Los Diez cuadernos: el nacimiento del surrealismo

- Vilma Fuentes - Sunday, 13 Jun 2021 07:56 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La reciente publicación de "Dix cahiers surréalistes / Abril 1924", de Georges Sebbag, pone de nuevo en el centro del escenario al surrealismo y los surrealistas con acaso sus dos derroteros iniciales más importantes: la escritura automática y el poema-'collage', ambos fuente inagotable de fértiles especulaciones y teorías.

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El mejor especialista de la historia del movimiento surrealista, Georges Sebbag, quien ha publicado numerosas y notables obras sobre este acontecimiento capital del siglo XX, publica ahora un nuevo libro de tal carácter que es legítimo calificar de histórico. El surrealismo, cuya influencia puede aún encontrarse en la producción contemporánea, y los surrealistas siempre vivos al menos en la memoria, plantean profundas interrogaciones sobre el sentido de la escritura y los caminos del pensamiento. Este libro debería, pues, permitir a los buenos lectores rencontrar al fin el verdadero significado del término “surrealista”, el cual circula, desde hace tiempo, en forma abusiva para calificar todo y cualquier cosa.

Sobre la hermosa portada, con un formato de cuaderno escolar, ilustrada por una fascinante fotografía de mujer, el título del libro está sobriamente impreso: Dix cahiers surréalistes / Abril 1924. Se trata, así, de un documento fechado y publicado gracias al magnífico editor y fundador del Marché de la Poésie, Jean-Michel Place, en forma de libro por vez primera y que, enriquecido con numerosas ilustraciones, abre la posibilidad de leer todos los textos nacidos durante la experiencia inédita iniciada por los participantes de la aventura: los jóvenes fundadores del surrealismo.

Un día de abril, en 1924, André Breton reunió en París, en su atelier de la rue Fontaine, a sus amigos: Louis Aragon, Jacques Baron, Joseph Delteil, Robert Desnos, Simone Kahn-Breton, Georges Limbour, Max Morice, Pierre Naville, Benjamin Peret. Ahí, Breton distribuyó a cada uno de sus amigos un cuaderno escolar y les propuso lanzarse a dos experiencias: una, escribir al correr de la pluma, lo que tomará el nombre de “escritura automática”; otra, recortar títulos en los diarios extendidos ante ellos y disponer estos fragmentos de manera que compongan un texto denominado con el nombre de “poema-collage”. Fue así como nacieron las primeras experiencias de la escritura automática y el poema-collage. Los diez cuadernos, testimonios de la experiencia intentada por estos aventureros presurosos de correr todos los riesgos, son reproducidos en facsímil en este libro que establece así un documento esencial sobre el nacimiento del movimiento surrealista.

Muchas cuestiones se han planteado desde entonces sobre el sentido que era necesario dar a estos ensayos de escritura automática. ¿El azar podría, pues, ocupar una plaza decisiva en el dominio de la poesía? ¿Era una forma de retomar la interrogación planteada por Stéphane Mallarmé en su célebre poema: “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” (Un golpe de dados jamás abolirá el azar)? ¿O bien, otra posibilidad, se trataba de abrir el campo del poema al inconsciente, cuando la obra de Sigmund Freud, tan apreciada por estos nuevos creadores, tomaba un importante lugar en la época? ¿Hasta dónde podría ir la libertad de la improvisación fuera de cualquier control de la razón?

Un primer ejemplo de las dificultades presentadas por una respuesta a estas cuestiones es fácilmente localizable en la vida y la obra de la propia persona de su inventor, André Breton. La simple lectura de sus textos más famosos demuestra, sin la menor duda, que nada se encuentra más lejos de la escritura automática que su propia prosa. El discurso ardiente del “Manifiesto del surrealismo”, escrito por él mismo, prueba hasta qué punto su autor se preocupa del orden rigurosamente racional y lógico de la frase, como prueba también lo respetuoso de las reglas de sintaxis más tradicional como el escritor disciplinado que es. Por su parte, Louis Aragon llevará aún más lejos el catálogo de contradicciones. La experiencia de la escritura automática parece no haber sido para él sino un viejo recuerdo de juego infantil. Distracción de niños que no podía impedirle producir numerosas novelas escritas, vigilando atentamente no perder nunca al lector en curso con fantasías irracionales. El hallazgo más importante de la escritura automática será acaso la nueva plaza acordada al inconsciente y el reconocimiento de su irrupción en el juego de la escritura.

En cambio, la invención del poema-collage parece tener una prolongación más fecunda. La idea de colocar lado a lado fragmentos diferentes unos de otros, si no contradictorios, abrirá, más allá del misterio de los “cadáveres exquisitos”, nuevas perspectivas en la pintura. La práctica del collage enriquece, con uniones inesperadas y sorpresivas, cuadros como los de Picasso o Miró, sin olvidar las provocaciones de Dalí, seguidos de otros. El procedimiento del collage será ampliamente practicado. En La Révolution surrealista n° 1, décembre 1924, Breton escribe un sueño: “Es tarde en mi casa. Picasso se halla al fondo del diván, en el ángulo de dos muros, pero es Picasso en un estado intermediario entre su estado actual y el de su alma después de su muerte. Dibuja distraídamente sobre una libreta.” El estado intermediario podría ser la palabra requerida para evocar tanto la escritura automática como el poema-collage. Invocación en sueños.

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