Biblioteca fantasma
- Eve Gil - Sunday, 25 Apr 2021 07:47



Un escritor y profesor de literatura de origen argentino, radicado en Saint Nazaire, Francia, Federico Jeanmaire (Baradero, 1957) ingresa al bar-cafetería donde cada mañana acude a leer o tomar notas mientras desayuna café y un chausson aux pommes, y se topa en el periódico con la nueva de que su país de residencia ha arrojado una bomba sobre Siria… mientras, al interior de Les Dauphins, los parroquianos parecen inmersos en una realidad alterna, como si nada hubiera sucedido, entregados a las banales charlas de siempre; quehaceres o pequeños placeres. Será, se pregunta Jeanmaire, que estar justo ante una guerra petrificada, a una indestructible base submarina construida por los alemanes durante la segunda guerra mundial, los ha vacunado contra el asombro, la compasión, la indignación. A partir de aquí comienza a apuntar reflexiones sobre la guerra, dando origen al que será un libro titulado Wërra (Anagrama, Narrativas Hispánicas, 2020).
El título enuncia el origen de la palabra “guerra” (war en inglés, guerre en francés) tomada del alemán antiguo. Definitivamente no se trata de una novela, aunque se le presente como tal (“desborda los límites de la novela”), sino de un ensayo narrativo, lo cual no le resta emoción ni emotividad, tampoco acción; no le impide recrear en forma fragmentaria la llamada Operación Chariot, que tuvo lugar justo frente a la ventana de su apartamento, que goza de una privilegiada vista al Loire; una acción suicida por parte de los ingleses para desbaratar el dique seco de Saint Nazaire, en poder de los alemanes y que, se decía, albergaba el acorazado Tirpiz. El ensayista,que se diera a conocer con una celebrada novela sobre Miguel de Cervantes titulada simplemente Miguel, especialista en El Quijote, no cree saber más de guerras como no sea la que Alonso Quijano emprendió contra los molinos de viento, así como su afición infantil a la serie televisiva de los sesenta Combate; incluso se declara cobarde con respecto a los fantasmas de los militares británicos que pudieran colarse por la ventana de una habitación que mantiene cerrada; quizá a eso se deba que vaya de menos a más, que los hechos avancen in crescendo, desde anécdotas infantiles que lo llevan a recordar a su abuelo que forjaba soldaditos de plomo, pasando por la guerra de las Malvinas, en sí misma una hazaña quijotesca por parte de los argentinos que sinceramente creyeron –“ese despego de la realidad tan propio de los argentinos”– que con muchas ganas y el majestuoso crucero General Belgrano –sin mantenimiento– podían derrotar a los enemigos ingleses, dueños de una tecnología infinitamente superior. En ello, les dice el ensayista a unos boquiabiertos parroquianos franceses, radica la justicia poética de aquel gol con la mano de Maradona con que, todavía frescas las heridas por aquella demoledora derrota, su equipo ganó el Mundial de México 1986 ante Inglaterra. ¡Sólo a un argentino se le ocurre equiparar el futbol con la guerra!, piensan sus interlocutores.
Aunque Jeanmaire despliega una puntual exposición de estrategias, tácticas y recursos, parece interesarse más en los participantes de la guerra, las razones que pudieron empujar a muchos jóvenes casi adolescentes a enrolarse, el irrefutable hecho de que desde el principio de los tiempos los guerreros descubrieron que sólo con opio y vino es posible tolerar el estrés al que se someten diariamente. Que las anfetaminas y el ron inyectaron de valor a los soldados de la segunda guerra mundial, y que con toda seguridad se sigue recurriendo a sustancias, aunque los gobiernos nunca hablen de ello. Se sabe, por ejemplo, que los miembros de ISIS consumen fenitilina, lo que sin duda exacerba no sólo su valor, sino también su odio, aunque en el caso de aquellos ingleses de la operación Chariot, “ni el ron ni las anfetaminas podían inventar el odio contra los alemanes, sólo podían paliar el temor a la muerte y, sobre todo, crear un espacio de compañerismo entre ellos…”.