Canta Mares: elogio de un catálogo editorial independiente

- José María Espinasa - Sunday, 11 Apr 2021 07:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Gato de nueve vidas parece la industria editorial independiente. Al menos así se le caracteriza aquí, con esperanza, por su capacidad para resistir los embates de la economía, la competencia desleal y, ahora, la pandemia que todo merma, menos el entusiasmo de un crítico que sabe reconocer lo bueno cuando lo ve, asunto en general no muy frecuente.

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Las noticias que surgen en la industria editorial son contradictorias. Mientras el golpe parece devastador para una economía muy frágil, hay quien señala que puede haber un regreso esperanzador. Los gremios libreros en España y Argentina se muestran optimistas y se habla de que el impulso dado a la venta digital y/o por pedido físico vía web no retrocederá y –como los editores han tenido la ventaja de no parar del todo su producción, ya que mucho del trabajo se hace, ya desde antes de la pandemia, en casa– se espera un regreso con mucha oferta y (se supone) hambre lectora en el público, saturado por las series televisivas en el uso de su tiempo libre. Ojalá no sea un optimismo vacío y ocurra, en efecto, una resurrección de una industria que, como el Ave Fénix, resurge de sus cenizas una y otra vez, aunque puede ocurrir que, como al gato, sus nueve vidas se le acaben. En México, en cambio, la Cámara Nacional de la Industria Editorial (CANIEM) sigue pensando que el gobierno debe salvar a la industria editorial y que todo depende de que se reabran las librerías y no de cambiar su política de exhibición.

En todo caso hay propuestas independientes que mueven al asombro y la admiración. Hace unos años compré en librerías un libro muy bonito de un sello editorial para mí desconocido, Canta Mares, El niño con rostro color de muerte, de Pascal Quignard, escritor extraordinario que había empezado a leer tardíamente y que permite creer que la literatura francesa actual no son sólo los libros para “asustar al burgués” de Houllebec y compañía. Lo leí, es un relato muy breve, y lo dejé en el librero sin caer en cuenta de que era una editorial mexicana nueva que se proponía traducir textos de otros idiomas al español, especialmente del francés. Debo de haber pensado que era un sello argentino, pues entre los muchos sellos independientes que hay en México son pocos los que se dedican a la traducción.

Recientemente volví a tener noticia de esa editorial que anunciaba la reciente aparición, entre sus novedades, de un libro sobre la experiencia con las drogas con textos de varios autores, entre ellos Henri Michaux, y me interesé en el proyecto editorial. Tiene cinco años de haber surgido –el libro de Quignard es de 2016 y fue el primero, creo. Hoy tiene nueve títulos en su catálogo, digamos que un promedio de dos por año. Me queda claro que una editorial así se define por su calidad y no por su cantidad. Hay virtudes evidentes: bien diseñados, sobrios, bien escogidos los autores, buenas traducciones. Me recordó, como proyecto, aunque con una imagen muy diferente, lo que habían hecho hace una década Mangos de Hacha para el inglés o El Tucán de Virginia para varias lenguas.

Siempre he pensado que las editoriales independientes tienen un gran salto cualitativo cuando se vuelven vehículo para nuevos autores de otras lenguas o traducciones de clásicos contemporáneos. Canta Mares se lanzó desde el principio a hacerlo, pues su proyecto se definió como “un espacio para la traducción de escritores franceses”. En 2017 apareció otro libro breve, Gestos de aire y de piedra. (Sobre la materia de las imágenes), de Georges Didi-Huberman, el prestigioso crítico de arte y filósofo galo. Y en el catálogo me entusiasmó encontrar Cuando era fotógrafo, de Félix Nadar, gran artista de la lente y dibujante francés. El libro es de 2019.

Si el de Quignard era un inicio cuidadoso, libro breve, de pocas páginas, éste en cambio es mucho más ambicioso y arriesgado, 350 páginas y un pliego de imágenes. De Nadar se cuenta una anécdota que es una manera de representar la literatura moderna. Le presentó a Baudelaire algunas fotografías suyas –ellas nos han legado la imagen del autor de Las flores del mal a la posteridad– tomadas pocas semanas antes de su muerte y el poeta preguntó: “¿Quién es?” Se ha achacado la reacción a la sífilis que lo hacía desvariar, pero yo prefiero verlo como una anagnórisis más profunda; de verdad no sabía quién era ése, él. El arte moderno hace del conocimiento una afasia. Evidentemente, a la propuesta de traducir libros del francés se sumaba la de reflexionar sobre las imágenes y la historia.

En esa misma estela se sitúan los libros de Georges Didi-Huberman –Gestos de aire y de piedra– y Patrick Boucheron –El entretiempo (Conversaciones con la historia)–, ambos medievalistas, pensadores que hacen del arte y la creación el espacio del pensamiento contemporáneo, y que renuevan la filosofía francesa, en la cauda de Foucault y Deleuze. El primero tiene ya un bien ganado prestigio, pero el segundo, al menos para mí, que no había oído hablar de él, es una revelación. Se trata de una larga reflexión desde la lectura de un cuadro de Giorgione, Los filósofos, que le sirve para pasar revista a concepción de los discursos que lleva a la figura de Francisco de Asís. Un texto fascinante.

Otros dos títulos del catálogo son El caballo, un breve relato de Claude Simón, gran figura de la nueva novela francesa de mediados del siglo pasado y el que dio origen a esta nota, Mescalina 55, de Henri Michaux, Jean Paulhan y Edith Boissonnass. Cada libro merece una nota aparte. Aquí lo que he querido hacer es un entusiasta elogio de una propuesta editorial deslumbrante. Si cuando aparezca este elogio ya se han abierto las librerías, corra a buscarlos, si no, pídalos por internet y tendrá buenos momentos de lectura para esta pandemia.


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