La voz de la América Latina desde las entrañas del cine mexicano

- Rafael Aviña - Saturday, 01 May 2021 23:20 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En 1930 se fundó la estación de radio más famosa de nuestro país en esa primera mitad del siglo pasado: la XEW, “la voz de la América Latina desde México”. A partir de entonces, el cine nacional generó varias películas en que los dos medios, el cinematográfico y la radio, compartieron escenarios y micrófonos. En el siguiente artículo se pasa revista a las principales películas cuyo argumento los involucra.

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En el arranque de los años treinta del siglo pasado, nuestro cine daba un salto cualitativo. Voces, música y efectos sonoros se volvían habituales para ese nuevo espectador que accedía al cine hablado. La llegada de Santa, en 1931, primera cinta mexicana sonorizada sincrónicamente, abría una nueva expectativa a nuestro idioma. El encanto de Santa, dirigida por el español Antonio Moreno, se debía no sólo a la ingenuidad moral del relato de la joven orillada a la prostitución, o a la belleza y gracia de la estrella Lupita Tovar, sino sobre todo a la presencia del sonido a cargo de Joselito y Roberto Rodríguez, responsables de trastocar voces, e incluso la canción tema de Agustín Lara, en un protagonista más, sin necesidad de discos utilizados en anteriores películas mexicanas como Dios y ley (Guillermo Indio Calles, 1929), El Águila y el nopal/El águila y la serpiente (Miguel Contreras Torres, 1929), o Más fuerte que el deber (Raphael J. Sevilla, 1930).

 

Intercambio de talentos

La novela de Federico Gamboa brindó una oportunidad única a los hermanos Rodríguez para patentar su invento de manera satisfactoria en una industria en plena bonanza, como era el cine, al igual que la radiodifusión en México. De alguna manera, la radio y la cinematografía caminaron un buen tramo juntos, intercambiando uno y otro sus talentos, ya sea en voces y actuación o en el renglón de los argumentos. Al igual que el cine, la radio adquirió características industriales en esa misma década de los años treinta. La rápida expansión del medio propició la creación de un amplio espectro de comunicación, el régimen de permisos se sustituyó por el de concesiones y la primera de ellas se otorgó a la legendaria XEW.

El 18 de septiembre de 1930, Emilio Azcárraga Vidaurreta fundaba su estación bajo el lema de: “XEW: la voz de la América Latina desde México”, con cinco mil watts de potencia. Sus primeros patrocinadores fueron The Mexican Music Co., RCA Victor, High Life y Cigarros El Águila, entre otros, y pronto se convirtió en la estación de mayor prestigio presentando a los artistas y locutores más importantes del país. La radio se trastocó en moneda corriente de las tramas del cine sonoro mexicano, como lo demuestran La cuna vacía, Cada loco con su tema, La liga de las canciones, Escándalo de estrellas o No basta ser charro. En Mamá Inés (1945), de Fernando Soler, Marga López gana el concurso radiofónico de los aficionados, uno de los eventos de mayor éxito de la XEW. Asimismo, en El pecado de Laura (Julián Soler, 1948), los amantes separados, Meche Barba y Abel Salazar, escuchan en aparatos de radio de una fonda y un café de chinos, respectivamente, cómo Silvia Pinal, hermana de aquél, triunfa con un recital de piano desde el Teatro-Estudio de la XEW.

 

Tin Tan, Luis Aguilar et al.

Un ejemplo atractivo de ese tipo de concursos lo ofrece Hay muertos que no hacen ruido (Humberto Gómez Landero, 1946) con Germán Valdés Tin Tan, cuyos inicios en el ambiente del espectáculo arrancan justo en la radio de Ciudad Juárez, donde inició su brillante carrera. De hecho, a su llegada a México hacia 1943, Tin Tan fue contratado muy pronto por la XEW y junto con su carnal Marcelo participó en el programa titulado Bocadillos de buen humor. La enorme espontaneidad del cómico se manifiesta en la secuencia del concurso de aficionados en Hay muertos que no hacen ruido. Tin Tan es poseedor de la ficha número 13, elegida por el joven locutor Ramiro Gamboa muchos años antes de convertirse en el Tío Gamboín. En el Teatro-Estudio, con una orquesta en vivo, Tin Tan se enreda en un juego de palabras con Gamboa, interpreta el tema cómico “El patito azul” y después se luce bailando un boogie con una rubia.

Para 1948, Luis Aguilar no sólo conseguía su mote artístico sino el estelar de la película de Alberto Gout, El gallo giro. Interpreta a un gallero empeñado en triunfar en la capital como cantante, y para ello compite en el mismo concurso de aficionados de la XEW. Sin embargo, se arma una gran trifulca y se queda sin el contrato de los estudios; obtiene el amor de Carmelita González, aunque antes se ve envuelto en un lío con la belleza platinada estadunidense Joan Page. Instalado ya en la vorágine urbana alemanista, Luis Aguilar obtiene uno de sus mayores logros en 1952, en un filme que a la fecha reconstruye con gran atractivo la época del “sueño mexicano”; aquella de cientos de ilustres desconocidos que de la noche a la mañana se convertían en ídolos gracias a la radio y a la incipiente televisión. Del rancho a la televisión, de Ismael Rodríguez, era el relato del provinciano que no puede negar su origen y llega a la metrópoli para probar suerte y encontrar, a su vez, amoríos ingratos y verdaderos.

José Antonio Rivera es el hijo predilecto de Pungarabatirimícuaro, cuyos habitantes han costeado sus estudios en el bel canto y por ello, lo envían a la ciudad para debutar en Bellas Artes y en la XEW. Llega a la radiodifusora y el dueño y gerente Cecilio Zárraga (Carlos Orellana, estupendo) lo envía al “concurso de los aficionados” con todo y el verdugo encapuchado que les toca la campana y pierde, debido a las envidias de la sensual cantante María Victoria, quien se avergüenza de haber salido de un café de chinos para convertirse en estrella de la canción.

Por supuesto, Aguilar va a recibir la ayuda de la muchacha coja Chela Campos, quien con su peculiar estilo se luce cantando boleros de María Grever pero, a su vez, va a sucumbir ante las tentaciones urbanas. A Los Tres Diamantes, Aguilar les llama “cancioneros”, se presenta a concursar vestido con elegante esmoquin; “Y para eso se vistió de ministro”, le comenta Zárraga, una suerte de Emilio Azcárraga padre, con sus desplantes de generosidad y de locura genial. Pepe Ruiz Vélez imita con gracia a Pedro Vargas y a Agustín Lara, y Carlota Solares hace lo propio con María Félix. Emma Rodríguez, como la secretaria igualada, se encuentra estupenda, y a su vez aparecen en escena Régulo y Madaleno, y resulta invaluable apreciar los interiores de la XEW en la calle de Ayuntamiento, así como el flamante Televicentro en Balderas, o la estructura de la Torre Latinoamericana en construcción. Orellana comenta sobre Aguilar: “Con esas cejas, esas patillas, esos bigotes, parece contrabandista de zarzuela.” Al final, luego de que ha sido emborrachado y narcotizado por su amante María Victoria, Aguilar pide perdón ante las cámaras de tv a Chela Campos, con quien entona “Si yo encontrara...”, en un filme antológico para comprender el mito urbano y la leyenda viva de la XEW.

 

José Alfredo Jiménez, Jorge Negrete, Pedro Infante y otros aficionados

Con un tema similar, aunque realizada en 1950, Emilio Indio Fernández aportó su granito de arena al tópico del provinciano enfrentado a la capital y al mito de la XEW en Siempre tuya, con Jorge Negrete, Gloria Marín y Tito Junco. En ella, la pareja protagónica abandona su estéril tierra campesina en Jerez, Zacatecas, y llega a la ciudad donde son acusados de paracaidistas (sinónimo de comunistas, según se comenta), hasta que él decide participar en el concurso de aficionados en la XEW y triunfa. Con su éxito en radio le llegan dinero, mujeres y fama, frente a su mujercita con rebozo y trenzas, aunque al final la virtud y la inocencia del campo triunfan sobre la voracidad citadina.

En 1951, tocó el turno a Pedro Infante de mostrar la faceta de esa incesante búsqueda de ascenso social y, en efecto, su primer grito de desahogo fue Necesito dinero, bajo las órdenes de Miguel Zacarías, en una comedia sobre la escalada de valores económicos durante el alemanismo y en la que, de nuevo, la XEW aparece como breve telón de fondo. En su intento por conquistar a la bella Sarita Montiel, en su papel de mecánico capitalino, Infante desiste de una vida fácil en pos de una existencia honesta con miras a mejores aires, luego de desempeñarse al mismo tiempo como vendedor de lavadoras, taxista y participante en la Hora de los aficionados.

Algo parecido ocurre en Caminos de Guanajuato (1955), de Rafael Baledón, con las estrellas de la canción ranchera, Lola Beltrán, Demetrio González y José Alfredo Jiménez. Los tres fracasan en La hora del aficionado de la XEW y entre ellos surge una relación que culmina con el enamoramiento de Lola y José Alfredo, no sin antes atravesar por varios enredos y situaciones excesivas en una época en que la comedia ranchera había iniciado su descenso en picada. Al término de esa década y debido al impacto de la televisión convertida ya en un medio popular, la radio terminó relegada a un segundo plano, pese a sus talentos y profesionalismo.

A su vez, el cine nacional dejaba atrás su etapa dorada para entrar a un período incierto, en el que coincidían la muerte de varias estrellas de la cinematografía y el agotamiento de las fórmulas y los géneros tradicionales que la industria acabó por envilecer. Por ello, quizá, el cine mismo volteó la mirada hacia la televisión como tópico obligado y abandonó de a poco las referencias a la radio y a la propia XEW, cuyo mito permanece. Ejemplo de ello es el final de la revista musical de Tito Davison, Música de siempre (1956), con una pléyade de figuras como Toña La Negra, Agustín Lara, Tongolele, Ritz Ortolani, Edith Piaf, Libertad Lamarque y Germán Valdés, y que cierra con la presencia del finado Jorge Negrete en un montaje de imágenes, entonando “México lindo y querido” ante los micrófonos de la legendaria XEW, la voz de la América Latina desde México…

 

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