Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 02 May 2021 01:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Arte del buen dormir

 

La facilidad para dormir bien es, ante todo, un don que un hada injusta, machista y distraída concede a sus favoritos porque sí. Esta hada, coronada con una guirnalda de tila, pasiflora y valeriana, usa aretes de Tafil, un anillo con un Ativán engarzado en platino y le cuelga una redoma llena de Rivotril mezclado con Felix Felicis (ver Harry Potter) del cuello.

Cuando se digna besar a alguien, el afortunado muere dormido y soñando que vuela. Es hermosa, como un sueño amable y reparador, como una noche templada, como un espejismo en el que México es un país donde no hay narcos, políticos, Covid o machos.

El hada del sueño se pasea entre las cunas y les pone a los bebés un dedo pesado y suave en la coronilla. Los bebés suertudos duermen toda la noche y tienen papás serenos.

Esa hada malvada pasó ante mi cuna y, no sólo no se detuvo, sino que me miró con desprecio, torció los labios y me pellizcó el cachete, oigan. Decidió, cruel y arbitraria, que el biberón tuviera en mí el efecto de un exprés doble. Gracias a su capricho, mis padres anduvieron los primeros meses de mi vida convertidos en dos manojos de nervios, ojerosos y sorprendidos de que en un ser de tres kilos pudiera caber tal capacidad para dar de gritos toda la noche. Y así me quedé, aunque ya no grito y dependo de ciertos fármacos para mantener a raya a los demonios del insomnio.

Para dormir, he hecho de todo. Me he bañado con hojas de lechuga (ja), tomado un té hecho especialmente para mí por un yerbero del Pasaje Catedral que hizo que la cocina oliera a cerveza y que yo me pasara la noche yendo al baño. He tomado triptofán y melatonina. He hecho ejercicio, contado hasta mil, escuchado música ad hoc bebido leche con brandy, tomado chochos homeopáticos. De chica rezaba, leía, me tapaba la cabeza o me iba a la cama de mis papás, de donde me sacaban a nalgadas.

Lo único que sirve es la medicina alopática, como dicen los naturistas. Y la mayor parte de las insomnes son mujeres, por eso digo que el hada es machista. Sólo otras mujeres me comprenden. Conozco a muchos hombres sensibles, preocupones y pensantes quienes, al poner la cabeza en la almohada, se convierten en piedras roncadoras. Son capaces de dejar a un lado sus pesares, sus obsesiones y las tareas pendientes para dormir el sueño de los justos. Mi marido entre ellos, a quien a veces me dan ganas de despertar por pura envidia.

Sólo tengo un amigo insomne: el escritor Alberto Ruy Sánchez, a quien jamás le perturbó, como nos perturba a todos los demás, no poder dormir. Ruy Sánchez escribió Elogio del insomnio, un libro que yo no escribiría ni de broma. Doy fe de las decenas de ocasiones en las que en congresos literarios, Ruy Sánchez se ha ido de fiesta, ha bailado hasta que el DJ se queda dormido, ha vuelto al hotel a darse un regaderazo y ha pasado un día fantástico dando conferencias.

Mientras, en mi habitación yo cenaba un caldito de pollo, bebía té de tila, me bañaba con agua tibia, llamaba a mi marido, colgaba y me dedicaba a dar vueltas como una quesadilla pensando que, sin duda, al día siguiente iba a hacer todo mal. Comenzaba por imaginar escenarios desastrosos hasta que terminaba segura de que no iba a ir nadie a mi presentación; además, me las iba a arreglar para 1) que se me saliera una leperada a media conferencia, 2) se me abriera la camisa o sonriera con los dientes embarrados de labial o 3) ofendiera a alguien.

La cosa no ha hecho sino empeorar. Alguien me dijo que los viejos no necesitan dormir. Yo creo que sí lo necesitamos, pero no podemos conciliar el sueño, que es otra cosa. Ahora veo el miedo a olvidar la ponencia como lo que es en realidad: una tontera. El narco, el Covid, el calentamiento global, lo rijoso de la 4T, Marx Arriaga al frente del equipo que hace los libros de texto, la sequía… y una en pijama, impotente, pensando. De verdad, hasta el hada anda tomando Pasiflorine, la malvada.

 

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