Giordano Bruno, la inteligencia que no desapareció en la hoguera

- José Rivera Guadarrama - Sunday, 13 Jun 2021 07:38 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La Santa Inquisición, esa poderosísima institución que fue de la censura, acabó con la vida, en la hoguera, de Giordano Bruno (1548- 1600), pero no pudo, porque en rigor nada puede, acabar con el pensamiento. Por su obra científica y su valiente defensa de las ideas, el científico, astrónomo, filósofo y poeta nacido en Nola, fue caracterizado por Hegel como “el cometa que brilla a través de Europa”.

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Da la impresión de que ya casi a nadie sorprende la forma en que la inteligencia de una persona puede atemorizar el dominio de las instituciones. La censura siempre ha sido reaccionaria. Sin embargo, ante el vituperio, las ideas deben ser divulgadas. “Hombres y libros pueden reducirse a cenizas, pero no se puede impedir que el pensamiento siga circulando”: estas últimas palabras corresponden a Giordano Bruno, quemado vivo en la hoguera en el año 1600.

Pareciera aquello una anticipación a su destino. Giordano Bruno nació en la villa de Nola, cerca de Nápoles, el 9 de febrero de 1548, y su deceso está fechado el 17 de febrero de 1600, en Roma, Italia. Fue condenado por la Santa Inquisición, por órdenes eclesiásticas ya que, según ellos, iba en contra de las prescripciones de esa religión.

Era la época del Renacimiento occidental, momentos en los cuales se estaban generando importantes cambios de pensamiento. Es decir, la idea teocéntrica del mundo se transformará, durante esos tiempos, en una visión antropocéntrica, el ser humano como medida de todas las cosas, dando paso también al humanismo, en el que se buscaba formar a la persona en el estudio de las letras, las ciencias y las artes, de manera que los descubrimientos científicos estaban revolucionando el pensamiento. Por lo tanto, la institución que más languidecía, las supersticiones que más peligraban, estaban en las ideas que durante siglos había difundido y sostenido la Iglesia católica. Además, surgió la Reforma protestante. Por ello fue necesario imponer mecanismos de terror, y uno de los más violentos fue la Santa Inquisición. Con esos actos la Iglesia católica pretendía turbar, inmovilizar, garantizar cierto orden.

Giordano sabía de aquellas terribles represalias, pero a él le interesaba más el rigor científico, la investigación menos especulativa. Por lo tanto, sus propuestas iban más en el sentido de exponer y comprobar que el Universo era infinito, que la Tierra no era el centro del Universo. Aunque, con esto, no pretendía negar la existencia de Dios. En su deseo de conocer más sobre la creación divina, leyó los libros que la Iglesia tenía prohibidos. Fue ahí donde encontró De rerum Natura (De la Naturaleza de las cosas), del filósofo y poeta romano Lucrecio (99-55 aC), texto que trataba sobre un Universo mucho más vasto, contrario a la interpretación reduccionista que su Iglesia mantenía.

En dicha obra, Lucrecio le pedía al lector que imaginara que estaba en el borde del Universo y disparaba una flecha hacia afuera. Si la flecha continuaba su camino, sería una prueba de que el universo se extendía más allá de lo que parecía el límite. Pero si la flecha no continuaba y se estrellaba contra un muro, entonces ese muro debería estar más allá de lo que suponíamos sería el límite del Universo. Ahora, si nos paramos sobre ese muro y lanzamos de nuevo la flecha, existen de nuevo sólo esos dos mismos resultados posibles: vuela siempre en línea recta hacia el espacio, o golpea un muro sobre el cual nos tendríamos que parar para lanzar de nuevo una flecha. Se plantea así que el Universo no tiene límites, que el Cosmos debe ser infinito.

Lo sobresaliente aquí es el aparente antagonismo violento que provocan estas reflexiones. Lo que el nolano estaba especulando iba en el sentido de desmitificar la arraigada división entre cielo, tierra e infierno. De manera que, al no haber ninguno de estos tres elementos, el universo era un todo funcionando al ritmo natural de su propio desarrollo, pero con la intervención de un Dios creador, infinito, omnipotente.

 

Hereje, impenitente, obstinado y pertinaz”

En su obra Del infinito: el universo y los mundos, Bruno indicaba “destrúyase el que esta tierra sea centro único y verdadero”. Aquí, su fundamentación de la realidad se basaba en la infinitud. Como se podrá notar, en ninguna parte de sus escritos estaba negando el creacionismo divino. Lo que él pretendía era darle sustento científico a cada una de sus investigaciones. Un punto de partida bien fundamentado. Sin embargo, esto lo colocó en la lista de errores por los cuales fue declarado “hereje impenitente, obstinado y pertinaz”, y se le entregó la orden secular para ser quemado vivo.

No es gratuito que a Giordano Bruno se le considere como el primer mártir de la libertad de pensamiento y el único mártir de la ciencia. A finales de enero de 1600, Bruno se encontraba encadenado ante el tribunal de corte de la Inquisición de la Iglesia romana, en El Vaticano, y fue condenado a muerte ese mismo año por el papa Clemente VIII.

Dentro de los supuestos delitos, se le imputaba el de publicar escritos heréticos. Sus textos más representativos son La cena de las cenizasLa expulsión de la bestia triunfante, Del universo infinito y los mundos y El candelero, basados en las teorías de Copérnico y mezclados con su propia visión idiosincrásica de la filosofía natural.

Para el filósofo Manuel Cabada Castro, la concepción bruniana del infinito va, en efecto, más allá de lo que acerca del infinito pensaban Nicolás de Cusa, Palingenio, etcétera, y, desde luego, más allá también del esquema finitista de Copérnico, por más que las aportaciones astronómicas de éste (sobre todo su heliocentrismo, contrario al tradicional geocentrismo y geostatismo de Aristóteles-Ptolomeo). En esa misma obra, Giordano anota que “el universo será de dimensión infinita y los mundos serán innumerables”. Además de eso, sus críticas no sólo se enfocaron en la ciencia; sus disputas también abarcaron la histórica llegada, destrucción y saqueo de Europa sobre América.

Así lo relata el filósofo italiano Nuccio Ordine, quien nos dice que, para Bruno, la llegada de los europeos al Continente Americano constituyó un saqueo comercial sin “escrúpulos”. Aquellas poblaciones, decía Giordano, tenían su cultura, su lengua, su religión. Además, desde aquellos primeros años de intentos de colonización, el nolano defendía el derecho a vivir en paz según sus leyes y costumbres de aquellas sociedades precolombinas.

De esta manera, denunció el cinismo de la “conquista” disfrazada de “descubrimiento por los modernos Argonautas que han conquistado América, movidos no por el deseo de conocimiento, sino por la sed de riqueza”. En realidad, agregaba Giordano, ellos han perturbado la paz de otros, han confiscado a los hombres sus tierras y bienes, han destruido sus religiones y costumbres.

Sin duda, las reflexiones de Bruno van orientadas a vituperar a todas las instituciones que detentan el poder, puesto que no es algo privativo de la clase dominante; no es una propiedad, es una estrategia. Los actos de imposición y sus efectos no son atribuibles a una apropiación, sino a ciertos dispositivos que le permiten funcionar de manera impositiva.

Giordano había sido perseguido durante décadas, sus libros prohibidos, sus ideas reprimidas. Pero en 1591 recibió una oferta para dar clases a un noble veneciano llamado Giovanni Mocenigo; por eso regresó a su Italia natal. Pero aquello era una trampa, ya que Mocenigo trabajaba para la Inquisición. El nolano tuvo que hacer frente a un juicio, primero en Venecia y luego en Roma, donde fue encarcelado en una celda minúscula durante siete años, tiempo en el que fue torturado para luego ser quemado vivo. Él era todo lo que la Iglesia despreciaba y temía: un pensador y divulgador que ofrecía una visión alternativa del Cosmos.

Hegel lo llamó “el cometa que brilla a través de Europa”. Por todas esas reflexiones vertidas en sus textos, es que algunas de sus obras figuran en el Índice vaticano de libros prohibidos. Incluso, Bartholomess, uno de sus mejores biógrafos, dijo que “el resplandor de la hoguera donde murió Giordano, el 17 de febrero de 1600, se confunde con la aurora de la ciencia actual”.

El nolano justificará de hecho de esa manera su propia concepción acerca del Universo ante el tribunal de la Inquisición de Venecia el 2 de junio de 1592: “El universo es infinito, es decir, es el efecto de la potencia infinita, porque yo he juzgado cosa indigna de la bondad y de la potencia divina, si ésta podía producir otro mundo y todavía otro más y una infinitud de otros, que no hubiera producido más que un solo mundo finito. Esta es la razón por la que he proclamado que los mundos son infinitos.”

A estas alturas de la historia, todas aquellas declaraciones dan la impresión de ser inofensivas. Además, de manera tradicional y conjunta, se piensa que sólo ciertos autores estuvieron prohibidos, como los científicos, y esto es verdad sólo en parte, ya que también se censuraron con igual ahínco a los pensadores liberales franceses del siglo xviii, quienes divulgaban las ideas de la Ilustración.

Sin duda, con Giordano Bruno estamos frente a uno de los más notorios antagonismos entre los mecanismos del poder frente a la insurrección, o libertad, de los saberes.

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