Placeres clandestinos: los inicios del cine 'porno' en México

- Rafael Aviña - Sunday, 16 May 2021 07:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El cine mexicano también incluye obras en que se trata y muestra la sexualidad de manera explícita. La pornografía, “representación obscena de la sexualidad” es asunto de fotografías, grabados y cortometrajes que han sido objeto de estudio y están resguardados en la Filmoteca de la UNAM. Aquí se hace un recuento comentado de ellos.

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La moral, las buenas costumbres, los sentimientos de culpa y el hostigamiento de todo rasgo espontáneo de liberación sexual en un país altamente religioso y reprimido como México, abriría muy pronto las puertas a la vehemencia de la pornografía. Observar aquello que se oculta. Espiar tras las cerraduras de las recámaras. Explorar en las aberturas de las paredes de baños y habitaciones. Refugiarse en la oscuridad y el anonimato para gozar de aquello que se prohíbe… Bajo esas circunstancias, la imaginería sexual creció desde el ocultamiento y la clandestinidad. Primero, a través de la fotografía y, más tarde, por medio de la imagen fílmica; un cine paralelo, explícito en contenidos sexuales, que ofrecía todo aquello que la doble moral mexicana de las primeras décadas del siglo XX ocultaba.

Los antecedentes de la pornografía, término maleable ligado a la representación obscena de la sexualidad, se remontan a las pinturas rupestres, a los grabados en vasijas y otros objetos trazados por egipcios, griegos y romanos; más tarde, alcanzarían gran impacto en las pinturas del italiano Agostino Caracci en el siglo XVII. De ahí, hasta llegar a su mayor y más trascendente representación visual con la imagen en movimiento en las llamadas stag films, pequeñas cintas porno silentes, que igual presentaban escenas de acción viva o animaciones fílmicas en las que muñecos antropomorfos mostraban sin pudor sus partes íntimas.

En el texto Vintage Porn, de la Revista Alquimia núm. 23 (enero-abril, 2005), Carlos a. Córdova habla de cómo en revistas de la época porfirista como Frégoli (1877 79), Cómico (1896-1901) y El Burro (1901), se mostraban retratos de piernas de bailarinas de teatro que causaban conmoción al público, y cita las fotografías subidas de tono de una sensual pareja de baile, aparecida en El Mundo Ilustrado a finales de 1894, así como del material erótico fotográfico-estereoscópico del taller de impresión parisino de Eugene Hanau, que llegaba a México a principios del siglo XX y hasta 1915.

Por su parte, Juan Felipe Leal, Carlos Flores y Eduardo Barraza adjuntan en su libro Anales del Cine en México 1895-1911. 1901: El cine y la pornografía (2003), una serie de fotografías tomadas en placas de vidrio estereoscópicas de rollizas prostitutas que trabajaban en burdeles de lujo en Ciudad de México a principios del siglo XX, tomadas de la notable Colección Ava Vargas (ubicadas entre 1900-1920, aproximadamente). Mujeres ataviadas al estilo de las divas del cine silente y/o de las hetairas descritas por los textos bíblicos, posan en actitudes sugerentes, mirando de manera retadora a la cámara con cierta lascivia, mostrando sus amplios muslos y pechos. Dichas placas fotográficas contenían imágenes dobles que se colocaban dentro de un visor –al estilo de los añejos view masters– para ser observados a través de dos oculares, creando una sensación tridimensional.

 

Los inicios: primer cine porno, primera sexshop

No obstante, además de los bellos desnudos fotográficos femeninos del esteta del retrato Agustín Jiménez, que datan de inicios de los años treinta –por cierto, Jiménez fue cinefotógrafo en más de ciento cincuenta películas, entre ellas Dos monjes, Las calaveras del terror, La bestia magnífica, Ensayo de un crimen, La sombra del caudillo, Viento negro, Hasta el viento tiene miedo y El cuerpazo del delito– y de las imágenes de desnudos y situaciones pornográficas de la colección Ava Vargas, citada por el investigador Miguel Ángel Morales en su texto “‘A’, ‘w’ y Adrián Devars Junior” (revista Alquimia núm. 23 (enero-abril, 2005), uno de los registros más específicos que se tiene de la exhibición de filmes pornográficos en nuestro país lo documentó el mismo Morales. Desde 1936, el librero español Amadeo Pérez Mendoza estableció un pequeño local de exhibición secreta y, por supuesto, ilegal, dentro de su librería La Tarjeta, que se ubicaba en el número 12 o 14, de las calles de Isabel la Católica en pleno Centro Histórico, entre 5 de Mayo y Madero.

Como comenta Morales, se trató de la primera sexshop en nuestro país, en donde, además de su local de exhibición de material sicalíptico, se vendían condones, fotografías, folletería y revistas de material sexual como Forma (1935). El lugar fue clausurado y Pérez Mendoza, junto con un amigo y socio José Durán, fueron encarcelados, lo que coincidía con una campaña del gobierno de Lázaro Cárdenas para acabar con publicaciones, postales, fotografías y revistas de índole nacional o provenientes del extranjero que pudieran propagar imágenes obscenas de tema sexual.

Sin embargo, cuando las postales, vistas y fotografías no fueron suficientes para inspirar las fantasías eróticas, la llegada del cine propició un nuevo y estimulante entretenimiento sexual y sensual a aquellos erotómanos que buscaban caminos alternativos. Por ejemplo, la Filmoteca de la UNAM resguarda alrededor de treinta cortometrajes hardcore de aparente producción nacional, cuyos relatos breves y directos no tienen otra premisa que el acceso inmediato a los placeres del sexo. Ocultos bajo burdos y vulgares pseudónimos y cargos como “Argumento: José Boquitas de la Corona. Fotografía: Santiago k. García. Dirección: Agapito Vélez Ovando, miembro de la O.G.T.”, los responsables de estas películas pornográficas realizadas entre 1926 y 1950 se concentran en los desnudos femeninos, la explotación de escenas lésbicas, una actitud pasiva/sumisa de la mujer: sexo oral, sexo anal, la posición del “misionero”, algunas escenas de sexo gay y la burla a la moral exacerbada al utilizar como personajes a monjas, mujeres recatadas y la figura del sacerdote dispuesto a disfrutar una sesión gimnástica de sexo duro.

 

Lujuria filmada: entre rancheros, monjes, ninfas y frailes

Las muchachas, nombrada así por la Filmoteca, está filmada en el descontinuado formato de 9.5 mm –la Casa Pathé Baby fue una de las que patentó dicho formato, a principios de 1920–; quizá titulada originalmente Las ninfas, la historia tiene lugar en un jardín. La escena de sexo entre unas jóvenes veinteañeras, observada por un voyeur, pudo filmarse en Cuernavaca, según apunta Morales. Una de ellas es morena, masca chicle de manera obsesiva y mira directo a la lente, delatando su falta de experiencia ante la cámara de cine.

En otra más, llamada, Historia del monje loco, su título hace alusión al exitoso programa radiofónico El monje loco que popularizó en la xew el actor Salvador Carrasco a finales de los años treinta, que iniciaba con la frase: “Nadie sabe. Nadie supo, la verdad acerca de…”, y tuvo a su vez una versión cinematográfica homónima en 1940 con el propio Carrasco, Alicia Ortiz y Miguel Inclán, bajo la dirección de Alejandro Galindo. En el citado corto porno, un sacerdote enloquecido hace el amor con una joven que encuentra en el campo. Aunque se supone que es una historia que se narra en la radio, en este breve filme se exploran alternativas narrativas hardcore. En Chema y Juana aparece el típico ranchero que seduce a una pudorosa china poblana, en escenas de sexo gráfico que no dejan nada a la imaginación. Habría que recordar que Chema y Juana eran los protagonistas que ilustraban el popular Cancionero de sal de uvas Picot, que debutara al inicio de los años treinta y cuyos personajes parecían entresacados de una comedia ranchera del momento.

El sueño de Fray Vergazo insiste en la burla-parodia del ejercicio sacerdotal y la calentura sexual. A su vez, en otros cortos surgen curiosos intertítulos como: “Todos los personajes que intervienen en esta superproducción, son casi, casi decentes, aunque usted no lo crea… son de Jalisco.” Los nombres de otras de estas pequeñas películas XXX hablan por sí mismas: Las lesbianas calientes, Cuento de un abrigo de Mink, Mamaíta, Tres actos y Tortillas calientes. Miguel Ángel Morales aventura también otra hipótesis en el artículo de Alquimia al involucrar al editor y fotógrafo y pornocineasta Adrián Devars Jr., con el editor español Amadeo Pérez Mendoza y su socio José Durán, en la realización de pequeños filmes pornográficos.

 

Entre la nota roja y el porno

Habría que aclarar que Devars, fotógrafo de vedettes y exóticas en revistas de la farándula, trabajaba en la penitenciaría de Lecumberri como responsable del área forense. Ahí conoció a personajes como Antonio o Carlos Velásquez el Indio, fotógrafo policíaco de La Prensa, y al célebre fotorreportero de nota roja Enrique el Niño Metinides, a quien el Indio introdujo como su asistente; de ahí su mote, ya que Metinides sólo contaba con trece años de edad, convirtiéndose en el más joven fotógrafo policíaco. Relata Metinides, en una entrevista con el fotógrafo Juan Manuel Servín, citada por Miguel Ángel Morales, que dicha área era del tamaño de un cine, repleto de camas de granito y el piso resbaloso de sangre… “Parecía un rastro, pero de cadáveres.” “Devars usaba el forense como si fuera su estudio. Bañaba a los cadáveres que iba a retratar, los peinaba, arreglaba el gesto y a veces medio los vestía. Les ponía un ladrillo bajo la nuca para que levantaran la cabeza y cuando se podía mandaba pedir el puñal para acomodarlo en la herida.” “Ahí nos tienes a todos: celadores, empleados y fotógrafos, viendo trabajar a Devars. Era todo un espectáculo…”

Quizá, sólo quizá, algunos de los cortos porno que resguarda la Filmoteca sean obra del enigmático Adrián Devars Jr., y fueron exhibidos por Pérez Mendoza y Durán en La Tarjeta. Se trata de cortos que llegaron a la UNAM por donaciones anónimas o se adquirieron en el Mercado de la Lagunilla, para rodear de mayor misterio a un tema candente sobre la doble moral nacional.


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