La dimensión desconocida: una fascinación paranoica

- Rafael Aviña - Sunday, 04 Apr 2021 07:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
De los años treinta a los sesenta del siglo pasado, el género de la ciencia ficción tuvo un auge extraordinario y la serie televisiva ‘La dimensión desconocida’ fue una protagonista indiscutible y memorable. En este sabroso ensayo se analiza el contexto cultural y político en que se desarrolló, así como los rasgos que la distinguían: humor, inteligencia, imaginación eficaz y atrevida, sarcasmo, pero también excelentes actores, guionistas y directores, que lograron que, en cada media hora de sus episodios, “todo fuera posible”.

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A mediados de los años sesenta del siglo pasado en México, La dimensión desconocida/The Twilight Zone, teleserie impulsada por Rod Serling, exhibía uno de sus mejores capítulos: Los monstruos están llegando a la calle Maple, que incluía las voces de espléndidos actores secundarios y de doblaje como Luis Manuel Pelayo, Antonio Raxel, Carlos Rotzinger y Magdalena Ruvalcaba –la voz de Morticia Addams (la bella Carolyn Jones en Los Locos Addams). En aquel relato, ambientado en un tranquilo suburbio, un extraño sonido y una falla de energía eléctrica alertaban al vecindario. La incertidumbre y el temor provocaban que cada uno sospechara del vecino, hasta que unos y otros acababan despedazándose ante la mirada burlona de unos extraterrestres que intuían la principal debilidad humana: la paranoia y la desconfianza…

No es un secreto que tanto la literatura como el cine de horror y fantasía se trastocaron en géneros sobreexplotados y menospreciados por la crítica y un público que en ellos solía ver un enfermizo ejemplo de entretenimiento vulgar y corriente. Lo curioso es que algunas de sus propuestas formales y argumentales solían exponer inspiradas alegorías sobre la naturaleza del hombre y su potencial lado oscuro. Así lo demostró el género entre los años treinta y los sesenta del siglo pasado, reflejando a las sociedades de su momento y explorando sus fobias y temores. Sin embargo, la sangre, el sexo y la tecnología se impondrían conforme se acercaba el fin del milenio, y hoy en día el tufo de la corrección política se ha impuesto sobre el cine y la literatura de toda índole.

Entre finales de los años cuarenta y la primera mitad de los cincuenta la audiencia estadunidense encontró en un cine de bajo presupuesto, y en breve en la televisión, un fascinante cultivo de los temas de la cultura popular en boga: las invasiones alienígenas, las mutaciones humanas y animales como reflejo de la era nuclear y los peligros de la Guerra fría; a su vez, la censura y la represión creativa como consecuencia del macartismo y el poder de los medios masivos. Eso coincidía con la historia del piloto aviador Kenneth Arnolds, quien aseguró ver nueve objetos voladores no identificados, así como el célebre incidente Roswell en Nuevo México, en 1947, que incluía la aparente autopsia de un alienígena. A su vez, la publicación de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, en 1950 y filmes como El enigma de otro mundo (Christian Nyby y Howard Hawks, 1951) o Usurpadores de cuerpos (Don Siegel, 1956), y lo mismo la aparición del agente James Bond 007 en la novela Casino Royale (1953) de Ian Fleming, en un momento en que la tensión entre las dos superpotencias, el terror atómico y los adelantos científicos resultaba insostenible, avivaron la creación de una de las mayores y más inteligentes series televisivas.

 

La paranoia como nueva religión

La dimensión desconocida, El prisionero, Los invasores, Un paso al más allá, Rumbo a lo desconocido y otras series televisivas, no sólo se adelantaron a su momento, enfrentando en décadas pasadas las paranoias milenaristas que han corroído las entrañas de los medios masivos, desde la prensa y la radio al internet y las redes sociales. Programas que edificaron mitos, adoradores y detractores; una suerte de nueva religión cuyo verbo eran las conspiraciones que alimentaban sus tramas y premisas y que hoy se reflejan en otros espacios similares, como la nueva versión de The Twilight Zone o Black Mirror, con sus inquietantes mensajes cifrados.

Cuando Rod Serling abría brecha en el campo del horror y lo fantástico con un punto de vista adulto a lo largo de cinco temporadas entre 1959 y 1964, Joseph Stefano –guionista de Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock– arremetía con Rumbo a lo desconocido (1963-65). Así, enigmas de otros mundos y pesadillas colectivas se trastocaron en protagonistas de increíbles episodios con fondo filosófico, por encima del simple efectismo del género.

Series de misterio y terror fantástico vienen y van. Se crean, reproducen y mueren en un ciclo electrónico y de aceptación masiva. Ficciones ilusorias que pretenden captar la atención del público, sin éxito, debido a su falta de verosimilitud y su propensión al humor involuntario. De ese modo, centenares de proyectos terminan en el olvido y sólo unos cuantos se convierten en leyendas al paso de los años.

En efecto, La dimensión desconocida, que ahora restrena TV Azteca en su Canal A+, los domingos a las 9 pm, sigue siendo el modelo para armar por excelencia de un género casi clandestino y ninguneado. A más de seis décadas de existencia, el serial no sólo mantiene su vigencia sino su liderazgo, pese a los avances tecnológicos en materia de imagen, las producciones millonarias y la apertura para tramas y situaciones antes impensables en la pantalla electrónica. Apoyado en un par de temas musicales que rayan en el delirio, compuestos por Bernard Hermann –compositor que va de El Ciudadano Kane a Taxi Driver– y Marius Constant, la teleserie abría con unas imágenes introductorias que mostraban un cielo que se tornaba oscuro, iluminado por estrellas titilantes, una dimensión no sólo de la vista y el sonido, sino también de la mente…

 

Todo es posible…

Rod Serling (1924-1975), escritor teatral y guionista de radio antes de formar parte del cuerpo de paracaidistas durante la segunda guerra mundial y, en breve, guionista de exitosos filmes como Réquiem para un luchador, Siete días de mayo y El planeta de los simios, fue el autor total de un concepto novedoso donde desarrolló de manera vanguardista su capacidad como productor y escritor de la mayoría de los episodios, narrador y presentador a cuadro (a partir de la segunda temporada), de esos capítulos de media hora en blanco y negro. Serling tuvo la audacia de rescatar temas de la ciencia ficción y, a su vez, algunos ambientes legados por un cine negro que emitía sus últimos suspiros, reciclando a su vez los mitos de los cuentos clásicos y las aterrorizantes fantasías de la era postatómica.

Dios, el Diablo, fantasmas, alienígenas, asesinos conversos, seres inanimados que adquirían vida propia y la nostalgia por el pasado, poblaron el universo de esa zona crepuscular no exenta de sarcasmo y una ironía perturbadora, como aquel episodio en el que unos astronautas riñen por agua sin imaginar que nunca salieron de la Tierra, o aquel otro, centrado en una incursión de paz extraterrestre cuya Biblia titulada Para servir al hombre resulta en realidad un libro culinario para cocinar al ser humano, protagonizado por Richard Kiel –Mandíbulas en algunas cintas del 007 con Roger Moore–, doblado por Antonio González: la voz del indígena Toro en el serial El llanero solitario.

Imposible olvidar episodios como Al fin, tiempo suficiente, protagonizado por Burgess Meredith en el mejor papel de su carrera, interpretando a un hombre con una severa miopía y voraz lector, reprimido por su cruel esposa (voz de Magdalena Ruvalcaba), que de pronto se convierte en el único sobreviviente de la Tierra debido a una “bomba h capaz de total destrucción”. El desolador final lo muestra con sus anteojos destrozados y abrumado ante los miles de libros de una biblioteca pública que jamás podrá leer, y cobra una fuerza mayúscula debido a la excepcional voz de un maestro del oficio y la actuación, como fue Carlos Riquelme.

La historia de Marsha, en Fuera de horas/Después de hora, una mujer atrapada en una tienda departamental y en un piso inexistente, que resulta ser en realidad un maniquí con un breve permiso de salida: Anne Francis, con la voz de Rosa María Moreno –Ariel por su papel de Cuadro Femenino en La culta dama (Rogelio A. González, 1956). O aquel episodio con Barney Phillips en ¿Podría ponerse de pie el verdadero marciano?, como un terrible alienígena colonizador con tres ojos, que pasa como simpático dependiente de una fuente de sodas, con un destacable doblaje a cargo de Polo Ortín.

La serie constó de 156 episodios y sirvió como plataforma para escritores de la talla de Charles Beaumont, Richard Matheson, e incluso Ray Bradbury; directores como Don Siegel o Richard Donner; futuras estrellas como Charles Bronson, Robert Redford o Martin Landau, y daría pie a varias versiones posteriores. En nuestro país: las cintas de episodios La puerta y La mujer del carnicero (1968) o Historias violentas (1984) y la obra de Isaac Ezbaz (Los parecidos, El incidente, Paralelo) se inspiran sin duda en La dimensión desconocida, al igual que la teleserie La hora marcada (1988-90).

Pero, sobre todo, dio oportunidad de lucimiento a decenas de notables figuras de apoyo de nuestro cine y actores de doblaje, cuyas excepcionales voces remarcaban intenciones y enfatizaban situaciones. Además de los ya citados, entre otros destacan Narciso Busquets, Jorge Arvizu, Alberto Pedret, Julio Lucena, Sergio de Bustamante, Beatriz Aguirre, Amparo Garrido, Eugenia Avendaño, Alberto Gavira, Juan Domingo Méndez y, en particular, las insuperables voces de José Manuel Rosano, Ken Smith y Armando Réndiz, responsables de doblar al narrador Rod Serling.

“Al igual que el crepúsculo que existe entre la luz y la sombra, hay en la mente una zona desconocida en la cual todo es posible; podría llamársele, la dimensión de la imaginación, una dimensión desconocida en donde nacen sucesos y cosas extraordinarias como lo que ahora verán a continuación. ¿Qué no es posible? Todo es posible en el reinado de la mente. Todo es posible en La dimensión desconocida…” .

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