Cisnes negros y madurez profana: poetas de Honduras y México

- Marco Antonio Campos - Sunday, 11 Apr 2021 07:29 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Dos poetas y tres libros de poemas. El primero, Rolando Kattán, nacido en Tegucigalpa en 1979, fue el ganador de Premios de Poesía Casa de América 2020, y el segundo, Juan Carlos Quiroz, 1968, originario de Aguascalientes, es un poeta católico que acaso, se dice aquí, habría sorprendido a Ramón López Velarde. Aquí se saludan las últimas publicaciones de ambos.

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Los cisnes negros, de Rolando Kattán

Acaba de aparecer en la editorial madrileña Visor Los cisnes negros, del poeta hondureño Rolando Kattán, libro con el cual ganó el Premio de Poesía Casa de América 2020. Cercano a poetas de su país, por desgracia ya idos, como Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y Jaime Quesada, Rolando Kattán, nacido en Tegucigalpa en 1979, se ha convertido en una de las voces más representativas de la nueva poesía latinoamericana. El libro –bello, conciso, melancólicamente concentrado– parece llevarse con el aire leve y triste el follaje de los árboles de los bosques de su país y de los países que ha visitado. Parece un itinerario donde todo termina en el regreso.

Es un libro escrito con la conciencia de las propias contradicciones: entre las bellezas del arte y el estar consciente de que la muerte acecha, entre las imágenes de la naturaleza y la vida diaria en la ciudad, entre la noche que engaña y el horizonte que conoce el alba. La mujer es, o una vía para la exaltación y la felicidad, o una vía para el desconsuelo y el desastre. Viajero innumerable, Kattán viene de una doble estirpe: una que aspira a la quietud y la serenidad y la otra a la fuga y la aventura. Notable lector, asiduo visitador de librerías por el mundo, aquí nos da señales de poetas próximos a él: Darío, Vallejo, Quevedo, Góngora, Neruda, Lezama Lima, Saint John Perse y, entre los mexicanos, uno no nombrado: José Emilio Pacheco.

Como toda la delgadísima América Central, Honduras está cercada por dos océanos. No es casualidad que el elemento principal que más aparece en sus poemas sea el agua en variadas modalidades y variados significados. El agua da vida, cierto, pero también ahoga. No polvo, sino agua somos y en agua nos convertiremos. Kattán nos recuerda en un poema paisajístico que el Valle del Sula de su país fue hace miles de años el mar de Esquías y aun es dable recoger piezas antiquísimas de corales, caracoles, erizos... “Los hondureños fuimos peces”, escribe en alguna línea. Otro paisaje que aparece en sus poemas es el de la empinada boscosa de Gualcinse, en el departamento de Lempira.

Después de la poesía, la pintura y la escultura son las artes que siente más próximas. Aquí hay un imaginativo poema con base en una de esas esculturas delgadísimas de Giacometti; por otro lado, los cuadros abstractos de Edward Hopper le hacen asociar con “pensamientos desnudos bien arreglados”.

Bellos, de nostalgia triste, son los poemas familiares: como el de la abuela, que cortaba la toronja y se oían al hacerlo las voces de los que partieron, pero también se oía el silencio del fruto; o el de la madre que cultivaba los lirios en el jardín y que florecen aún; o el del padre que vuelve a la memoria visualmente en variadas esculturas de papel. Permítaseme transcribir el poema a la madre “Transmigraciones”: “En el jardín teníamos lirios de los valles,/ condenados a mirar la hormiga y no la estrella./ Con pequeños vocablos los cuidaba mi madre,/ musitaba a la flor y les dejaba un cariño./ En las flores ella sentía el ojo de Dios./ La muerte no es un aliento fulminante/ que te empuja al abismo de tus fosas nasales,/ a veces simplemente el ovillo se termina/ y renueva el hilván un aburrido alfayate./ Florecen todavía los lirios en el patio/ y en la flor ahora encuentro el ojo de mi madre.”

Me parece que una forma poética en la que Kattán se encuentra muy bien, donde crea objetos orbiculares, es el poema en prosa, como “Benastre” y “Los poetas polacos”. En este último, versos de Rozewicz, Herbert y Szymborska los hace parte Kattán de su vida misma. Por la poesía: “se hace posible regresar a casa. A salvo.”

Los cisnes negros aparecen en varios momentos del libro, y como él explicó en una entrevista, representan “la conquista de lo imposible”.

Saludemos a un poeta que ya es del hoy y lo será del mañana.

 

Los Libros profanos, de Juan Carlos Quiroz

En una edición de arte de cien ejemplares se publicó en la ciudad de Aguascalientes Libros profanos, que reúne dos plaquettes del poeta Juan Carlos Quiroz: Parábola Primer misterio. Quiroz es uno de los muy buenos poetas que escriben en tierra adentro. En Aguascalientes, donde nació en 1969, Quiroz ha sido un divulgador incesante de la poesía escrita en lengua española.

Hacia 1998, Eduardo Lizalde, el mejor poeta vivo en lengua española, escribió sobre el libro Versos para morir despacio, de Quiroz: “Poesía concentrada, sometida a consciente rigor rítmico y a eficientes búsquedas”, y habló de su “joven madurez”.

Parábola y Primer misterio son a la vez misteriosos y concretos, ambiguos y sugerentes, y lopezvelardeanamente buscan ligar sin culpa el erotismo y la pureza. Parábola es un pequeño y muy personal evangelio, o por otra vía, un diálogo con los personajes de los evangelios, y muy en especial con Pedro, Juan, María y María Magdalena, con versos que van como flechas de fuego al corazón y al cuerpo. Es un poemario que trata de conciliar soberbia y humildad, profanación y perdón, la felicidad que comienza y la felicidad que se olvida. Se entra y se sale de la Casa de Dios. Quizá el vivo ejemplo de la profanación sea el poema a María, que acaso habría sorprendido al propio López Velarde: “Hueles a nardo de humedad perenne./ Hueles como el árbol que sostiene/ al cielo del crepúsculo./ Tu cuerpo en el río./ Tu cuerpo virgen./ Eres un tallo de incienso/ iluminando el desierto./Tu nombre y tu carne y tu lengua./ Tu cuerpo, María, tu cuerpo.”

Poema que tiene como principal vertedero el Cantar de los Cantares, Primer misterio está contado desde la perspectiva de una mujer virgen pero intensamente voluptuosa. Es un poema escrito en la Puerta del Fuego que sólo lleva a la Casa del Fuego. La mujer, como en el poema atribuido a Salomón, sueña que el cuerpo de Cristo o el amado se integren en su cuerpo. Hay versos de una tenuidad asombrosa: “Escucha, sigo sola./ La bienaventuranza del amor de mi amado/ es una orquídea marchita./ La buena esperanza es un pájaro que vuela despacio.” Al final del poema sabremos que el cuerpo, revelado por el halo del viento es el primer misterio.

La “joven madurez” de Juan Carlos Quiroz, que mencionaba Eduardo Lizalde, ya se ha vuelto espléndida madurez.

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