Vicente Rojo (1932-2021) el arte, reflejo de dos soledades

- Alejandro García Abreu - Sunday, 28 Mar 2021 08:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Responsable del logotipo y del diseño originales de ‘La Jornada’, entre múltiples publicaciones, Vicente Rojo (Barcelona, 1932-Ciudad de México, 2021) fue una figura esencial en el arte moderno y contemporáneo, un precursor y visionario que de manera constante experimentó con la técnica, un hombre que revolucionó la plástica. En este ensayo se le rinde homenaje al autor de las series pictóricas ‘Aproximaciones’, ‘Señales’, ‘Negaciones’, ‘Recuerdos’, ‘México bajo la lluvia’, ‘Escenarios’, ‘Escrituras’, y creador de la célebre portada blanca con rectángulos azules ochavados y la E invertida en la soledad de ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez.

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A Bárbara Jacobs

A Vicente Rojo Cama

A Arnoldo Kraus

 

[Tengo la] certeza de que la poesía mueve al mundo.

Vicente Rojo

 

I. La herida infinita

Vicente Rojo (Barcelona, 1932-Ciudad de México, 2021) –genial escultor, pintor, diseñador y editor de libros, revistas, periódicos y suplementos literarios, y uno de los más grandes artistas universales de los siglos XX y XXI– escribió en Los sueños compartidos, su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, leído el 16 de noviembre de 1994: “La imaginación es una llama, tan necesaria para el artista como para el científico. Pero estoy convencido de que sólo se puede encender y echar a volar si se tienen los pies bien puestos en la tierra.” Posteriormente dijo: “Pinto mis cuadros en la soledad de mi estudio. El diseño debe comprobar su eficacia casi al instante, mientras que la pintura es una meditación, una reflexión constante que no tiene final.” Lecturas y cuadros poblaron la vida de Rojo.

Desde su llegada a México en 1949, después de huir de la España franquista, se convirtió, según Amanda de la Garza y Cuauhtémoc Medina en su ensayo “Escrito/Pintado. Vicente Rojo como agente múltiple”, en “un triple agente de la cultura mexicana”: fue absorbido por el diseño gráfico, la edición y la pintura.

José Emilio Pacheco escribió sobre Rojo: “Merece el título de maestro por partida doble: la admirable ejecución de sus obras y el tiempo que ha dedicado a la enseñanza de las nuevas generaciones. Así pues, el maestro Vicente Rojo ocupa en El Colegio Nacional el sitio que fue de José Clemente Orozco y Diego Rivera y, por breve tiempo, del Dr. Atl y Rufino Tamayo.” Entre muchos otros proyectos plásticos, que en 1991 le merecieron el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México, diseñó el diario La Jornada y el primer Plural. Rojo fue director artístico de México en la Cultura, La Cultura en México, Artes de México, la Revista de la Universidad, los Cuadernos de Bellas Artes y Diálogos, entre otras publicaciones.

Fundador y codirector de Ediciones Era, fue un apasionado confeso del papel en tanto soporte esencial del gesto de reproducir –y con ello aumentar– la realidad. A lo largo de su carrera de pintor y escultor Rojo realizó múltiples exposiciones individuales y participó, en todo el mundo, en diversas muestras colectivas. Su trabajo abarcó distintos medios, como pintura, libros de artista, ilustración, grabado y escultura, una multitud de series pictóricas y escultóricas desarrolladas durante décadas. “He tratado de hacer una suerte de geometría, respetada por un lado y enriquecida por otro, sometida a nuevas pruebas visuales”, afirmó en una conversación.

Nacido el 15 de marzo de 1932 en Barcelona, ahondó en las series que realizó desde 1952: Aproximaciones, Señales, Negaciones, Recuerdos, México bajo la lluvia, Escenarios, Escrituras.

Yo afirmo –a la manera de Josep Maria Esquirol en “Una antropología de la herida infinita”– que cada pieza de Vicente Rojo es una estrella de la constelación que implica su obra. No todos los elementos tienen el mismo diámetro ni la misma luminosidad, pero todos son igualmente imprescindibles para formar la figura de conjunto.

La obra en su conjunto es una autobiografía visual, dotada de distintos lenguajes artísticos, como sus Alfabetos o su Autorretrato. Así se despliega una visión panorámica. Su mirada reflexiva y atenta lo condujo a captar el significado anímico de cada instante.

El pensamiento como creación simbólica es el origen de su arte puro. Rojo sabía que cuando el ejercicio artístico deviene en pulsión de vida podemos olvidar el rumor del abismo. Recorría un camino con perseverancia. Deslumbraba con sus innovaciones. Su movimiento era de ida hacia lo profundo de la psique. Para Rojo la esperanza en el arte era eterna: vislumbraba constantemente algo especial. Ahora nos atañe una herida infinita.

 

II. Arte y literatura

Rojo aseveró: “Permanente caja de sorpresas, quizá el libro resuma mi máximo interés como centro de las tareas de difusión cultural. El libro es reflejo del mundo y celebración de la vida. Puede curar enfermedades del cuerpo y del alma. Damos vuelta a sus páginas y aparece un museo en miniatura. Y es el resguardo de la poesía./ Me gusta no sólo por las maravillas que encierra, sino también como objeto entrañable, que hay que saber cuidar y preservar. ‘Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre –dice Paul Valéry–: el fuego, la humedad, las bestias, el tiempo y el mismo contenido.’ Mientras que para Kafka ‘un libro ha de ser como el hacha que quiebra la mar helada que [todos] llevamos dentro.’/ Los libros viajan en un bolsillo o permanecen en el silencio de las bibliotecas, donde brillan como las estrellas en el cielo.”

Vicente Rojo colaboró con Alfonso Alegre Heitzmann, María Baranda, Alberto Blanco, Coral Bracho, Rafael-José Díaz, Olvido García Valdés, Hugo Hiriart, David Huerta, Bárbara Jacobs, Arnoldo Kraus, Miguel León-Portilla, Pura López Colomé, Carlos Monsiváis, Jaime Moreno Villareal, Álvaro Mutis, José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Octavio Paz, Andrés Sánchez Robayna, Francisco Serrano, José-Miguel Ullán, Nicanor Vélez, Enrique Vila-Matas y Juan Villoro, entre otros autores, como Joseph de Acosta (Medina del Campo, 1539-Salamanca, 1600), autor de Historia natural y moral de las Indias (1590), cuyo capítulo XXIV del libro tercero, “De los volcanes o bocas de fuego”, lo cautivó.

Miguel Casado lo comprendió muy bien. Escribió que su obra evitó fungir como ilustración de un texto, eludió siempre la traducción visual de lo escrito. En este ejercicio de absoluta independencia él no ilustró los textos ni éstos explicaron la imagen. Texto e imagen cohabitan los mismos espacios mentales en una vasta gama de correspondencias y complicidades. Hay mensajes cifrados, alegorías y homenajes.

 

III. Experimentación con la óptica

Johannes Vermeer pintaba con una luminosidad exquisita obras que muestran un fascinante conocimiento íntimo de los efectos ópticos, colige Laura J. Snyder. El mismo fenómeno ocurre en la obra de Rojo: experimentó con las ópticas de las piezas.

La búsqueda del conocimiento fue a través de la mirada. Reconfiguró sus composiciones y manipuló los tipos de efectos luminosos. La geometría de los cuadros de Rojo exigía otras aproximaciones. Siempre desembocaba en la revelación de formas nuevas. Tejió un entramado de iluminaciones. El ojo sugirió siempre que era de fiar: el gran instrumento de nuestro cuerpo.

Rojo se consideró deudor de las obras de Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Gunther Gerzso, Ricardo Martínez, Juan Soriano y Pedro Coronel.

 

IV. Entrar en el cuadro

Como Franck Maubert con la obra de Francis Bacon, experimento la curiosa sensación de entrar en los cuadros de Rojo y fundirme con ellos. La pintura encuentra allí toda su intensidad.

El artista catalán escribió: “Me inquieta la palabra reflejo. Quizá porque la siento en el centro de todas mis obras. Yo quisiera que mis pinturas y esculturas tuvieran la virtud de reflejar, como en un juego de espejos, dos soledades, la del creador y la del posible espectador, que le permita a éste reinventar la obra, decidir sus emociones e incluso alterar la intención del autor. […] Ahora que en mis obras más recientes trato de reflejar un conjunto de escenas íntimas, de instantes luminosos y leves destellos, quisiera que mi obra pudiera sentirse como un canto, o como un susurro.”

 

V. Polvo de estrellas

Durante una entrevista le pregunté a Vicente Rojo: “¿Cómo fue tu selección cromática para Apología del polvo, uno de los libros realizados con Arnoldo Kraus?” Me respondió: “Pensé, al tratar el tema del polvo, que debía manejar tonos grises, usar el negro, dar una perspectiva lúgubre. Pero el texto de Kraus es luminoso. Por lo tanto, esa luz me permitió pensar en lo colorido, en el polvo de estrellas. Los astros siempre tienen colores, las estrellas son luminosas. Eso plasmé. Muchos pensadores dicen que somos polvo de estrellas.”

Luego cuestioné: “¿De qué manera percibes la poética inherente a las estrellas?” Su respuesta fue extraordinaria: “Mi padre llegó a México años antes de que yo lo lograra. En Barcelona yo veía las estrellas pensando en que mi padre veía en México las mismas estrellas que yo percibía. Hay una canción titulada “Polvo de estrellas” que yo escuchaba en mi juventud. También recuerdo Mujeres alcanzando la luna y Hombre contemplando el firmamento, piezas extraordinarias de Rufino Tamayo en las que las estrellas nos iluminan desde el cielo.”

 

VI. Despedida. Ignis aeternus

Cuando Rojo me recibía en su estudio en Coyoacán para dialogar sobre arte y literatura –imbricados de manera perenne–, mi vida se modificaba drásticamente en cada ocasión por las magnitudes e incidencias: su inteligencia e integridad eran únicas, poseía un humor excepcional, su generosidad no tenía límites –por ejemplo: su cuadro A voces (aguafuerte sobre cobre, 2008) es la ilustración de la portada de mi libro El origen eléctrico de todas las lluvias– y siempre se suscitaba una revelación. El pintor, escultor y diseñador me infundía aliento, me fortalecía. En el jardín de su estudio me explicaba el funcionamiento de la luz en su mirada y cómo se trasladaba a los materiales. Agradezco a Rojo los múltiples días espléndidos que compartimos en el recinto de Coyoacán. En todas nuestras conversaciones se manifestaba la absoluta sabiduría del artista. Fue –es– un honor. Una vez habló sobre la muerte. Infirió conclusiones sobre la vida y la importancia del amor. Me enseñó que el arte significa, entre muchas cosas, consuelo y solaz. Fue contrapeso brillante y gozoso a mi indagación fatalista de la existencia, maestro de la interpretación estética por la concisión y la belleza. Me despido y extrapolo las reflexiones de Bruno Snell (1896-1987) –profesor de la Universidad de Hamburgo y editor de Píndaro, Baquílides y los líricos griegos arcaicos– sobre la Ilíada, contenidas en El descubrimiento del espíritu: para Rojo, mirar significaba mirar algo luminoso. Además: mirar a lo lejos. La palabra tiene, entonces, un significado parecido que recuerda la alemana schauen en el verso de Goethe: “Zum sehen geboren, zum Schauen bestellt”: “Nacido para mirar, llamado a contemplar.” Y llamado a crear. Su ausencia implica orfandad artística e intelectual. La de Vicente Rojo fue una manera de mirar noble, alegre y libre Ars longa.

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