Fuego y rebeldía o cómo desencadenar a Prometeo

- José Rivera Guadarrama - Sunday, 30 May 2021 07:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Es bien sabido que el fuego, como elemento y como símbolo que concentra muchos y profundos significados en la historia de la civilización humana, sin duda está arraigado en la mente y el alma del hombre. En este artículo se vincula con otro concepto también consustancial a nuestra especie: la rebeldía.

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El ser humano es la especie animal que modifica su entorno porque lo tiene insatisfecho. No le basta lo dado. Anhela otra cosa. De manera que, también dentro de lo social, siempre será posible intentar formas inéditas de superiores posibilidades. De ahí se deriva el anhelo de mayor libertad.

Esta postura, natural en todos nosotros, implica una constante indagación de su origen. A lo largo de la historia humana hemos visto que las disidencias también se modifican, adquieren mayor o menor relevancia, pero son constantes. Nunca pierden vigencia. Por lo tanto, ¿de dónde viene esta idea de insatisfacción y deseo de libertad? Los mitos y leyendas, de diversas latitudes y culturas, abordan estos asuntos. Casi todas convergen en un mismo elemento: el fuego. Por lo tanto, este deseo e impulso de rebeldía viene dado por él.

El ser humano es el único animal que muchas veces ha logrado controlar este poderoso elemento. Ninguna otra especie viva puede generarlo o tener dominio sobre él. Es al fuego a lo que las sociedades más antiguas se remontan, adorándolo, venerándolo, incluso en ofrendas a los dioses y diosas más poderosas e inmortales.

El fuego, descontrolado, atemoriza. Genera pánico y destrucción, somete. Mientras que, cuando se controla, reconforta, protege. Da ímpetu a quien lo sepa dominar. Lo mismo sucede con la rebeldía. Esta actitud, incluso, es igual de antigua. Sus orígenes se remontan al principio de todo, aunque no a la manera de un arjé. Más bien, desde lo remoto. Además, en todos los tiempos es posible equiparar con el fuego el proceso o la actitud de rebeldía. Ambos queman. Los dos quieren algo. Buscan preservarse. Protegen su entorno. Resplandecen.

Prometeo, sin duda, es uno de los mayores rebeldes de la historia mitológica. Se dice que fue un titán y salvador de la humanidad. Trató de que nuestra especie pudiera vivir en el camino de la evolución espiritual y que, de alguna manera, fuéramos los más perfectos de todos los animales de la tierra, dándonos el albedrío de adorar a los dioses o de ignorarlos.

El significado etimológico de su nombre se compone de pro, “antes”; y de metheus, vocablo de origen dórico que significa “cuidado”, “preocupación” o “inquietud”. Sófocles le llamaba “el que se inquieta por anticipado”. Tucídides se refería a él como “el previsor”. El dramaturgo Esquilo lo traducía como “el prudente”.

Prometeo, por lo tanto, es una divinidad que se rebeló a los dioses por el bien de la humanidad. Después de que los inmortales hubieron creado a todos los animales, les encargaron a Prometeo y a su hermano Epimeteo que distribuyeran entre ellos todas las cualidades que debían tener para que pudieran sobrevivir. Pero a los humanos les faltaba algo y Prometeo se dio cuenta de ello. Al notar que el ser humano estaba desnudo y no tenía ningún tipo de defensa contra la intemperie ni armas naturales, nos dio el fuego. A partir de entonces, las civilizaciones fueron posibles. Debido a ese acto, los humanos pudieron realizar actividades vitales como cocinar los alimentos y resguardarse del ataque de feroces bestias. Y otra, igual de importante: congregarse alrededor del fuego a narrarse historias. Es decir que, además de todo, el fuego aviva la imaginación.

Por lo tanto, el fuego y la rebeldía son también fuerzas históricas que ponen en marcha los engranajes de la sociedad, de la cultura, de la civilización en general. Sin ellos, las actitudes toleradas pierden todo potencial. Se normalizan y recaen en leyes o en simples códigos de conducta. Con estos dos elementos se genera una enorme capacidad de transmitir la ira, incluso a los omnipotentes dioses.

Empero, el fuego no sólo es material mitológico. Desde la filosofía se ha reflexionado mucho respecto a su utilidad y significado. Para el antiguo Heráclito de Éfeso, “este mundo es el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni ninguno de los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego vivo que se enciende según medida y se apaga según medida”.

Respecto al significado que le diera este pensador al fuego, caben dos interpretaciones. En una se puede pensar que el fuego designa el principio o fundamento de todas las cosas, proceso por el cual se genera todo y por el cual retorna a él. En segundo lugar puede pensarse que se refería a una metáfora, una imagen del cambio incesante que domina a la realidad entera. Entre todas las cosas y procesos que se nos ofrecen a la percepción, no hay ninguno donde el cambio se manifieste de manera tan patente como en el fuego: la llama que arde es cambio continuo, y cuando más quieta parece estar, tanto más rápido es el proceso de combustión; más lento, pero igual de efectivo.

El fuego también pudo haber sido para Heráclito símbolo, motor y substancia del cambio. De ahí que es “siempre vivo”, en relación con la eternidad del mundo. Es un principio generador, autosuficiente y autoordenador, inmanente a todo lo que existe.

 

Xiuhtecuhtli, la llama de la inteligencia en Mesoamérica

De igual manera, para los nahuas, desde los tiempos más remotos y prehispánicos, este elemento era muy importante. Lo utilizaban desde las cosas más sencillas y consuetudinarias, hasta en los rituales propiciatorios mágico-religiosos, dotándolo de valores cosmológicos y filosóficos.

Fray Bernardino de Sahagún notó la importante relación que había entre humanos y fuego: “quema la llama, enciende y abraza y estos son efectos que causan temor. Otros efectos tienen que causan amor y reverencia, como es que calienta a los que tienen frío y guisa las viandas para comer, asando y cociendo y tostando y friendo”. Esto es que, el fuego se situaba “en el ombligo de la tierra”, tlalxicco, lo que prefiguraba su carácter axial y su potente carga transformadora. Lo llamaban Xiuhtecuhtli. Incluso lo asociaban a acciones como la purificación, la transformación y la regeneración, todas ellas dadas en el momento de la transición. Fue el encargado de propiciar los cambios en el mundo, por lo cual el fuego, como elemento sacralizado, definía y enlazaba los diversos ciclos y procesos sociales, naturales, rituales y míticos. Además, los mexicas lo consideraron como uno de los principios fundadores del mundo.

Para ser humano, hay que negarse a ser dioses. Decir “humanidad” es anunciar al mismo tiempo un acto de rebeldía. Un estar ahí y entre todas las cosas. Todo se nos opone. Por eso, para Albert Camus, “la rebelión fractura al ser y le ayuda a desbordarse”. Esta actitud, además, no es incómoda o negativa para las sociedades; al contrario, pues plantea la necesidad de siempre defender a la humanidad, a la colectividad. Somos seres gregarios. Sin todos nosotros, nadie. Es por eso que la sacralidad no es propia de nuestra especie, pues lo divino tiende a la inmortalidad y nosotros somos finitos, mortales, caducos. Camus dice que el humano rebelde “es el situado antes o después de lo sagrado, y dedicado a reivindicar un orden humano en el cual todas las respuestas sean humanas, es decir, formuladas desde la razón”. Es a partir del movimiento de rebelión que toda conciencia se torna en colectividad, se convierte en “la aventura de todos”. Es por eso que el humano tiene el poder de percatarse de sí mismo, la facultad de ser un sujeto que se autodetermina en todos los procesos de su conversión, pues sólo él tiene una comprensión de las potencialidades y un conocimiento de las nociones.

Para Marcuse, en su Razón y revolución, y apoyándose en Kant, a partir de la Revolución francesa, la humanidad había pasado ya el largo período de inmadurez durante el cual fue víctima de abrumadoras fuerzas naturales y sociales, y se había convertido en el sujeto autónomo de su propio desarrollo. De ahí en adelante, la lucha con la naturaleza y con la organización social habría de ser guiada por los propios progresos de su conocimiento. El mundo habría de ser un orden racional. Así, el rebelde no admite entregarse a la apatía. Al contrario, apuesta a darse un lugar, abrir brechas, nuevos senderos; incluso cuando el poder atenta contra aquello que el individuo no puede aceptar que sea transgredido o violentado, emergerá siempre una acción propositiva de insistencia. O, a la manera de Ernst Jung, “la grandeza humana ha de ser siempre reconquistada a cada instante. Ella triunfa en la medida en que, dentro de su propio pecho, vence lo abyecto. Ahí descansa la verdadera sustancia histórica, en ese encuentro del humano consigo mismo”.

Siendo un personaje que se rebela a los dioses para el bien de la humanidad, Prometeo también se afirma en dotarla no sólo de una naturaleza semejante a la de los dioses, sino con algo que se le atribuye y lo hace una categoría mayor a la de los animales: la inteligencia.

Lo mismo se consideraba para Xiuhtecuhtli. En códices como el Borbónico, el Tonalámatl y otros, esta deidad carga en su espalda a la serpiente de fuego, que es su distintivo, y este mismo elemento aparece bordeando la imagen del astro rey en la Piedra de Sol. De esta manera el fuego y la rebeldía, como sinónimos de la razón, presuponen la libertad, el poder de actuar de acuerdo con el conocimiento de la verdad, el poder de dar forma a la realidad conforme a sus potencialidades. La rebeldía podría tener su impulso al mismo tiempo en dos partes: por un lado, la insatisfacción; por el otro, la idea de libertad.

Dominar el fuego debe ser la habilidad más importante, fundamental de la humanidad. El fuego y la rebeldía, por lo tanto, son también fuerzas históricas que no deben dejarse incomprendidas. Sólo de esta manera estaremos rindiéndole constante tributo a Prometeo, desencadenándolo y liberándolo del eterno castigo impuesto a él por los terribles y vengadores dioses.

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