La Casa Sosegada

- Javier Sicilia - Sunday, 18 Apr 2021 02:08 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Hans Küng (1928-2021)

 

El 6 de abril pasado murió Hans Küng a los noventa y tres años. Con él murió uno de los últimos grandes teólogos de frontera del siglo XX de la Iglesia católica, como Urs von Balthasar, Henri de Lubac o Teilhard de Chardin. Semejante a ellos, desbordó siempre la teología ortodoxa y, como lo dijo Jacques Maritain de los “santos de ingenio” –San Francisco o Santa Teresita–, sacó cosas nuevas del Evangelio. Su erudición, su saber histórico, su compromiso con las circunstancias religiosas, políticas y sociales de su época, y la lucidez de sus interpretaciones no sólo crearon maravillosas polémicas, sino también persecuciones de la propia Iglesia. En 1979, su libro ¿Infalible?, sobre el cuestionado dogma de la infalibilidad papal, le costó, de parte de la Santa Sede, la prohibición de enseñar durante largos años. No fue menor el disgusto que causó a Juan Pablo ii su crítica a la encíclica Evangelium Vitae (El evangelio de la vida) en la que ve una negación autoritaria del magisterio de la Iglesia a dialogar con el mundo. Tenía una cualidad más, poco frecuente entre teólogos y filósofos, la claridad: su pluma era magnífica. Leerlo produce el mismo gozo que leer una obra literaria.

Toda su obra tiene, en este sentido, como fundamento, el ecumenismo y el diálogo interreligioso. Donde mejor lo expresa, me parece, es en Ser cristiano, en los tres tomos de su monumental obra sobre las religiones monoteístas (El judaísmo, el cristianismo, el islam) y en un librito magnífico, Teología para la posmodernidad.

Donde peor lo hace es en su argumentación para encontrar los mínimos indispensables de una ética común entre las religiones, a la que dedicó varias obras y en la que empeñó parte de los últimos años de su vida.

A diferencia de Thomas Merton, que llevó su diálogo con el budismo zen y con D.T. Suzuki (El zen y los pájaros del deseo) a territorios de sutiles y exquisitas correspondencias y distinciones, el ecumenismo de Küng abandonó las sutilezas, distinciones y propuestas de sus libros anteriores en nombre de una burda ética de mínimos que trató de hacer valer a través de un Parlamento de las Religiones del Mundo del que surgió el Manifiesto para un ética global.

Quien mejor lo confrontó en este terreno fue el filósofo de tradición calvinista Paul Ricoeur en un diálogo sostenido con él en 1996. Contra el ecumenismo de Küng, que parece llevar las profundas particularidades de cada religión a una ética abstracta, basada en una pura legalidad moral, Ricoeur opone la práctica particular de cada tradición que, en su ser propio, toca lo universal en un punto que está más allá de las palabras y de las declaratorias morales: en el silencio de la contemplación. “Lo que no se alcance desde una plegaria de agradecimiento, desde el punto de vista cristiano –dice Ricoeur–, mediante la meditación en la casa de estudio, entre los judíos; mediante el trabajo en la iluminación, entre los budistas [...] no se alcanzará” mediante un declaratoria de unidad universal que corre el riesgo de llevarnos –lo escribí en este espacio en 2009– a una especie de Estado religioso mundial, a una supraconciencia leviatánica, como la de los Estados, cuya bondad terminaría siendo tan totalitaria y espantosa en su superficialidad como la de la hegemonía de la globalización.

Pero quizás, en una época tan violenta y banal como la nuestra, los mínimos de Küng –sin dejar de atender las reflexiones de Ricoeur y la seriedad con la que Merton y Suzuki abordaron el tema– sean lo único que pueda limitarla. En todo caso, Küng sigue siendo un vaso de agua fresca en el desierto de nuestro siglo y una luz en la comunión de los santos.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.

 

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