La maldición mexicana: Hollywood, desconocimiento y prejuicio

- Rafael Aviña - Saturday, 05 Jun 2021 21:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La producción hollywoodense de películas de la llamada Serie B es conocida por sus temas de terror y violencia erotizada, pero también es proverbial su mala manufactura y, en ocasiones, también su mala fe en el tratamiento de sus tramas. El tema de México, sobre todo el México prehispánico, no ha escapado a sus guionistas y directores en películas que rebosan, como se afirma aquí, “ignorancia histórica, terror prehispánico y humor involuntario”.

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Para el cine de horror estadunidense, entre más sanguinaria, exótica y primitiva es la cultura a la que se desea explorar, más impactante es su venganza legendaria y ancestral. Por ese motivo, a druidas, egipcios, aztecas, mayas, incas y múltiples civilizaciones más, les han impuesto una serie de incoherentes mitos, invenciones y otras patrañas, que el género en su vertiente Serie B de corte paranoico, ha logrado explotar sin temor al ridículo. Momias, brujas, árboles, pectorales, insectos, túnicas, máscaras, deidades e incluso muñecos vivientes se han enfrentado en desleal competencia con las amenazas de casa como serían los tradicionales: Drácula, Frankenstein, El hombre lobo, los modernos Michael Myers, Jason, Cara de cuero, o las amenazas actuales vistas en cintas como: Está detrás de ti (David Robert Mitchell, 2014) o Nosotros (Jordan Peele, 2019).

Para un espectador acostumbrado a escenarios de horror que bien pueden localizarse en un motel como el de Norman Bates en Psicosis, un cementerio indígena como en Poltergeist, un suburbio estadunidense en el que se ocultan sicópatas al estilo de Scream y Halloween, o una mansión donde los odios racistas, los prejuicios y la discriminación se trastocan en elementos de terror demencial como se aprecia en ¡Huye!, cualquier referencia visual y argumental sobre nuestro país no pasa inadvertida. En efecto, la maldición mexicana y sus escenarios resultan tan absurdos y descabellados como disfrutables, más allá de sus logrados o fallidos relatos.

La representación del mundo antiguo previo a la Conquista de México y a la propia llegada de los españoles ha sido explorado por Hollywood y el cine internacional, como lo ejemplifican algunas atractivas obras, entre ellas: Un capitán de Castilla, Aguirre, la ira de Dios o Apocalypto. No obstante, en paralelo a esas tramas de aventuras y folclor con elementos históricos, repta un cine por lo general de bajo presupuesto, ejecutado por artesanos estadunidenses que se sumergen en las fangosas aguas del terror y el suspenso. Así, abundan las curiosidades en donde sobresalen los elementos fantásticos, incluso apocalípticos, y se cruza la presencia de lo prehispánico y la época actual en filmes de explotación popular. Incluso, la propia televisión aportó situaciones tan desatinadas como divertidas al tema, como lo ejemplifica la serie El túnel del tiempo (1966-67) creada por Irwin Allen.

En el capítulo 21, titulado: El ídolo de la muerte, los científicos Tony y Douglas –doblados en su transmisión en nuestro país por Luis Bayardo y Jorge Lavat, respectivamente– son enviados por azar a las costas de Veracruz en el año 1519. El capitán español Hernando Cortez (sic, Anthony Caruso) vive obsesionado por encontrar la máscara dorada de los tlaxcaltepecas (sic), símbolo de poder para las tribus mexicas. Cortez no duda en torturar a unos indígenas pero intervienen Tony y Douglas, que son apresados por los soldados españoles. En tanto, del otro lado del túnel del tiempo, los responsables llevan a un arqueólogo mexicano para que los ubique en puntos estratégicos de Veracruz; no obstante, pesa más la codicia de éste por la reliquia de oro. Aquí, la Conquista de México se reduce a la obtención de un ídolo en uno de los despropósitos más grandes de esta exitosa serie televisiva.

Una década antes, un inquietante relato de la Serie B estadunidense. El ídolo viviente/ The Living Idol (1957) dirigido por Albert Lewin y René Cardona, abre en la pirámide de Chichén Itzá, donde el periodista estadunidense Terry Matthews (Steve Forrest) y Juanita (Liliane Montevecchi), hija del arqueólogo Manuel (Eduardo Noriega), observan en una cámara mortuoria una antigua escultura de un jaguar. Manuel explica que hace mil años varias jóvenes doncellas eran sacrificadas al dios jaguar en la cima de la pirámide. El profesor Stoner (James Robertson Justice), narra cómo el corazón de la víctima era arrancado con un cuchillo de obsidiana y supone que tal vez Juanita pudiera tener una “memoria racial” de aquellos sacrificios humanos. Un jaguar escapa del zoológico y busca a Juanita. Terry enfrenta al animal con el cuchillo de obsidiana en el museo donde la bestia ha destruido todo, excepto una estatua que se asemeja a la joven.

Cercana a algunos relatos de horror y paranoia sobre la sexualidad reprimida como La marca de la pantera (Jacques Tourner, 1942 y Paul Schrader, 1982), El ídolo viviente aprovecha varias locaciones mexicanas como la zona de Chichén Itza, las calles del Centro Histórico y Ciudad Universitaria. Un rodaje que por cierto, coincidió con la filmación de nuestra autóctona La Momia Azteca (Rafael Portillo, 1957). Incluye a su vez, atractivas coreografías de José Silva y David Campbell de corte prehispánico, sin faltar el exotismo de rigor: bailes, fiesta, máscaras, esculturas precortesianas, jade, piedra y obsidiana.

Otra deidad más mortífera e insólita emerge en el inquietante thriller de horror, Operación serpiente/ q/The Winged Serpent, (1982) del respetable artesano Larry Cohen. Aquí, no aparecen escenarios mexicanos, sin embargo, el monstruo protagonista adorado por fanáticos con atuendos aztecas no es otro que el mismísimo Quetzatcóatl –de ahí el título de Q, nuestra Serpiente emplumada. Se trata de un curioso regreso a ese cine de horror de los años treinta y cuarenta, en donde Estados Unidos era acosado por amenazas extranjeras. En este caso, un dios inmemorial que se nutre de la sangre de sacrificios humanos y que ha empollado un huevo en el edificio Chrysler de Nueva York, creando así un insólito clima de paranoia y xenofobia como alegoría de una invasión silenciosa y brutal. Eficaz y entretenido filme de suspenso con algunas escenas gore que se vale de una embarradita de cultura azteca como sucede en Esta noche soy peligrosa.

Dirigida por otro eficaz maestro del horror como lo fue Tobe Hooper, Esta noche soy peligrosa/ I’m Dangerous Tonight, (1990), tiene como monstruo a una túnica azteca… Al museo de la supuesta Universidad de Tiverton, California, llega un altar sagrado exportado de forma ilegal desde México: “Durante los festivales –sic– la sangre corría sobre éste altar como si fuera río” y en cuyo interior, su dueño, un especialista en culturas salvajes y primitivas descubre una hermosa túnica rojiza perteneciente a un sacerdote azteca encargado de extraer corazones palpitantes de nuestros antepasados.

Más tarde, se sabe que la túnica actúa como una suerte de amplificador que desata sin control la maldad o las debilidades de quien la use. Así, la guapa protagonista (Madchen Amick) trastoca la túnica en vestido que pasa de cuerpo en cuerpo, provocando una serie de violentos crímenes… Estamos ante un caso patológico de revanchismo cultural y uno de los peldaños más bajos de un cineasta responsable de obras notables como: Masacre en cadena, Cocodrilo, Carnaval del terror o La hora del vampiro.

Otro paupérrimo espectáculo sanguinolento carente de explicaciones históricas y culturales y para colmo de una ignorancia mayúscula es Mi querida Dolly/Dolly Dearest (Maria Lease, 1992). Cercano a una suerte de Chucky serie z, una familia estadunidense llega a vivir a un poblado cercano a Yucatán para atender un viejo taller de muñecas muy opuestas a las confeccionadas por nuestros artesanos. Resulta que un arqueólogo descubre en el interior de una mina, una cripta perteneciente a una legendaria cultura paralela a los mayas: los “Sansia” que significa “Satán en la tierra” y cuya influencia diabólica alcanza a las horrendas muñecas –las Dollys del título.

Se trata de una producción que causa pena ajena al grado que a falta de dinero para los efectos visuales, la directora hace uso de varias niñas que doblan a las “Dollys” asesinas, capaces de achicharrar a empleadas domésticas yucatecas y coser con una vieja Singer a un empleado mexicano sucio, panzón, miedoso, tonto y que baila “lambada”. La idea era el realizar un filme de horror sobre la posesión demoníaca y el miedo universal a los muñecos, no obstante, los responsables jamás leyeron el libro sobre El mundo maya que ahí aparece, ni consultaron un diccionario en español, ya que en la supuesta Universidad –con vistas de Rectoría en Ciudad Universitaria– se lee: “Departamento de Arquiologuía” (sic). Ignorancia histórica, terror prehispánico y humor involuntario: la maldición mexicana en pleno como sucede en Las ruinas (2008).

Dirigida por Carter Smith, esta coproducción entre Estados Unidos, Alemania y Australia, narra el periplo de cuatro jóvenes estadunidenses de vacaciones en Cancún que son convencidos por un turista alemán para que le ayuden a encontrar a su hermano menor, que ha desaparecido con una arqueóloga en la búsqueda de unas ancestrales ruinas mayas, vigiladas por unos indígenas agresivos. De nueva cuenta, varios de los mexicanos que aquí aparecen son sucios, obesos, sudorosos y el agua está mezclada con heces humanas y, de manera ilógica, la pirámide no tiene ningún resguardo oficial. Ello, en un relato donde las incoherencias argumentales aparecen una tras otra y la violencia gore sangrienta está por encima de la trama. Resulta que unas enredaderas malditas que rodean las ruinas parecen tener vida propia y son el elemento de horror fantástico de este disparate…

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