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Leonora en el país de las maravillas

Cuentos completos, 'Leonora Carrington', Fondo de Cultura Económica, México, 2020.
Alejandro Badillo

 

Para muchos el nombre de Leonora Carrington (Lancashire Inglaterra, 1917-Ciudad de México, 2011) está asociado a su obra plástica y pictórica. Sus piezas han sido expuestas en innumerables museos y forman parte del legado cultural de México y el mundo. Las obras de Carrington exploran el surrealismo y dialogan con las propuestas de otros artistas como Max Ernst –con quien Carrington vivió en Francia– y, por supuesto, con otra pintora exiliada en México: Remedios Varo, entre muchos otros. Sin embargo, además de la vocación por el color y la imagen, Carrington escribió un puñado de cuentos que, a través de los años, han sido recopilados en antologías o títulos individuales. El año pasado, el Fondo de Cultura Económica publicó Cuentos completos, un volumen que, de alguna manera, salda la deuda con los lectores interesados en la obra escrita de la autora. El libro parte de los títulos publicados y añade piezas inéditas que redondean la ficción de la artista inglesa nacionalizada mexicana.

Es interesante acercarse a la propuesta narrativa de Carrington. En primer lugar –y eso queda claro desde las líneas iniciales de cualquier cuento– podríamos entender que la escritura le sirvió a la autora como una especie de prolongación de sus cuadros y esculturas. A menudo, observando cuadros como La giganta, La posada del caballo del alba, La comida de Lord Candlestick o La hermana del Minotauro, entre muchos otros, tenemos la sensación de asistir a la escena de una historia que se prolonga atrás o adelante en el tiempo. Cada una de esas piezas podría tener, como trasfondo, alguna de las historias que escribió Carrington entre las décadas de 1930 y 1950. El surrealismo en la imagen es trasladado a un lenguaje que, sin llegar a ser lírico, sumerge al lector en una atmósfera plagada de símbolos, arquetipos y ensoñaciones.

Hay otros elementos interesantes en los cuentos de Carrington. El surrealismo literario, como sucede con otros autores del mismo estilo como el francés Boris Vian, es introducido de inmediato, forzando al lector a que acepte las reglas de la historia. Sin embargo, contrario a Vian, quien hacía gala de un espíritu lúdico, Carrington explora las profundidades del mundo onírico y las lleva al límite de lo absurdo. En esa zona deja en libertad fobias, incongruencias y una violencia generada por la fantasía que, al final, desemboca en un epílogo cercano a la realidad cruel de todos los días. En uno de los textos más conocidos, “La dama oval”, la protagonista es testigo del castigo violento que ejerce su padre contra Lucrecia, su hija transformada en yegua. En “El citatorio real” la protagonista debe asesinar a la reina a quien representa en una especie de juicio alucinado. A menudo vemos eso: personajes castigados, sometidos a una transformación que los vulnera y los somete a los más poderosos. Viene a la mente el difícil período que vivió Carrington después de la separación con Max Ernst. La artista trató de conseguir un documento para salvar a su pareja del campo de concentración francés en el que estaba recluido. No tuvo éxito y, poco después, en plena segunda guerra mundial, fue internada por su padre en un manicomio. En su libro autobiográfico Memorias de abajo narra esa terrible experiencia.

Cuando leí por primera vez algunos de estos cuentos pensé de inmediato en la obra de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Dejando a un lado la interpretación superficial que se le da a la historia, podemos entender estas aventuras como el asombro desesperado de una niña ante el mundo incongruente de los adultos. La fantasía desbordada es el intento por encontrar un refugio y dar un sentido al caos que se percibe. De la misma manera, los cuentos de Leonora Carrington funcionan como una cartografía onírica que, bajo la perspectiva adecuada –juntando obra, contexto y biografía– nos narra las décadas atroces del siglo XX.

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