Guillermo Prieto y el Nigromante o 'los segundos padres de la patria'

- Antonio Soria - Sunday, 23 May 2021 07:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

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Dígase con una frase propia de aquellos tiempos: el siglo XIX mexicano habría sido muy distinto y resultaría incomprensible sin la presencia de cuando menos dos figuras intelectuales que, a la distancia, siguen antojándose inigualables: Ignacio Ramírez el Nigromante y Guillermo Prieto. Nacidos ambos en 1818, es decir, cuando la independencia de la Nueva España no se consumaba todavía, el destino dispuso que sus respectivas trayectorias vitales se entrelazaran siendo muy jóvenes, y sólo la muerte habría de interrumpir un diálogo que comenzó en la sede del hoy desaparecido Colegio de San Gregorio, en el Centro Histórico de Ciudad de México.

Por principio de cuentas, sería imposible y carecería de sentido hablar de uno sin mencionar al otro; así de estrecha fue su relación pero, sobre todo, su convergencia espiritual; y ya que de espíritu se habla, dígase también de entrada lo que para muchos resulta obvio: en Prieto y el Nigromante, es decir en la vida y obra de ambos, descansa mayoritariamente la esencia de lo mejor que aquel siglo –convulso y crítico para la existencia misma de un país entonces casi recién nacido, pero de tantos modos fundacional– ha dejado como herencia a las generaciones posteriores.

Guillermo Prieto dejó, de su puño y letra, el mejor testimonio imaginable de la vida que le tocó vivir: Memorias de mis tiempos, título que anticipa algo que los lectores de esa dilatada y prolija crónica encuentran en sus páginas, es decir mucho, muchísimo más que la biografía en primera persona de un autor, sino el retrato escrito, diríase el enorme fresco en donde pueden apreciarse a detalle los perfiles y las particularidades de toda una época. No ha faltado, desde aquellos ayeres, quien pretenda restarle valor a esas Memorias invaluables, ya por desconocimiento, ya por falta de entendimiento, ya en fin por causas pretendidamente concretas –verbigracia, que su carácter póstumo las desautoriza en tanto fuente fidedigna de completa veracidad.

Habría que hallar en la mezquindad, por más intelectual que sea su origen, o en un afán absurdo de apropiación y usufructo exclusivo de “la verdad histórica”, la motivación para tamaño despropósito. Sería tanto como pretender que el propio Guillermo Prieto puede ser desmentido precisamente ahí donde cualquiera sabe menos que él. Por lo demás, la diversidad, riqueza y abundancia del aliento escritural de Prieto, desplegado lo mismo en narrativa que en poesía y dramaturgia, en el ensayo que en la redacción legislativa y el periodismo, vuelven inútil cualquier tentativa de pretendida exhaustividad; Guillermo Prieto está en sus Memorias, como igualmente puede hallársele en cada línea por él publicada. Una lectura lo suficientemente atenta de dichas Memorias, junto a la de su creación literaria y su labor legislativa –las leyes de Reforma, nada menos–, deja en claro que el de Prieto es un opus indivisible, cada una de cuyas partes responde y se articula con el resto, de manera tal que en conjunto patentizan la vieja máxima según la cual el todo es superior a la suma de sus partes y ese todo, en caso de que alguien no lo haya identificado a estas alturas, es la conformación y la confirmación de la idea-país que los mexicanos mantenemos hasta el momento actual, en el mejor de los casos acrecentándola y engrandeciéndola, cuando no por desgracia sucede que se le vilipendie o menosprecie –casos no faltan ahora, igual que no faltaron tampoco en tiempos de Prieto y el Nigromante, como bien prueba la labor de zapa de Lucas Alamán, entre algunos otros.

Siempre que se habla de los padres de la patria, es a Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, Leona Vicario y algunos héroes más a quienes suele referirse. Es verdad: la suya fue una gesta sin la cual, siendo el mismo, el suelo que pisamos sería llamado y entendido de otro modo. Empero, en la construcción de la actual República Mexicana no es menos crucial la lucha emprendida, y ganada, por los liberales del siglo XIX: en efecto, Benito Juárez, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Zaragoza y demás políticos, hombres de armas y administradores, pero por primera vez en nuestra historia, al mismo tiempo el naciente ámbito intelectual de un país en busca de sí mismo que se encontró no sólo entero sino diverso, rico y plurifacético en la visión, el compromiso social y la palabra tanto oral como escrita, además de la acción y la participación directa, de hombres como el Nigromante y Guillermo Prieto, a quienes en justicia la Historia debería considerar como los segundos padres de la patria o, cuando menos, sus definitivos diseñadores.

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