornada– y editoriales –el Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz y muchas otras, y fundó una imprescindible, Ediciones ERA. Como profesor –mejor, como maestro– formó una generación de diseñadores y su magisterio llega hasta nuestros días; innovó en concepto y la técnica del diseño desde la Imprenta Madero, colaboró con grandes figuras –Paz, Monsiváis, Pacheco– y con jóvenes escritores, no escatimaba su apoyo y sus consejos a quien se lo pedía. Quiso y se dejó querer por sus amigos y sus amores. Podía ser riguroso sin dejar de ser amable y sabía no sólo reconocer el talento sino impulsarlo y mostrarle sendas propias. Si nos situáramos en el terreno religioso, diría que es lo más cercano que yo he conocido a la imagen de la santidad.
Era, sin embargo, algo distinto, una persona con sus virtudes y sus defectos, un ser complejo, profundo en su arte. Recibía los homenajes que se le hacían con humor y amabilidad condimentados con escepticismo. Activo desde joven, diría que adolescente, trabajó hasta sus últimos días –el mural del Museo Kaluz y la exposición en El Colegio Nacional fueron algunas de sus muestras recientes, ejemplos de la pluralidad complementaria, el mural como obra pública de gran ambición y la intimidad como savia vital. Así, en la primera corriente no deja uno de sorprenderse cuando ve la fuente del edificio de Relaciones Exteriores, espacio casi zen en medio del tráfago de la gran ciudad, que provoca un recogimiento numinoso. Incluso provoca a veces la sorpresa, como en su escultura pública en Polanco, con la que me encontré un día por casualidad, mientras trataba de huir de la colonia más antipática de la ciudad, Polanco.
Nacido en España, arraigó en México profundamente y conquistó su condición mexicana en el uso de colores y formas, de materiales y motivos; el paisaje, los volcanes y la lluvia le permitieron crear su propio valle metafísico, su herencia republicana y librepensadora le permitió a su vez tener siempre una actitud política que se resume en una palabra: ser solidario. Con los pies en la tierra y la mirada en el horizonte. Eso lo protegió contra todas las tentaciones: la del éxito vacío y la del dogmatismo. Se enfrentó a las tragedias personales con entereza y, en los últimos años –ya lo he dicho antes–, parecía un personaje desprendido de una pintura de El Greco. La última vez que lo vi, en la inauguración de la exposición en El Colegio Nacional, parecía querer pasar inadvertido a nque todas las miradas de los asistentes lo seguían; creo que pese a todos los premios y reconocimientos a cuestas, las innumerables exposiciones que había hecho y la conciencia de su calidad como pintor, seguía emocionado por el cariño que se le expresaba.
Como lector me formé leyendo libros que publicó Era, sus portadas me fascinaban, y luego me fui enterando de que muchas otras, de las cuales no sabía que era autor, se me imponían como modelos para el trabajo editorial que acometía. Nunca dejaré de agradecerle su labor. Supe de su colaboración con Octavio Paz en publicaciones hoy ya canónicas –los Discos visuales, los Topoemas, Blanco–; supe, pues, de la íntima relación entre leer y ver cuando la propone un artista de su talento. La cultura mexicana, a la que él le dio en muchos casos una plenitud milagrosa, está triste con su desaparición; él seguirá presente entre nosotros; su presencia no desparecerá nunca, seguiremos preguntándole cosas, aceptando sus sugerencias, valorando sus juicios nunca perentorios, su tolerancia con los inevitables errores. Su pintura será como su voz, sus diseños como sus manos gesticulando al hablar.
Te vamos a extrañar pero nunca te volverás un extraño. Recuerdo tu sonrisa cuando, en una presentación de un libro tuyo en colaboración con María Baranda, dije que eras capaz de inventar la radio en colores. Es una satisfacción que guardaré siempre.