Kafka en la playa Recuerdos de Dora Diamant

- Alejandro García Abreu - Sunday, 25 Apr 2021 07:29 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En este ensayo se evoca el vínculo entre Franz Kafka y Dora Diamant, actriz polaca que acompañó al escritor praguense durante sus últimos días de vida en 1924, entendió su vocación literaria y lo atesoró en su memoria hasta el día de su muerte, en 1952.

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La visión en una playa báltica

Me encontré con Kafka por primera vez a orillas del Báltico, durante el verano de 1923. Yo por entonces era muy joven, tenía diecinueve años y trabajaba como voluntaria en un campamento de vacaciones del Hogar del Pueblo Judío de Berlín en Müritz, cerca de Rostock. En una ocasión vi en la playa a una familia jugando […]. El hombre me llamó especialmente la atención. No podía librarme de la impresión que me causó.”

Dora Diamant (Pabianice, Polonia, 1898-Londres, 1952) narró así su primer avistamiento del escritor praguense. En Cuando Kafka vino hacia mí… (traducción de Berta Vias Mahou, Acantilado, Barcelona, 2009) el editor Hans-Gerd Koch reunió testimonios de amigos, parientes, compañeros de clase, vecinos y conocidos de Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, Austria, 1924). En ese “coro heterogéneo” destaca la voz de Dora Diamant, cuyo texto se titula “Mi vida con Franz Kafka”. Diamant fue una actriz polaca y la compañera de uno de los genios de la literatura del siglo XX durante sus últimos días.

 

Diamant: la persecución y la huida

En la biografía El último amor de Kafka. El misterio de Dora Diamant, escrita por Kathi Diamant, se constata que Dora Diamant –defensora de la cultura y del idioma yiddish– fue marcada por la segunda guerra mundial. Nació en Polonia en una familia judía ortodoxa y pasó su juventud en Alemania. “Su nombre ha quedado en la memoria por un solo año de su juventud, que pasó junto al hombre que amaba; un abogado checo muy enfermo cuya obra como escritor apenas era conocida, y que murió junto a ella: Franz Kafka.”

Durante el ascenso de Hitler, Diamant se comprometió con la lucha antinazi en el Partido Comunista. Fue perseguida. Se refugió primero en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas estalinista. Atravesó un continente “a punto de estallar, en busca de curación para su hija”, fruto de su unión con el editor Ludwig Lask. Al llegar a Inglaterra conoció también el confinamiento en su calidad de “extranjera enemiga” y, tras la guerra, allí supo del terror de la llamada “solución final”.

Los curadores del Museo Franz Kafka –situado en el número 2b de la calle Cihelná, en Praga– aseveran: “La última mujer en la vida de Kafka, veinte años más joven que él, era judía y provenía de la ciudad polaca de Pabianice. Emigró a Alemania para escapar de las difíciles circunstancias familiares. Existe incertidumbre sobre su fecha real de nacimiento. Tenía diecinueve años cuando Kafka la conoció en 1923 en el balneario de Müritz, en la costa báltica. Trabajaba como ayudante de cocina en un campamento de verano dirigido por el Hogar del Pueblo Judío de Berlín, donde voluntarios de la comunidad judía local ayudaron a cuidar a niños judíos de Europa del Este. Esa actividad fascinó a Kafka. Así conoció a Dora Diamant y decidieron vivir juntos en Berlín.”

 

Carencias y añoranza berlinesa

Berlín era una ciudad que Kafka añoraba, recuerdan los curadores del Museo Franz Kafka. Era una “estación de transferencia” en el viaje a Palestina, “el destino de sus sueños y fantasías.” Se mudó a Berlín con Diamant a finales de 1923 y durante los siguientes seis meses padecieron una inflación alarmante y dificultades materiales. Fueron obligados a mudarse tres veces y sus medios eran mínimos. En los peores momentos usaban lámparas de queroseno para alumbrar, ya que no podían permitirse la electricidad, y usaban los extremos de las velas para calentar la comida.

A principios de 1924 la salud de Kafka se deterioró repentinamente y durante una visita a su tío, el médico Siegfried Löwy, Franz se dejó convencer de la necesidad de un tratamiento hospitalario. A mediados de marzo partió a Praga para una corta estancia en compañía de Max Brod. Mientras tanto, Diamant se quedó en Berlín antes de acompañar a Kafka a Austria, donde, con Robert Klopstock, lo cuidó durante los tres meses anteriores a su muerte. Kafka se alojó primero en el sanatorio Wiener Wald cerca de Ortman, al suroeste de Viena, luego en la clínica de laringología del profesor Hajek en Viena, y finalmente en el sanatorio del doctor Hoffmann en Kierling cerca de Klosterneuburg. Antes de morir, Kafka le pidió permiso al padre de Diamant para casarse con ella. Sin embargo, por consejo del rabino local, su padre se negó. Diamant permaneció con Kafka hasta el final, asegurándose de que tuviera todo lo que necesitaba, incluso se comunicó con su familia en su imperfecto alemán, sobre todo en forma de posdatas a las cartas del escritor, concluyen los curadores del Museo Franz Kafka. Diamant “añadió una posdata a la última carta poco antes de su muerte, cuando sus fuerzas se agotaron a mitad de la frase.”

 

Las notas sobre Kafka

Dora Diamant –declaran los curadores– abrigó la memoria de Kafka durante los siguientes treinta años de su vida. Vivió en circunstancias difíciles en el distrito Whitechapel de Londres. Se dedicó a la difusión y preservación de la cultura jasídica y el idioma yiddish. Organizó debates, representaciones teatrales y recitales, en los que ella misma actuó, recitó y cantó. Nunca habló de Kafka excepto en una ocasión, ni publicó nada sobre él, aunque dejó algunas notas.

Esas notas componen “Mi vida con Franz Kafka”, texto incluido en el volumen citado Cuando Kafka vino hacia mí…. Diamant narró que, cuando vio a la familia en la playa, incluso siguió a aquellas personas hasta la ciudad y después se las volvió a encontrar. Un día anunciaron en el centro que el doctor Franz Kafka –se doctoró en derecho en 1906, tras lo cual trabajó como funcionario en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo de Praga, empleo que compaginó con la escritura– llegaría a cenar. Diamant en aquel momento tenía mucho que hacer en la cocina. Cuando levantó la vista de su trabajo –la habitación se había oscurecido, alguien estaba allí fuera delante de la ventana– reconoció al caballero de la playa. Entonces entró. No sabía que se trataba de Kafka y que la mujer con quien lo había visto en la playa era su hermana.

La autora de las notas se cuestionó: “¿Por qué me causó Kafka una impresión tan fuerte? Yo venía del Este, era una criatura oscura llena de sueños y presentimientos, como surgida de una novela de Dostoievski.” Posteriormente coligió: “Cuando vi a Kafka por primera vez, su imagen se correspondió enseguida con mi idea del ser humano. Pero también él se volvió hacia mí con atención, como si esperara algo de mí. Lo más llamativo en su rostro eran los ojos, que mantenía abiertos, a veces incluso muy abiertos, tanto si estaba hablando como si escuchaba.”

Destacó otras características del autor de El proceso: “Kafka estaba siempre de buen humor. Le gustaba jugar. Era un compañero de juegos nato, siempre dispuesto a cualquier broma. No creo que las depresiones fueran su característica más acusada. No se sucedían con regularidad, y en la mayor parte de los casos tenían un motivo directo, que se podía determinar con exactitud. Por ejemplo, cuando volvía a casa de la ciudad. Entonces a menudo estaba más que deprimido. Todo su ser se rebelaba.”

Diamant entendió la vocación absoluta: “Kafka tenía que escribir porque la escritura era el aire que necesitaba para vivir. Lo respiraba los días en los que escribía. […] No sólo quería ir al fondo de las cosas… Él mismo estaba en el fondo. Tratándose de la solución de los extravíos humanos, no quería conformarse con medianías. Había experimentado la vida como un laberinto en el que no podía ver ninguna salida. Sólo conseguía desesperarse. Para él todo tenía orígenes cósmicos, hasta las cosas más cotidianas.”

En La invasión, Ricardo Piglia escribió: “Kafka le había ordenado a Dora Diamant que quemara sus manuscritos y tendido en un sofá la había mirado quemarlos. Los cuadernos de sus últimos años.”

 

Kafka saluda a la enfermedad

El creciente empeoramiento de su estado obligó a Kafka a abandonar Berlín en marzo de 1924 y a volver a Praga. Dora Diamant lo siguió en abril al sanatorio Wienerwald.

Diamant escribió: “Lo inquietante en la enfermedad mortal de Kafka fue su brusca aparición. Me di cuenta de que fue él quien la obligó a mostrarse. Para él fue una especie de liberación. Le habían quitado el poder de decisión de las manos. Kafka saludó a la enfermedad sin más ni más, aun cuando en el último momento de su vida le hubiera gustado seguir viviendo.”

Ella describió el final: “Del hospital llevaron a Kafka a un sanatorio en Klosterneuburg-Kierling, en las proximidades de Viena, donde le dieron una habitación magnífica con balcón, en la que entraba la luz del sol durante todo el día. Yo me quedé allí con él. Más tarde vino también su amigo el doctor Klopstock. Desde este sanatorio, Kafka escribió algunas cartas a sus padres, a sus cuñados, a sus hermanas y a Max Brod, que también vino a visitarlo, no sin dar antes una conferencia en Viena, para que Kafka no se diera cuenta de hasta qué punto consideraba que su estado era grave.”

La noche previa a su muerte Kafka corrigió las primeras pruebas de su libro Un artista del hambre, que apareció tres meses después en la editorial Die Schmiede. En vida publicó únicamente relatos, entre ellos La condena (1913), El fogonero (1913), En la colonia penitenciaria (1919) y La transformación (1915).

Hacia las cuatro de la mañana hice venir al doctor Klopstock, porque Kafka tenía dificultades para respirar. Klopstock reconoció al instante la crisis y despertó al médico de guardia, que le puso una bolsa de hielo en torno al cuello. Kafka murió hacia el mediodía del día siguiente. El 3 de junio de 1924. Años después he leído a menudo los libros de Kafka, siempre con el recuerdo de cómo me los leía él mismo en voz alta”, apuntó Diamant a modo de despedida.


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